Informe Político

Informe de la Comisión Bicameral - Tucumán 1974-1983 (Anexo I)

 

IV. Consideraciones Generales

Los tristes récords de la barbarie aquí implementada, han traído hacia nosotros los ojos de la humanidad, hasta convertirnos en el espejo brutal de la perversión donde se miraron, azoradas primero y espantadas después, las naciones civilizadas.

En el año 1979, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, que había llegado ex profeso a nuestro país, concluyó sus investigaciones manifestando: “... que por acción u omisión de las autoridades públicas y sus agentes, en la República Argentina se cometieron numerosas y graves violaciones de fundamentales derechos humanos...”.

Casi repentinamente, la expresión derechos humanos, comenzó a ocupar espacios cada vez mayores en la prensa y se dibujaba casi como un susurro en los labios del aún temeroso ciudadano común.

En su expresión más conocida y actual, la violación de los derechos humanos, designa todo lo que los argentinos vimos en algún momento de auge de la brutalidad terrorista, incorporado a lo cotidiano y que el citado informe de la OEA enumeró escrupulosamente.

Comprende las siguientes enunciaciones:

DERECHO A LA VIDA (muertes ilegales, desaparecidos)

DERECHO A LA LIBERTAD PERSONAL (detenciones indiscriminadas y arbitrarias, limitación del derecho de opción, prolongada permanencia de asilados en embajadas.

DERECHO A LA SEGURIDAD E INTEGRIDAD PERSONAL (torturas, tratos crueles, inhumanos y degradantes).

DERECHO A LA JUSTICIA Y PROCESO REGULAR

DERECHO A LA LIBERTAD DE OPINIÓN, EXPRESIÓN E INFORMACIÓN.

SUSPENSIÓN DE LOS DERECHOS LABORALES Y POLÍTICOS

RESTRICCIONES A ACTIVIDADES RELIGIOSAS Y AL ACCIONAR DE LOS ORGANISMOS DE DERECHOS HUMANOS.


Sin embargo, la tremenda vigencia que ha cobrado esa llaga viva, que constituye el drama de los millares de argentinos desaparecidos, ha centrado la problemática de los derechos humanos en ese punto. El mundo entero ha adoptado la palabra “desaparecidos”, sin ser traducida a ningún idioma. Se la usa directamente en su versión castellana.

Compartiendo las palabras de Ernesto Sábato, decimos: “La desaparición forzosa de personas, no es una violación más a los derechos humanos, sino una suma de violaciones (a la vida, a la integridad física y psíquica, a la legal defensa, al contacto con los familiares, etc.); por la magnitud de la tragedia que esto conlleva, la desaparición forzada de personas se encuentra en la tenebrosa categoría de crímenes contra la humanidad (lesa humanidad)”.

La tragedia que vivió nuestra patria, ha opacado las tristes memorias de las eras hitlerianas, mussolinianas y stalinianas.

Pese a que nada está más lejos del ánimo de esta Comisión Bicameral, que desconocer la tremenda y terrible dimensión de la tragedia de los desaparecidos, que ha merecido el principal esfuerzo de nuestras investigaciones, resulta importante señalar el extenso campo de acción que abarca la lucha por la defensa de los derechos humanos, avanzando en su visión más restringida, a la que realmente debe estar referida.

En efecto, en un país como el nuestro, donde hace medio siglo padecemos la recurrencia crónica de golpes militares, donde el autoritarismo bloquea la participación creadora del pueblo y le cercena continuamente la posibilidad de expresarse, un país donde pese a estar dotado de una naturaleza de abundancia, que nos ha convertido en pródigos productores de alimentos, mueren de hambre miles de niños y estadísticamente observamos que el consumo de proteínas por habitante, cae de manera alarmante.

Un país que alguna vez atrajo la mirada de la humanidad por la pujanza de sus indicadores económicos, hoy ve caer incesantemente su producto bruto, su ingreso per cápita y ve desmantelarse su capacidad industrial, laboriosa y sacrificadamente construida por varias generaciones.

Un país que se ufana y jacta de tener 30 universidades estatales, según recientes estadísticas, posee también 5.000.000 de analfabetos potenciales, de los cuales 1.000.000 son analfabetos absolutos, mientras la deserción escolar llega a niveles tales, que de cada cien niños que comienzan la escuela primaria, sólo terminan 50 y de éstos apenas 15 completan el ciclo secundario.

Un país donde en el año 1971, tenía posibilidad de acceder a la universidad uno de cada 25 niños que ingresaban a la escuela primaria, llega a 1981 donde sólo uno sobre 250 tendrá esa oportunidad.

Un país donde se había erradicado enfermedades endémicas hace ya varias décadas, hoy las ve resurgir. Es el caso de la tuberculosis, la lepra, la sífilis, el paludismo, las parasitosis endémicas (éstas, son casi 3.000.000 de afectados). Todo este cuadro, haría de decir al doctor René Favaloro, Asesor en Materia de Salud Pública del Ministerio de Planeamiento en 1977, que “... las carencias en materia de salud son aterradoras”. 

La Argentina es un país despoblado, donde la crisis económica bloquea su crecimiento demográfico, desalentando el matrimonio y donde el hambre ya golpea las puertas de los hogares, por la caída de sus salarios a niveles alarmantes; donde los jóvenes deambulan desesperados buscando trabajo (ocupándose a veces, por sumas miserables que los mantienen en una profunda indigencia); donde crece la delincuencia en todos los terrenos.

Recurrimos nuevamente a ese extraordinario Documento de Puebla que ya hemos citado y de sus parágrafos 31, 32, 33, 35, 37, 38 y 39, extraemos los siguientes profundos conceptos:

“La situación de extrema pobreza generalizada; adquiere en la vida real, rostros muy concretos en los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela:

– Rostros de niños golpeados por la pobreza desde antes de nacer, por obstaculizar sus posibilidades de realizarse a causa de deficiencias mentales y corporales irreparables. Los niños vagos muchas veces explotados, de nuestras ciudades, fruto de pobreza y desorganización moral familiar;

– Rostros de jóvenes desorientados por no encontrar su lugar en la sociedad, frustrados sobre todo, en zonas rurales y urbanas marginales, por falta de capacitación y ocupación;

– Rostros de campesinos que, como grupo social, viven relegados en casi todo nuestro continente, a veces, privados de tierra, en situación de dependencia interna y externa, sometidos a sistemas de comercialización que los explotan;

– Rostros de subempleados y desempleados, despedidos por las duras exigencias de crisis económicas y muchas veces de modelos de desarrollo, que someten a los trabajadores y a sus familias a fríos cálculos económicos.

– Rostros de marginados y hacinados urbanos, con el doble impacto de la carencia de bienes materiales, frente a la ostentación de las riquezas de otros sectores sociales;

– Rostros de ancianos, cada día más numerosos, frecuentemente marginados de la sociedad del progreso, que prescinde de las personas que no producen”.


Nuestro país ha sido víctima de un renovado auge de doctrinas de fuerte contenido elitista y antipopulares que se han tenido que asentar en modelos autoritarios, para podernos imponer recetas económicas de profundo contenido antihumano, que hacen de las personas simples cifras estadísticas, en aras de un eficientismo traducido en procesos de concentración de la riqueza y el capital, impidiendo el desarrollo del aparato productivo.

Estas filosofías sustentadas en la supremacía coactiva de las ultraminorías para cercenar legítimas conquistas de los pueblos y que a la vez le niegan a éstos, el protagonismo histórico que les asegura la democracia. Estas, así planteadas, son filosofías e ideologías violatorias de los derechos humanos.

¿Acaso una sociedad indiferente al hambre, la miseria, a la mortalidad infantil, el analfabetismo, al atraso cultural y sanitario, a la actividad de los mercaderes del vicio (de la droga, la prostitución, la pornografía, etc.), no conduce inevitablemente a la violencia y al atropello de los derechos humanos más elementales?

Los obispos argentinos, en 1983, en un documento titulado “Dios, el Hombre y la Conciencia”, afirmaban: “no hay Paz sin Verdad; hay falsa Paz si se la funda sobre la falsedad y la mentira. Tampoco la hay sin justicia, pues la injusticia genera indefectiblemente la violencia”.

A estas palabras podríamos agregar la sentencia de Paulo VI en la Encíclica Populorum Progressio: “Es cierto que hay situaciones cuya injusticia clama al Cielo. Cuando poblaciones enteras, faltas de lo necesario, viven en una tal dependencia que les impide toda iniciativa y responsabilidad social y política, es grande la tentación de rechazar con la violencia tan graves injurias contra la dignidad humana”.

Señores legisladores: el saldo que nos dejó el “proceso”, habla a las claras de la injusticia de un régimen que violó los derechos humanos en su globalidad. Se conculcaron las Libertades Públicas y los Derechos Constitucionales, aniquilando todo vestigio de democracia.

Cuánta verdad existe en las palabras claras y firmes de Esteban Echeverría, cuando decía: “No hay libertad donde el hombre pueda ser vejado e insultado por los sicarios del poder arbitrario...” “... no hay libertad donde al hombre se le puede turbar en su hogar, arrancarlo del seno de su familia y desterrarlo fuera de su Patria...” “... no hay libertad donde su seguridad, su vida y sus bienes están a merced del capricho del mandatario...”.

Nunca la violencia puede responderse con más violencia, so riesgo de caer en una espiral incontrolada, tal como se ha verificado en nuestro caso. Hemos dicho ya, que estos flagelos reconocen como causa, la injusticia y la marginilidad y afirmamos que el único modo de combatirlos, es ejercitando nuestros derechos a través de la Justicia.

Traemos a colación, en este sentido, el ejemplo de Italia, donde dentro del más puro concepto legal no sólo se derrotó a las Brigadas Rojas, sino que sus líderes encarcelados han abjurado de sus exóticas y peregrinas ideas y colaboraron para erradicarlas.

Cuando se produjo el secuestro de Aldo Moro, el señor general Della Chiesa, a la sazón jefe de la policía italiana, no permitió la tortura de los detenidos y dijo entonces aquella célebre frase: “Italia puede permitirse perder a Aldo Moro, pero no puede permitirse implantar la tortura”. España es otro ejemplo. A la violencia de la ETA no se responde con el terrorismo del Estado, sino con la fuerza de la ley.

La Justicia puede sancionar pero cumple también una función purificadora. ¿Cómo es posible identificar la conducta de los equivocados con la conducta de la nacionalidad que decían representar?. La Patria no tortura, la Patria no asesina y en su nombre nadie debe torturar ni asesinar. Es mucho más lamentable y peligroso que refugiarse en los montes para cometer delitos, refugiarse en las instituciones que son pilares de la nacionalidad.

Por otro lado, mucho debemos agradecer la intervención y la solidaridad internacional , notable factor de moderación y freno cuando el horror de la masacre logró filtrar el silencio blindado de los primeros años de la dictadura y la opinión pública pudo acceder al conocimiento de los estremecedores hechos que estaban ocurriendo en nuestra Patria.

Así como hoy expresamos nuestro reconocimiento a la preocupación de muchos gobiernos del mundo por la suerte corrida por las víctimas del atropello, así también no podemos dejar de mencionar la actitud negativa adoptada por la Unión Soviética y países de su esfera de influencia, que bloquearon repetidamente en las Naciones Unidas la iniciativa de los organismos internacionales de derechos humanos, tendientes a obtener una condena a las violaciones de la dignidad del hombre por parte de la dictadura argentina.

La Unión Soviética, en sus programas de radiodifusión destinados a América Latina, omitió sistemáticamente toda mención a la tragedia en que estábamos sumidos.

Con respecto a la Iglesia, su Santidad Juan Pablo II, en varias ocasiones resaltó el drama de los desaparecidos en la Argentina y se solidarizó públicamente con el dolor de los familiares de aquellos. Igual actitud tuvo el órgano periodístico oficial de la Santa Sede, L’Osservatore Romano, en reiteradas ocasiones, llegó incluso a descalificare duramente en una oportunidad a uno de los más connotados personeros de la barbarie. En nuestro país hubo sacerdotes que concurrieron en defensa de las víctimas del genocidio y en asistencia de sus familiares.

Si bien es cierto que entre los miembros de la jerarquía eclesiástica hubo quienes tuvieron valientes posiciones de denuncia permanente y oposición a las violaciones de los derechos humanos, también hubo quienes apartándose de la Doctrina de Cristo, guardaron silencio para con las aberraciones del régimen.

Hubo obispos como los monseñores Novak, Angelelli, De León, De Nevares, Zaspe y Hessayne, entre otros, dignos pastores de su pueblo que se hicieron eco de la Parábola del Viñador: “Seremos sarmientos fecundos si nuestra inserción en la vid es firme y probada”. Los que no se inserten a la vid conforme la parábola, que la Historia y Dios los juzguen.

No podemos terminar esta breve reflexión sobre la Iglesia sin hacer alusión a su propia cuota de sangre en ese período, ya que nadie ignora que suman varias decenas los sacerdotes, monjas, seminaristas y laicos inmolados por el terror represivo.

El asesinato de monseñor Angelelli, Obispo de La Rioja, de monseñor León, Obispo de San Nicolás, que nos llenaron de especial espanto y repulsión, obliga a un reconocimiento ciudadano por su constante accionar contra los crímenes de la represión, a la que enfrentaron llevando como única arma su axioma: “Un oído puesto en el Evangelio y otro en el Pueblo”.

Otro sacerdote, el reverendo Carlos Muría, integrante también de ese noble pueblo riojano, 3 horas antes de ser secuestrado, dijo en el sermón de la misa que oficiaba en esos momentos: “Podrán hacer callar la voz del Obispo y podrán hacer callar la voz de Carlos Muría, pero no podrán acallar el Evangelio, que es la Voz de Jesús”.

Debemos recordar especialmente dos sucesos que causaron honda conmoción en la opinión pública nacional e internacional: el crimen de los seis seminaristas y dos sacerdotes palotinos, y el secuestro y desaparición de dos monjas francesas.

Aquí, en Tucumán, el sacerdote Isidoro de Bassols, a la sazón párroco de la iglesia Del Sagrado Corazón, acogió y protegió a un numeroso grupo de padres, madres y familiares de las víctimas de la represión y cuando en vísperas de la Navidad de 1978, integrantes de ese grupo fueron detenidos para que no pudiesen concurrir a una misa por sus seres desaparecidos, el mismo cura en persona los asistió en la Brigada Femenina de la Policía, donde fueron alojados durante tres días.

La Asamblea Nacional de Francia, en 1789, al declamar sobre “Los Derechos del Hombre y del Ciudadano”, expresaba: “... la ignorancia, el olvido y el desprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de las desgracias públicas y de la corrupción de los gobiernos”.

Pero antes, mucho antes de la Revolución Francesa, allá en los orígenes mismos de la Humanidad, Dios, Supremo Legislador, custodiaba celosamente la obra de su creación, haciendo al Hombre a Su imagen y semejanza, reclamando luego por la voz de los profetas contra la malversación de los valores, contra la inconducta fraterna, contra la explotación.

Por eso, señores legisladores, los que han sometido a nuestra sociedad a los horrores brutales de la violencia, de las torturas y de la muerte misma, cualquiera sea su signo ideológico, han atentado contra Dios, Nuestro Creador. Ignoraban las palabras de Cristo: “No temáis a los que matan el cuerpo y en seguida no pueden hacer nada más”.

Frente a esa pesadilla espantosa, cabe preguntarnos: ¿por dónde entró tanto odio en los corazones?; ¿cómo anidó en los hombres el odio irracional, el sadismo, la técnica infernal de la tortura física y mental?. Tal vez sólo los mayores felones de la historia universal, puedan explicarse si es necesario para la “paz” y la “seguridad” de la Patria, entregar a una aterrorizada madre el cadáver masacrado de su hijo de 17 años, con los testículos colocados en la boca, como ocurrió aquí en Tucumán.

También tendríamos que preguntarnos si para imponernos una filosofía extraña a nuestro sentir y a nuestro ser, se justificaba cualesquiera de los crímenes y aberraciones que se cometieron.

Este es un tiempo de valoración y nadie sostiene ni podrá sostener que el terrorismo ofrece una respuesta a los grandes temas nacionales o que la metodología de la lucha era legítima, pero sí vamos a afirmar que tenemos una Constitución y que en defensa de la Ley Suprema no admitimos jamás que nadie la use como escudo o razón para incurrir en actos delictivos, porque estos cercenan o aniquilan el espíritu de su contenido.

AL terrorismo, cualquiera fuera su signo, de derecha o de izquierda, al igual que el ejemplo que hemos mencionado: de Italia y España, debemos abatirlo hasta sus últimas consecuencias dentro de lo que nos norma la ley, porque de lo contrario caeremos en lo que ellos quieren, o sea, que se usen sus propias y aberrantes metodologías.

Al retorno a la democracia nos encontramos con un país destruido y asolado humana y materialmente, al que es preciso reconstruir perentoriamente con el esfuerzo de todos. Pero sabemos que ninguna Nación se reconstruye sobre el odio, el rencor y, menos, la venganza.

Por eso, señores legisladores, creemos que lo vital y urgente es la reconciliación de esta sociedad, que ostenta hondas heridas en su tejido social, a las que es preciso curar adecuadamente para cerrarlas –mediante la Verdad y la Justicia– y que el tiempo las deje cicatrizar.

Lo que no podemos hacer, aunque quisiéramos, es hablar de reconciliación cuando las heridas aún permanecen abiertas. Y no podemos cerrar definitivamente este capítulo trágico de la violencia, mientras sigan resonando en la conciencia de la Nación los ecos de las voces de los desaparecidos que reclaman justicia, la de los niños que claman por ver a sus padres, las de esas madres que unieron sus dolores y soledades en un esfuerzo abnegado y silencioso y que también tienen sus propias víctimas.

Mientras no se acallen las letanías de las cárceles ilegales, donde sólo Dios sabe qué tormentos soportaron sus prisioneros; mientras perdure el resonar de las puertas derribadas en los nocturnos operativos perpetrados por los encapuchados, personeros de la muerte, que ocultaban cobardemente sus rostros para profanar la paz de los hogares.

Tenemos, entonces, que resolver necesidades mediatas e inmediatas. Las inmediatas ya están en manos de la Justicia, la que ha recibido así el desafío de la historia de llegar al meollo del asunto en cada una de las causas que le hemos entregado y dictar lo que a derecho corresponda, reparando así el daño causado.

Por eso, señores legisladores, es necesario que sigamos bregando por una justicia independiente de los poderes de turno. Ello será el mejor reaseguro para la democracia. ¿Cómo avanzar en ese camino?. Designando jueces que sean garantía de probidad, capacidad y de respeto de sus conciudadanos. No interesa ni debe interesar su bandería política porque si goza del respeto de la ciudadanía, es porque ha hecho méritos para acceder a la magistratura.

Las necesidades mediata, radican en unir los esfuerzos de todos los argentinos para construir una sociedad justa, igualitaria y pluralista, con un hondo contenido de justicia social.

Removiendo las causa de las injusticias, del atraso, de la dependencia, habremos eliminado los focos de cultivo donde generalmente se desarrolla el germen de la violencia.

Todo lo pasado habrá sido en vano si no avanzamos con obras y hechos para erradicar las ideologías que se basan en el empleo de la violencia y que son las únicas beneficiarias en toda situación de caos, por lo que siempre tienden a crearlo con prédicas confucionistas y hechos anónimos y aberrantes.

Señores legisladores: anhelamos un país donde exista el más amplio pluralismo ideológico y político, donde cada cual pueda expresar libremente sus ideas y luchar, siempre en el marco estricto de la legalidad, para hacer realidad el modelo de Nación que desea.

Previo a finalizar este informe, corresponde rendir un justiciero homenaje a ese grupo de mujeres pertinaces y fuertes, que ya están en la contemplación y admiración de todos los observadores del mundo y que llevan el nombre de “Madres de Plaza de Mayo”.

Esas heroicas mujeres, son el símbolo vivo de la resistencia a la atroz dictadura y de una lucha decidida por la Vida y por la Libertad.

En este sencillo homenaje que rendimos a estas madres, sintetizamos el que se merecen todas las organizaciones que con verdadero coraje civil y sólo llevado en sus manos las leyes y la Constitución de la Nación, bregaron y lucharon en desigual porfía en defensa de los derechos humanos.

Señores legisladores: La Comisión Bicameral ha tenido por mandato, la delicada misión de bucear en una historia infernal e incomprensible. El horror, el miedo y la vergüenza llegaron a debilitar las luces de la razón y a someter los brazos de nuestra voluntad. Que la Justicia cuarteada por la Ley, ponga en senderos de paz tan amargos frutos de nuestro pasado. Pero la Paz ha de ser fruto de la Justicia. Nunca el olvido engendró hijos sanos y robustos, porque el olvido no está en el orden de la Verdad, es más bien un subterfugio de la mentira.


Honorable Legislatura:

Que los altos Tribunales de la Justicia se hagan merecedores de aquella seguridad y ecuanimidad de la sentencia del Apocalipsis: “...cuando el mar entregue los muertos que había en él y la muerte y el infierno nos entreguen a los muertos que tenían adentro y se dé a cada uno la sentencia según sus obras, recién quedarán fuera los perros y los hechiceros, los deshonestos y los homicidas, los idólatras y todo aquel que ama y practica la mentira”.

Y de esa manera, señores, se salve la prosapia de San Martín y la descendencia de los hombres de sangre generosa, porque sólo así será posible y permanente el reinado de la vida.


Fdo.:

Dr. ALEJANDRO SANGENIS
Diputado Provincial
Presidente Comisión Bicameral

Dr. CARLOS MESCHWUITZ
Senador Provincial
Vice-Presidente Comisión Bicameral

ARTURO SASSI
Diputado Provincial
Secretario Comisión Bicameral

Dr. ARMANDO BAUNALY
Senador Provincial
Comisión Bicameral.

 

 

Indice del Informe