Matar para robar, luchar para vivir

por Carlos del Frade

 

II Parte - Desaparecedores, Resistentes e Impunidades
Capítulo 15 - Santiago 2815, "la casita robada"
 

   

"Después de 17 años de ocupación ilegal, la Gendarmería abandonó la casa de Santiago 2815, que fuera usurpada al matrimonio de ciegos Etelvino Vega y María Esther Ravelo, el 17 de setiembre de 1977, en un operativo de las fuerzas conjuntas de la dictadura militar y cedida por el Comando del II Cuerpo de Ejército al Centro de Suboficiales y Gendarmes Retirados y Pensionados en noviembre de 1978.
En una silenciosa siesta de agosto de 1994, los vecinos del barrio revivieron las imágenes de hacía 17 años, cuando camiones verdes se estacionaron frente a la ex sodería del matrimonio de ciegos y empezaron a cargar los muebles y útiles del Centro de Gendarmes, pero esta vez para irse.
Como ocurriera en febrero de 1993, los vecinos fueron quienes registraron las maniobras de los gendarmes que quisieron borrar los rastros de su presencia en la "casita robada" durante 16 años.
Autoridades de Gendarmería reconocieron haber dejado el domicilio de Santiago 2815 de Rosario, por lo que el hecho es el triunfo de la memoria y la obstinación de las abuelas de Iván Vega -Piti-, el chico que al momento del procedimiento contra sus padres tenía dos años y que salvó su vida gracias a la acción de una vecina que se lo llevó a una prima.
"Estoy contentísima", dijo la Negrita, Alejandra Leoncio de Ravelo, mientras que la Gringa, la vecina del matrimonio de ciegos, rogó "al padre celestial para que el Piti y la Negrita vuelvan y estén bien, porque hace tiempo que se fueron".
Mirando por un espacio que quedó despintado del grosero gris con que los gendarmes cubrieron paredes, cristales y ventanas luego del primer acto que realizaron las Madres de Plaza de Mayo en marzo de 1993, por la recuperación del inmueble, se puede observar el amarillo original de la casa, mientras los rayos del sol se meten iluminando los mosaicos del interior.
El timbre no funciona y el teléfono da permanentemente ocupado. Ya no está el cartelito escrito a máquina que señalaba el horario de atención a los gendarmes retirados. "Se fueron una tarde. Llegaron los camiones verdes y empezaron a cargar algunos muebles. Yo sabía que algo había pasado, pero como soy nueva en el barrio no entendía bien de qué se trataba", apuntó una mujer encargada de la tienda de Santiago y Rueda, donde antes, otra señora, apuntó gran parte de la historia que luego verificó la Justicia civil santafesina.
Laura, la Gringa, la mujer que se animó a acompañar a Alejandra Leoncio de Ravelo a denunciar los hechos ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas y la que mejor reconstruyó los hechos frente a este periodista en febrero de 1993, dijo que "luego de la publicación en el diario, los vecinos no me quisieron saludar, pero les gané por cansancio, porque siempre saludaba igual".
Al verificar la huida silenciosa de la Gendarmería, la Gringa aspiró a que "ojalá el Padre Celestial los ayude y los tengan bien a Piti y a la abuela, a la Negrita. Yo quiero que ellos dos vengan. Ya es hora. Hace rato que se tuvieron que ir", dijo la mujer que nunca se tragó aquella historia de "una familia de subversivos" con que los militares quisieron inocular el miedo entre los vecinos del barrio.
Para la Negrita existía la urgencia de contar con la casa. "El Iván está apurado para tener la casa poque tiene muchos apremios de plata y ninguna de las dos abuelas lo puede ayudar", le confesó a este cronista.


La Casa de la Memoria

Iván Alejandro Vega recuperó su casa, después de 17 años de usurpación, el 29 de diciembre de 1994, como consecuencia del operativo de fuerzas conjuntas que hizo desaparecer a sus padres, el matrimonio de ciegos compuesto por Etelvino Vega y María Esther Ravelo, el 17 de setiembre de 1977.
Alrededor de las diez de la mañana de aquel jueves 29 de diciembre de 1994, en el juzgado de primera instancia de circulación de la 4ª nominación, Iván, en compañía de su abuela, Alejandra Leoncio de Ravelo, el abogado Norberto Olivares, y tres integrantes de organismos de derechos humanos, acordaron con las autoridades del Centro de Suboficiales y Retirados Pensionados de Gendarmería el traspaso de la vivienda y la entrega de las llaves, que quedaron en depósito en el tribunal.
En la casa, después de diecisiete años de usurpación y gracias a la presión popular, comenzaron a funcionar algunos de los organismos de derechos humanos rosarinos, que alquilaron el lugar al joven, quien siguió viviendo en la ciudad de Santa Fe. La emotividad que rodeó la recuperación de la casita despertó adhesiones en tribunales y de parte de vecinos anónimos.

Un triunfo político de los organismos de derechos humanos, un hecho histórico por lo que representa recuperar parte del "botín de guerra" de los proveedores de la muerte, una victoria contra la impunidad, una demostración de las posibilidades de la justicia en democracia; son algunas de las frases que intentaron reflejar la jornada del regreso a casa que protagonizaron Iván Alejandro Vega y su abuela Alejandra Leoncio cuando las llaves de la casa de Santiago 2815 pasaron a sus manos.
Pero también hay otras lecturas.
Las que se acercan a los sentimientos. El amor de las víctimas frente a la soberbia de quienes se creen impunes por toda la eternidad.
Una postal: terminado el trámite en los tribunales provinciales, el presidente del centro, Julio Alberto García, y otro gendarme ni siquiera contestaron el saludo de este cronista. Mientras tanto, desde distintas oficinas, los empleados saludaban efusivamente a Iván y a la abuela Coraje. Lágrimas, pañuelos blancos y sonrisas de un lado; arrogancia, rostros duros y paso apurado, del otro.
Dos horas más tarde, enfrente de la casa, hubo un acto popular celebrando la recuperación de algo más que un inmueble.
A cinco años del indulto presidencial, Rosario demostró que la resignación no es el único camino para vivir.

"La persistencia de la lucha de los organismos y de estas madres, como en el caso de la Negrita, hicieron que la sociedad legitimara el reclamo y que más allá de los años transcurridos esto termine siendo una reivindicación de los luchadores sociales desaparecidos", apuntó el abogado Norberto Olivares, uno de los artífices de esta rareza política que se concretó en Rosario.
"Para nosotros es un triunfo político porque en esta época en donde nada se recupera, donde ninguno de nosotros hemos recuperado nada en relación al botín de guerra, configura para nosotros una gran alegría", dijo Elida de López, una de las Madres de Plaza de Mayo que vino de Santa Fe acompañando a Alejandra Leoncio.

El muchacho de veinte años y su abuela ingresaron en la casita de Santiago 2815 y descubrieron los resultados del saqueo. No hubo posibilidad de controlar el llanto. No tenía por qué haberla. Nadie podrá contestar quién pagará por esas lágrimas.

En la casa de al lado, Laura -la Gringa-, la vecina que colaboró con su testimonio ante la Conadep acompañando a Alejandra de Ravelo, recibió al Piti como si tratase del regreso de un hijo propio. Le contó de sus travesuras y de su versión de la historia, de su mamá y de las visiones que tuvo en sus sueños.

En marzo del 95, en Santiago 2815, la casa albergó el trabajo de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, a través del pago de un alquiler mensual que recibió el hijo del matrimonio de ciegos.
Gracias a ese alquiler Iván siguió con sus estudios para recibirse como técnico electrónico, mientras su abuela, Alejandra, continuó buscando a su hija, la "Pinina" María Esther.
Aquella mañana, el amor, la memoria y la esperanza le ganaron una batalla a la soberbia y a la impunidad. Ahora seguirán las demandas contra el Comando del II Cuerpo de Ejército y la Gendarmería por daños morales y económicos. Pero esa es otra historia.

"Algún día tenía que volver, pero le daba mucho más tiempo. Lo veía medio jodido sobre todo porque había que sacarle la casa a la Gendarmería", dijo Iván Alejandro "Piti" Vega, el único sobreviviente del operativo de fuerzas conjuntas ordenado por el entonces omnipotente Agustín Feced.
Cuando se encontró con la Gringa, la vecina que lo cuidaba y lo mimaba, Piti sintió viejas puertas internas. Algunas abiertas, las otras, por ahora, cerradas. "Me recordaba las travesuras cuando era chico. Un montón de cosas. Lástima que yo no tengo memoria".
Iván trabaja ahora en un taller mecánico de la ciudad de Santa Fe. No le va muy bien, "vos sabés cómo andan las cosas". En medio de una comunidad que respira pasión a través de Colón y Unión, el hijo del matrimonio de ciegos desaparecidos prefiere otras alegrías. "La verdad que no me gusta el fútbol".
Ni el perro dejaron con vida cuando ingresaron por la persiana metálica de la vivienda de Santiago 2815, donde funcionaba la sodería LODI SRL, de propiedad del matrimonio. Los saqueadores ni se molestaron por eliminar la escritura que prueba la usurpación. Estaban convencidos de que la impunidad se perpetuaría por toda la eternidad. Al Piti ni siquiera le dejaron el cochecito. Apareció a los dos días en la casa de una prima de Alejandra, entregado por cuatro muchachos, a bordo de un Renault 4L blanco.
Viajó a San Luis para ganarse unos pesos y ayudar a su otra abuela, doña Lina, que hace rato no se encuentra en buen estado.
Tiene la misma mirada que su abuela y el marrón claro de sus ojos repite la emoción, la alegría y la sorpresa de encontrarse definitivamente en su casa, donde espera recibir a Osvaldo Bayer, quien en diciembre de 1992 reactualizó el caso a través de una contratapa de "Página/12".

"Lo viví con alegría porque le van a dar la casa a mi nieto, pero a la vez con tristeza, porque lo que yo más quería que estuviera ahí, no lo encontré en la casa", dijo Alejandra Leoncio de Ravelo, la mamá de María Esther, la habilidosa hacedora de empanadas que vivió hasta la noche del 17 de setiembre de 1977 en Santiago 2815.
Al otro día, desde un remoto lugar, la llamó para decirle que debía pasar a buscar al Piti por la casa de una prima. Desde entonces, Alejandra recorrió comisarías, regimientos, viajó por toda la provincia, llegó hasta La Perla, en Córdoba, y a otros "chupaderos" en Buenos Aires, intentando reencontrarse con la Pinina.
El poco dinero que tenía se lo devoraron el camino y el dolor. El viejo kiosko que atendía quedó en ruinas. "No tenía voluntad para atender a la gente", sostuvo Alejandra cubierta del pañuelo blanco que empezó a exhibir desde los primeros momentos, cuando muchos la amenazaban de muerte también a ella.
"Yo no sé por qué se tuvieron que quedar 17 años en un lugar que sabían que no era de ellos. Por qué hicieron eso", se preguntó la Negrita, que vivió la devolución de las llaves pensando en su hija.
"La seguiré buscando mientras viva", promete la abuela-madre coraje. Cansada, con dolor de cabeza, y mucha voluntad para atender a los pocos medios de comunicación que le dieron cobertura a la entrega de las llaves, la Negrita no dejaba de repetir el sentido de la recuperación de la casa para el futuro del nieto: "En el poco tiempo de vida que Dios me preste, quiero que Iván pueda ser lo que la madre y el padre hubieran querido. Todo esto es un fruto de la lucha". Cuando está sola suele quebrarse, "pero siempre me acuerdo de Hebe que nos dice que tenemos que aguantar, aunque a veces no se puede", cuenta la Negrita. Casi veinte años después, la vida de Alejandra se ha convertido en una búsqueda de justicia cotidiana, otro de los tantos nombres con que se pronuncian el amor y la memoria.

 

   

 

Matar para robar, luchar...

   

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