Matar para robar, luchar para vivir
por Carlos del Frade
II Parte - Desaparecedores, Resistentes e Impunidades
Capítulo 22 - Los amigos de Feced
El principal responsable del genocidio cometido en la provincia de Santa Fe,
Agustín Feced, gozaba de libertad cuando supuestamente sufría de prisión
preventiva rigurosa, según se desprende de una carta enviada por su concubina
que solicitaba la pensión como tal luego de la fraguada muerte de junio de 1986.
El relato de la señora exhibe cómo el ex comandante de Gendarmería iba y venía
por el país y ya estaba radicado en Paraguay como luego lo atestiguaron
distintos familiares de desaparecidos sin que ningún integrante de la Cámara
Federal de Apelaciones rosarina lo tuviera en cuenta.
Se trata de un texto que desnuda la complicidad del gobierno nacional,
provincial y de las justicias de ambos estados que prefirieron mirar para otro
lado mientras el máximo protagonismo del exterminio perpetrado a orillas del
Paraná seguía su vida más allá de la aparente justicia que se estaba
construyendo alrededor de su siniestra figura.
Este caso explica, en parte, por qué hoy, a veintiocho años del golpe de estado,
todavía hay decenas de familiares que no saben dónde fueron a parar los cuerpos
amados ni tampoco se tiene determinada con certeza la cantidad de centros
clandestinos de detención que funcionaron durante el terrorismo de estado. Como
si Feced y compañía hubieran tenido grandes amigos en la naciente democracia
argentina.
La carta
El mayor matador de rosarinos tuvo una mujer que se llamaba Rosario.
Agustín Feced convivió con ella por lo menos quince años.
Así lo acreditó la señora cuando le escribió a la Dirección del Personal de
Retiros y Pensiones de Gendarmería Nacional en plena democracia.
Le solicitaba la pensión en calidad de concubina.
La relación se inició en 1971 cuando el ex comandante de Gendarmería ya era el
jefe de la policía rosarina, luego de los sucesos del segundo rosariazo, el de
setiembre de 1969 que lo uniría, por primera vez, con Leopoldo Fortunato
Galtieri, por entonces teniente coronel.
“Al arribar el año 1983 y asumir el gobierno democrático comienza también el
calvario para mi esposo”, dice el texto.
El 29 de enero de 1984 “se presenta ante las autoridades en la ciudad de Rosario
quedando detenido. Era buscado por excesos en la represión de la subversión en
el período que se encontraba a cargo de la Unidad Regional II de Rosario”, dice
la señora en su carta.
Por motivos “de la vida angustiada que tenía mi esposo, su salud se fue
quebrantando. Por ello cuando se presentó detenido fue remitido al Hospital de
Granadero Baigorria -sala policial- donde lo visité y acompañé constantemente”.
Allí “fue tratado de una úlcera estomacal. Estuvo internado durante
aproximadamente veinte días”, relata la mujer.
Luego fue detenido “en el destacamento de Gendarmería Nacional de la ciudad de
Rosario”y allí también Rosario lo atendió “en forma personal, física y
moralmente. Esta situación fue soportada por casi cuatro meses”.
Asegura que “controlaba que tomase su medicación”y fue cuando comenzó “su
enfermedad del corazón pues era imposible que humanamente se soporte esta
presión”.
Con la salud quebrantada, explica la compañera de Feced, “también fue asistido
en el Hospital Español de Rosario, en un estado muy crítico. Luego fue derivado
al Hospital de Campo de Mayo (Buenos Aires) quedando hospitalizado y también
detenido. Allí también concurro a acompañarlo”, sostiene en su crónica de vida.
“En el mes de octubre de 1984 nos instalamos nuevamente en nuestro hogar y
tuvimos la oportunidad de realizar varios viajes de descanso por Argentina. En
el año 1985 su corazón no resistió tanta angustia y tuvo que ser operado sobre
fin de año en el Hospital Militar de Buenos Aires. El resultado de la operación
fue buena pero su espíritu estaba quebrado. Al darle el alta médica regresamos a
Rosario, nuestro hogar”, apunta con absoluta sinceridad.
“Decidimos ir a vivir a la República del Paraguay. Por razones de familia tuve
que quedarme unos días en Rosario, y él se fue al Paraguay, sitio donde habíamos
decidido radicarnos”, informa.
“Allí surge una descompostura y es trasladado a Formosa donde vivía su hija
Graciela, donde fallece el 20 de julio de 1986”, cree la señora.
La compañera de Feced, Rosario, acreditó la convivencia, según se desprende de
la resolución 278 del 14 de agosto de 1991, dictada por el juez de instrucción
de la 12ª nominación, Rodolfo Bruch con la secretaría de la doctora Perla de
Beccani.
El trámite se llevó a cabo en la primera mitad de los años noventa y nadie se
dio por aludido.
La carta es una demostración de la libertad que gozaba el mayor responsable del
genocidio perpetrado en la provincia de Santa Fe.
Desde 1984 se había dictado prisión preventiva rigurosa.
No podía moverse de los lugares asignados como el Hospital Granadero Baigorria o
el de Campo de Mayo.
Sin embargo el relato de Rosario es preciso y no deja lugar a dudas: el mayor
imputado de delitos de lesa humanidad en el segundo estado argentino se movía
con absoluta libertad por todo el país y ya había viajado al Paraguay donde
decidió instalarse.
Los meses de detención, según este testimonio, no fueron más de cuatro meses.
Aquí se juntan las responsabilidades del gobierno nacional que a partir de las
resoluciones de la justicia federal rosarina debieron garantizar la prisión de
Feced, pero también marca la libertad que le concedía el gobierno de la
provincia de Santa Fe.
Ni hablar de la justicia federal rosarina que lo estaba juzgado por crímenes
aberrantes y que a pesar de recibir la denuncia de un familiar de desaparecido
que había visto a Feced en el Paraguay después de la fecha de su muerte
inventada, no hizo nada para revisar lo actuado.
Como tampoco, en aquellos años que fueron desde 1984 a 1986, garantizó la
reclusión del máximo responsable del terrorismo de estado en la región.
La carta señala que en octubre de 1984 ambos se encontraban en el departamento
de la mujer. Era la fecha en que se producía el robo de los documentos de los
integrantes de las distintas patotas que operaron en la región que se
encontraban en el edificio de los tribunales provinciales rosarinos.
Tampoco dijo una sola palabra el doctor Bruch cuando falló a favor de la
legitimidad del reclamo que acreditaba la convivencia de la señora Rosario con
el ex comandante de Gendarmería.
Los gobiernos de Raúl Alfonsín, en la Nación, y José Vernet, en la provincia,
eran los responsables de garantizar la prisión del ex titular de la policía
rosarina. No lo hicieron, como tampoco lo llevaron adelante los ministros del
Interior, Antonio Troccoli, ni de Gobierno santafesino, Eduardo Cevallo.
Feced siempre fue un cuidadoso orfebre a la hora de producirse disfraces pero su
presencia exigía un máximo de seguridad que nadie eligió disponer.
Hasta el 30 de junio de 1983, Feced cobraba sus haberes bajo el nombre de Rubén
Alberto Carlucci, extraño alias que eligió luego de haber participado en la
desaparición de una militante de la ciudad de Capitán Bermúdez, Isabel Carlucci.
En esa ficha figura que su último ascenso se había producido en enero de 1983 y
que había ingresado en junio de 1974.
Se trataba de su trabajo en la Secretaría de Inteligencia del Ejército, como le
llegó a comentar en una carta al ex Ministro del Interior de la dictadura,
Albano Haguindegy.
¿Hasta cuándo habrá recibido dinero el tal Rubén Alberto Carlucci?.
Si aquellos primeros gobiernos le garantizaban la libre circulación por la
geografía argentina no es descabellado pensar que sus salarios seguirían
devengándose bajo el nombre elegido como pantalla.
Es hora de recuperar la dignidad y explicar por qué fue posible semejante
atentado contra la justicia y la verdad.