3. El Desfile

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

La primera vez que me enfrenté a Rebechi no imaginé el lugar que ese oficial de la inteligencia de la policía provincial jugaría en mi vida.

Aquel era un día soleado de mayo de 1973. Había caído la dictadura de Onganía, Levingston y Lanusse (10) y estaba asumiendo Cámpora, el compañero Presidente, como decían los de la Jotape.

En aquel 25 de mayo se hacía un desfile militar en la costanera y la Fede había resuelto volantear con un llamamiento del tipo: “Soldado, hermano, no tires contra el pueblo”.

Nos habíamos comprometido unos cinco compañeros pero a la hora de comenzar éramos sólo dos: Daniel y yo. Decidimos volantear igual aunque sin campana en las esquinas, como se estilaba en los días de ilegalidad.

Sería porque nos sentíamos un poquito dueños de esa democracia conquistada por el pueblo.

Empezamos a entregar los volantes a los soldados que, un poco sorprendidos, los agarraban con ganas. Es más, algunos respondían a nuestro saludo haciendo la venia, así que empezamos a hacernos los graciosos saludando marcialmente a los que desfilaban, como si fuéramos alguna autoridad a la que le debieran respeto. Y algo de eso había.

También ellos habían vivido en esa Argentina del Cordobazo y la lucha armada. Seguro que no pocos de ellos habrían militado en la Jotape, en la Fede o en alguna de las tantas organizaciones juveniles que habían protagonizado la resistencia a Onganía y su cría.

El desfile era del puente para el lado del balneario Guadalupe, y nosotros caminábamos al revés. No faltarían más que una o dos cuadras cuando un grupo de policías de civil, varios jóvenes de vaquero, zapatillas y remera y uno mayor de saco y corbata, nos detuvieron amablemente y amablemente nos llevaron a una seccional cercana.

-Ustedes saben que no se puede volantear un desfile militar, dijo el de saco y corbata iniciando una discusión política que, ingenuos de nosotros, aceptamos con sumo placer. 

No había nada que nos gustara más que discutir de política y así lo hicimos sin darnos cuenta que estaba aplicando una de las técnicas más sencillas para calibrar al detenido que tenían enfrente: hacerlo hablar de política para comprobar el manejo de la línea política de la organización a la que pertenece el militante que tiene bajo su control.

Al cabo de un rato, alguno de nosotros se aburrió y quedamos detenidos en averiguación de antecedentes.

Nos encerraron en una oficina vacía que estaba al lado de la Guardia donde nos habían interrogado; pero aquella primera vez la seccional me pareció limpia, segura, casi tranquilizadora.

A las cinco o seis horas salimos en libertad y corrimos hasta el club Ferrocarril Oeste, de Gral. López y Saavedra  donde había una fiesta de la Fede y donde nuestra llegada fue celebrada casi como una victoria popular con cánticos y puños en alto. 

La noche estaba muy linda: había vino, empanadas y compañeras de la universidad que venían por vez primera, pero yo me fui enseguida.

Quería volver rápido a casa a contarle a mi viejo mi primera encanada.

 


Notas 

(10) Los tres fueron presidentes de facto impuestos por las Fuerzas Armadas que asaltaron el gobierno el 28 de junio de 1966 derrocando al presidente radical Humberto Illia.

 

  

 

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