Metodología Represiva

Informe de la Comisión Bicameral - Tucumán 1974-1983 (Anexo I)

 

3. Traslado a campos clandestinos de detención
Aplicación de torturas

La negación de la condición humana al enemigo es un elemento subyacente siempre en nuestra provincia,

“... la subversión es una enfermedad que contamina el cuerpo social del país y corroe sus entrañas...”. (Contralmirante Guzzeti, “La Opinión”, 3/10/76)

es decir, una especie de virus. Era común escuchar las arengas de los generales Vilas o Arrechea caracterizando a los subversivos de “ratas”, de “cucarachas”, etc. Tamaño enemigo debe ser combatido por todos los medios:

“... los delincuentes subversivos serán buscados y si alguno se queda y se entrega, será enviado a la justicia, y si no, lo mataremos.” (General Bussi, “La Opinión”, 3/1/76).


Dado que “los delincuentes subversivos no pueden vivir con nosotros”. La reiterativa, masiva y saturante repetición de slogans alertando sobre este taimado, vil y pérfido enemigo subversivo, dará pie a los jerarcas del régimen para afirmaciones como ésta:

“... (en el futuro) habrá una cuota de detenidos que no podrán ser sometidos a la justicia, ni puestos en libertad, aunque (afirmó) serán casos excepcionales” (Videla, “Clarín”, 31/8/79).


Como vemos, hay aquí ya una clara insinuación de lo que eufemísticamente denominaban “el combate a la guerrilla por métodos no convencionales”, que nunca se aclaran bien cuáles son. Por el contrario, las operaciones antisubversivas deben ser secretas, enigmáticas, misteriosas; como diría el coronel Sánchez de Bustamante:

“... en este tipo de lucha el secreto que debe envolver a las operaciones especiales hace que no deba divulgarse a quién se ha capturado y a quién se debe capturar, debe existir así una nube de silencio que lo rodee, todo esto no es compatible con la libertad de prensa.” (“La Capital”, Rosario, 14/6/80).


Entonces sí cobran más sentido las denuncias que se vierten en este informe, a modo de conclusión de la tarea investigadora desarrollada por esta comisión bicameral; entonces sí cobran más sentido las palabras del general Camps; y entonces sí, finalmente, cobran más sentido y se hacen más comprensibles las infrahumanas escenas que a continuación se detallan.

Transcribimos a continuación párrafos de la denuncia contenida en el Leg. 340-V-84, desaparición de Aída Inés Villegas (psicóloga, 25 años, secuestrada de su hogar el 2 de noviembre de 1976):

“Un grupo de alrededor de ocho personas, que portaban armas cortas y largas, entraron en mi domicilio, desplegándose rápidamente (...) Uno de ellos se dirigió a la habitación donde dormía mi abuela, despertándola mientras le apuntaba con un arma, dos o tres se dirigieron hacia la cocina donde se encontraba la empleada lavando los platos, a la que preguntan por Aída y a la que obligan a subir las escaleras que conducen a la terraza sin dejar de apuntarle con sus armas, bajándola luego de recibir una orden proveniente del interior de la casa, que expresó: “¡Ya está!”. 

(...)

“Mientras tanto, al levantarse mi abuela, les pide explicaciones sobre lo que considera un atropello a mi domicilio y como respuesta recibe una amenaza de muerte instándola a permanecer callada y quieta (...) Mi hermana Aída se encontraba durmiendo la siesta en la pieza que da a la calle, por lo que al ser encontrada, los hombres se dirigieron a la misma. Por el ruido que sienten desde la habitación donde encierran al resto de las personas que se encontraban en la casa, suponen que en estos momentos estarían golpeando a Aída. Al cabo de media hora, uno de los hombres abre la puerta de la pieza en que se encontraban encerradas, sacando a una de ellas, a una amiga de la casa, y la llevan para ser interrogada. Nos dijo que sentía cómo se quejaba Aída (...) Uno de ellos saca a mi abuelita de la pieza en que estaba encerrada, diciéndole que revisara la habitación de Aída. Es entonces cuando al entrar pude ver que mi hermana es sacada por la puerta que conducía al zaguán, por varios hombres quienes la sostenían. Aída se da vueltas estirando los brazos. Es allí donde pude ver que es sacada en ropa interior y su cara mostraba señas de haber sido maltratada, estando amordazada (...) sacándola rápidamente hacia fuera. Luego de esto se retiran, ordenándonos que no debíamos usar el teléfono, por el lapso de una hora, como así también no debíamos salir de la casa por ese mismo tiempo, por lo que dejan la puerta con llave dejándola a la misma por el lado de afuera. Al decir de testigos oculares que vieron el procedimiento constataron que la víctima era sacada con ropas interiores, amordazada y con la cara ensangrentada e introducida en uno de los autos que esperaban afuera, sin patente. La habitación donde se encontraba durmiendo Aída quedó en un total desorden: colchones dados vuelta, frazadas en el piso, libros y papeles desparramados por todas partes. Es entonces cuando advierto al revisar la pieza, que el cable del velador estaba enchufado cortado al ras de la lámpara y prolijamente separados los polos del extremo que quedaba cortado, por lo que es evidente que mi hermana había recibido descargas eléctricas, como así también debieron haberla golpeado demasiado, dado la sangre que había en el piso de la habitación. A partir de ese momento hasta la fecha no se pudo establecer oficialmente su paradero...” (Véase en el Anexo IV “Testimonios”, el relato de Juan Martín, donde asegura haberla visto con vida en los campos de concentración Jefatura de Policía e Ingenio Nueva Baviera.) (Leg. 340-V-84).


Como vemos, esta infortunada joven soportó la aplicación de torturas aún antes de su traslado al campo de detención, al improvisar los represores una suerte de picana eléctrica con los cables de la lámpara, torturándola en su propia habitación por espacio de media hora.


Veamos ahora la aplicación de torturas en el campo de concentración, esta vez referido al secuestro del señor Rosario Argañaraz, agricultor, secuestrado de su casa en Buena Vista, Depto. De Simoca, el 8 de enero de 1977. (Leg. 21-A-84).

“... siendo aproximadamente las 3 de la mañana ingresaron imprevistamente a la casa (...) derribando la puerta de acceso a ella, alrededor de 20 individuos fuertemente armados. Uno de ellos vestía ropa de civil, dos uniforme policial, y los restantes uniformes verde oliva como los del Ejército. En ese momento se encontraban dentro de la casa: su padre, la esposa de Antonio Roberto (hijo de la víctima y declarante), el compareciente Miguel Alberto (también hijo), un hermano más chico llamado Juan Carlos y otra hermana de nombre Ana Tránsito. De entre los recién llegados, Miguel Alberto sólo pudo reconocer a uno de los que vestía uniforme policial, cuyo nombre es Víctor Gerardo Romano (...) Una vez en la vivienda lo s individuos ataron las manos del padre y de Miguel Alberto, les vendaron los ojos y los obligaron a ascender a un camión celular (...) De inmediato se pusieron en marcha y luego de viajar con rumbo desconocido unos 90 minutos, fueron bajados del vehículo e ingresaron e un inmueble con piso de mosaicos. Allí el padre fue preguntado acerca del origen del dinero con que habían comprado un tractor que poseían. Pese a que el padre les respondió que provenía de la venta de la plantación de caña que tenían, fue golpeado repetidamente. A todo esto, el hijo también detenido –Miguel Alberto– permanecía, siempre maniatado y con los ojos vendados, en un costado de la misma habitación. Acto seguido, se padre fue atado a una cama y “picaneado”, manteniendo siempre su declaración de que el tractor era fruto del trabajo de la familia (los captores querían que confesaran que les había sido dado por el ex senador Dardo Molina, también desaparecido)...”.


Obsérvese hasta aquí: padre e hijo son maniatados, vendados y golpeados. Posteriormente –ya en la casa usada como centro de torturas– el padre es sometido a sesiones de picana eléctrica. La tortura es múltiple: el dolor físico del padre (la “picana” produce intensísimas electro convulsiones, siendo aplicada por lo general en los lugares de mayor sensibilidad: genitales, planta de los pies, cabeza, ojos, encías, paladar, oídos) y la tortura sicológica en el hijo que debe presenciar impotente la aplicación de tormentos a su progenitor, sucediéndole lo mismo a éste, que se sabe torturado delante de su hijo. Prosigue:

“... finalmente, cuando ya amanecía, son subidos a una camioneta –padre e hijo– y llevados nuevamente a Buena Vista (Un kilómetro antes de la casa de ellos) (...) los bajan del automotor y los hacen marchar un largo rato –ya sin vendas pero siempre maniatados– (...) Agrega el declarante que cuando le quitaron las vendas vio que entre sus captores estaba el ya citado Víctor Gerardo Romano y además otro policía al que llamaban “el turco”, y un hombre bastante gordo, vestido de civil, al que llamaban “Quechu”, y era, al parecer, quien dirigía el operativo. A todo esto, el policía Romano al pasar por la casa de Miguel Alberto, se había apoderado de una escopeta de calibre 16mm., de dos caños. Durante este procedimiento, el grupo de captores estaba integrado, además de los ya mencionados, por más de 20 soldados que se desplazaban en unos 6 camiones del Ejército (...) Los hacen subir nuevamente a la camioneta y parten hacia el domicilio de un tío de los comparecientes, Benigno Argañaraz, al que también detienen y llevan junto a su hermano y sobrino, respectivamente, rumbo a la casa distante unos 90 minutos (...) A todo esto, el compareciente Antonio Roberto Argañaraz, ausente de la casa durante el primer operativo, llega a la casa alrededor de las 12 del mediodía, y al encontrarse con las novedades precedentemente señaladas sale rumbo a Simoca, a denunciar lo ocurrido en la Comisaría y buscar a un abogado que lo asesore e intervenga en el asunto, pero al que entrevistó le dijo que lamentablemente no podía intervenir en el caso. Al regresar a su casa, y a eso ya de las 21.30 horas, arriban al domicilio unos 8 o 9 hombres, que lo encandilaron con reflectores y lo sacan de la casa con las manos atadas y los ojos vendados y lo introducen a un vehículos, mientras algunos de ellos volvían al interior del inmueble. En la oportunidad, reconoció la voz de Romano y escuchó además que nombraban a “Quechu”, “Mikilo”, “Turco” y “Loco”, este último apodo de Romano. En dicha requisa desaparecieron unos anillos de casamiento del deponente, un reloj del mismo, otro de su esposa, una radio a pila, y lo de mayor importancia, al marcharse lo hicieron llevándose un tractor Fiat 500, cañero, perteneciente a su padre, del que no volvieron a tener noticias hasta el presente (...) Es llevado entonces al lugar donde permanece detenido su padre y hermano y de inmediato comenzaron a castigarlo para que hablara sobre el dinero de la compra del tractor (...) Alternativamente se suceden los castigos al declarante y a su padre para que modificaran su declaración, cosa que no lograron pese a que algunas veces perdían el sentido merced a la golpiza que les propinaban...”.


Miguel Alberto, Antonio Roberto, su tío Benigno Argañaraz y un vecino, también secuestrado es esos sucesos, Celso Isaías Zelaya (fue brutalmente golpeado, habiendo perdido el sentidos al menos una decena de veces durante el interrogatorio) fueron liberados progresivamente por los captores. Rosario Argañaraz no volvió a aparecer jamás, y la última noticia que se tuvo de él es el relato del señor Zelaya, que durante su cautiverio cree haber escuchado la voz de aquel quejándose débilmente por el dolor.

Una última palabra, referida a este caso: en la edición del matutino local La Gaceta del 30 de junio de 1979, pág. 8, aparece una noticia cuya copia adjuntamos en este informe, donde se da cuenta de la detención de dos sujetos que se dedicaban a extorsionar parejas en el parque 9 de Julio, resultando ser uno de éstos el ya mencionado policía Víctor Gerardo Romano, “dado de baja –dice el diario– hace dos años”: 


Del Leg. 379-I-84, denuncia por privación ilegítima de la libertad y torturas en forma reiterada, en perjuicio de la ciudadana Gloria del Valle Iñiguez, 26 años de edad: a fines de diciembre de 1975, se produce su primer secuestro junto a su esposo (un camión del Ejército con 15 soldados), vendada y maniatada:

“... finamente llegan a un lugar donde los hacen descender, siendo sometida a un interrogatorio sobre cosas que la compareciente desconocía totalmente, golpes de por medio. Asimismo, es un momento dado fue sentada en una silla metálica, a la que electrificaron, siendo posteriormente liberada”. 


En los carnavales de 1976 se produce su segundo secuestro, mientras se encontraba con sus familiares asistiendo a un baile, por insistencia de sus familiares, dado el estado depresivo en que había caído a raíz de la experiencia anterior. Tanto en éste, como en el anterior caso, la deponente reponsabiliza de su detención a Víctor Sánchez alias “Pecho y Tabla”.

“... estando sentada en el baile, en un momento dado hizo su aparición Sánchez, quien se dirigió hacia su mesa, seguido por efectivos policiales pertenecientes a la Brigada de Investigaciones y la sacaron a ella y una hermana menor que se encontraba en Tucumán de visita, diciendo: “¡abran paso que son extremistas!” (Como su esposo intentó intervenir) ... al tomar conocimiento que era su marido le dijeron “vos también vení con nosotros”, haciéndolos subir a un automóvil; las mujeres en el asiento trasero y su marido en el baúl del vehículo, siendo trasladados hasta la Brigada, sita entonces en Avenida Sarmiento esquina Muñecas de esta ciudad. Apenas llegada al lugar, la dicente es salvajemente golpeada, no ocurriendo lo mismo con su hermana a quien únicamente le aplicaron una cachetada para que dejase de llorar (...) fueron liberadas a la noche del día siguiente”.


Tiempo después, en mayo de 1976, es secuestrada por tercera vez en horas de la madrugada, por individuos que cubrían tanto sus rostros como sus cuerpos con bolsas de arpillera y capuchas, no permitiendo que se supiese si estaban uniformados o de civil. Fue sucesivamente trasladada de campo en campo (de concentración clandestinos), sin poder determinar dónde estaban por encontrarse vendada, salvo en uno, en que la tuvieron en el primer piso al que se llegaba subiendo por una estrecha escalera, próximo a una arteria o avenida de mucho movimiento, por lo que deduce podría tratarse de la Escuela Universitaria de Educación Física.

Posteriormente es trasladada a otro lugar, más alejado de calles o rutas, donde habían numerosos hombres y mujeres, reconociendo tanto en este lugar como en el anterior la voz de Víctor Sánchez, de quien explica su afán persecutorio diciendo que lo conoce de muy chica siendo permanentemente acosada por él. Agrega que este último lugar está en condiciones de identificar como el Arsenal Miguel de Azcuénaga.

Volvemos sobre este caso en el anexo II, destinado específicamente a campos de concentración.

Sobre estos campos de exterminio, tortura y muerte, debemos decir –sin perjuicio de lo ya desarrollado más anteriormente– que cumplían un doble objetivo:

A) Era el complemento fundamental del mecanismo represivo, desde los cuales los servicios de Inteligencia del régimen obtenían los datos necesarios para completar el ciclo ya descrito de secuestro–tortura–delación ... etc, utilizando para ello el inhumano recurso del “interrogatorio”.

El interrogatorio podía realizarse en lugares de tránsito o en los campos mismos.

En lugares de tránsito (recordemos el ejemplo de la familia Argañaraz): aplicación de golpes, colgamiento, picana eléctrica, etc.

En los campos: aplicación de métodos más refinados. Veamos qué nos dice un liberado de uno de esos centros infernales, el de Arsenales (Leg. 151-F-84).


“... Entre las torturas que practicaban describiré algunas:

1) La picana eléctrica aplicada a las regiones más sensibles del organismo: mucosa nasal, lengua, oído, órganos genitales y párpados.

2) La cama eléctrica (recordar la silla eléctrica del caso Iñiguez): lo acostaban en un elástico metálico y aplicaban la corriente que lo hacía saltar, produciéndose a veces desmayos y muertes por paros cardíacos.

3) El arrastre: después de estropearlos con golpes de puño y látigo, los cautivos, vendados los ojos y esposados las manos hacia atrás y en los pies era arrastrados por un tractor en un suelo desparejo lleno de piedras y espinas.

4) El enterramiento: cavaban un hoyo de acuerdo al tamaño de la víctima, lo llenaban de recortes de ladrillos, lo introducían en el mismo y lo tapaban de tierra apisonada, todo el cuerpo con excepción de la cabeza y ahí los tienen varios días.

5) El submarino: introducían a la víctima en cilindros de más o menos 1 metro de alto con agua hasta las 2/3 de la altura (introducían) la cabeza, cuando ya se ahogaban los subían un poco y luego repetían la operación. Aquí también murieron varios.

6) El colgamiento: las víctimas eran colgadas de los brazos con alambres. La piel se recogía totalmente dejando al descubierto las superficies musculares.”.


Estos interrogatorios se realizaban sin límites de tiempo ni en la aplicación de la violencia.


B) El régimen de los campos, sus métodos, el tratamiento a los prisioneros, apuntaba a un objetivo muy concreto: la desintegración de la persona en todos sus aspectos:

a) pérdida de identidad: asignación de números a los detenidos.

b) aislamiento: no podían hablar, vendas en los ojos, manos y pies esposados, imposibilidad de cualquier contacto con el mundo exterior, incluida la luz (Leg. 10.23 bis), pérdida de noción del tiempo.

c) cosificación: sensaciones de ridícula impotencia, falta de higiene, castigos constantes, los seres humanos tratados como bultos o cosas.

d) constantes tormentos, con el telón de fondo de la muerte; sentir la muerte de otros prisioneros, esperar resignadamente la propia.

e) humillación permanente: se estipulaban cinco minutos para defecar, en medio del campo con espinas, siendo obligados a latigazos a arrastrarse sobre las mismas a modo de “higienización”.


Del Leg. 45-D-84, secuestro y posterior desaparición de Ángel Díaz; secuestro y posterior recuperación de la libertad de Werlino Díaz, ambos hermanos:

“...El secuestro se realiza en la vivienda que ocupaban los nombrado en el Barrio “El Cuadro” de Bella Vista, el día 23/8/75, por un grupo al mando del Teniente Barceló (jefe del destacamento militar de Bella Vista). El Teniente Barceló golpeó a Ángel con el taco de su bota en el rostro provocándole una herida en la frente al resistirse a ser introducido en el automóvil en que lo llevaron. En ese momento llega Werlino Díaz y encuentra su casa ocupada por el grupo Militar que estaba destrozando la misma (colchones, tiran los comestibles al suelo, roban objetos de valor, etc.).”

“El teniente Barceló se ensaña con él, lo trompea y zafa el hombro derecho con un golpe del fusil, luego de castigarlo le mojan el cuerpo con el contenido de tres sifones de sida y una jarra de agua y uno de ellos con un toma corriente de un cable que el dicente tenía como chispero, le pelan las puntas y comienzan a aplicarle corriente, esto lo hacía saltar de dolor y parecía que se le querían salir los ojos. El dicente les pedía por favor que lo mataran y un subteniente dijo ‘basta ya’ “.

“Luego, entre dos le atan los ojos con un cable eléctrico pero el párpado del ojo izquierdo le queda levantado, con una toalla le envuelven la cara, lo sacan y lo conducen en un automóvil por calles de tierra y ripio, deteniéndose a cada rato, y tiraban sobre él más gente en el piso del auto (por lo menos 5 personas); al bajar se le cae la toalla y puede ver que está en la comisaría de Bella Vista; lo paran al lado de una ventana y lo castigan a azotes con un cinto, a la vez que lo insultaban. No sabe cuánto tiempo estuvo allí hasta que lo sacan en un auto llevándolo a un descampado, tirado en el piso y con fuertes dolores, le sacaron el cable y le pusieron dos trapos fríos en los ojos. Calcula que sería al amanecer del día siguiente cuando lo llevan a una pieza donde lo sientan en una silla y una persona comenzó a interrogarlo. Lo llevan nuevamente a un lugar donde había muchas personas de quienes escuchaba sus gritos de dolor”.

“Pierde la noción del tiempo y se da cuenta de que está amaneciendo; durante el día no lo molestan, pero al llegar la noche volvían a interrogarlo y castigarlo lo mismo que a las otras personas (era terrible escuchar los gritos de dolor). Allí reconoció la voz de su hermano Ángel, de un joven Arsenio Pedraza. El lunes fue lo mismo y los hicieron sentar en una mesa larga para comer, le pareció que el lugar era una escuela.”.

“Escuchó además detonaciones de armas de fuego y cuerpos que arrastraban como si estuvieran muertos. También había mujeres, a una de ellas sintió cómo la violaban varias guardias.”.

“Esa noche, luego de interrogarlo nuevamente, lo suben a una camioneta con 4 personas, los bajan en un camino y los largan. Su hermano Ángel nunca apareció, y él perdió la visión del ojo derecho a raíz de la atadura con el cable...”:


Combinación de torturas y tormentos físicos con sicológicos, encontramos en el Leg. 292-F-84:

“... durante 15 días fue sometido a interrogatorios donde lo acusaban de subversivo y le preguntaban por otras personas. Aclara que no fue torturado propiamente dicho, pero estuvo “tirado” a la intemperie, sin ropas, soportando lluvias, etc., durante los 15 días.”

(...)

“... Otro día (estamos ya en el segundo secuestro del comparente) los llevaron maniatados y vendados los ojos a las proximidades del Río Salí, donde los bajaron y les dijeron que serían fusilados, les dijeron que contarían hasta 5 y los matarían; hubo un simulacro y contaron hasta 4; luego los desataron diciéndoles que se habían equivocado, que los disculpen; de allí los llevaron hasta el comando; allí se repitieron los interrogatorios y fueron dejados en libertad Vázquez y Belén. Pero al dicente le dieron una pastilla, que al parecer era una droga, pues de esos momentos tiene un vago recuerdo, como si fuera un sueño. Lo dejaron en libertad, pero su estado de inconciencia era tal, que anduvo vagando, en lugar de dirigirse hacia el sector céntrico de la ciudad, se había ido hacia el norte. Recién cerca del Cementerio del Norte “despertó” de ese estado...” (Fs. 1 y 2).


Igualmente, ejemplos de tortura sicológica, citamos el Leg. 229-F-84, citado en anexo de presos políticos legalizados, cuando el joven Fuigueroa lo introducen vivo en un ataúd durante varios días, junto a la amenaza de que iban a matar a sus padres y hermanos, realizada por el Inspector Albornoz.

El uso de vendas era un elemento intrínseco al desarrollo de todo proceso represivo, a fin de garantizar la clandestinidad y la impunidad. En la causa N° 163 leemos:

“... uno de los otros detenidos pedía por favor a los guardias que iban con nosotros en la camioneta que le aflojen las vendas porque lo estaban lastimando, y uno de los guardias le respondió: ‘en la morgue te la vamos a sacar’...”.

 

 

 

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