11. Milico de Pueblo

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

En la Cuarta estábamos todos ilegales, pero eso no quería decir que no supiéramos dónde estábamos, ni que estuviéramos totalmente aislados. 

Un policía, que había militado en la Fede me conectó con “afuera”.

En 1971 me designaron para colaborar con una de las luchas más interesantes de aquellos años: la de los productores de frutilla de Coronda que resistían la entrada de la producción brasileña porque los arruinaba. Se organizaron y realizaron algunas movilizaciones, incluso una marcha con tractores sobre la ruta. Hay que recordar que todavía estaba la dictadura de Levingston, y que ninguna lucha era fácil.

Uno de los jefes de la lucha se afilió al Partido, y todavía anda el Pepe entre nosotros.

Para mí fue muy importante porque era la primera vez en mi vida que me acercaba tanto a la vida campesina, si bien Coronda era más parecida al valle del Río Negro que al norte santafesino o los latifundios del sur que era a lo que hacían referencias los materiales partidarios.

Y ni hablar de encontrar algo parecido a los mujiks (29) que describía Lenin en El desarrollo capitalista de Rusia. 

Predominaba la pequeña producción, dado que con muy poca tierra, creo que con cuatro hectáreas, ya se podía montar una unidad productiva.

Claro que tal producción intensiva exigía el trabajo de muchos obreros rurales, y eso convertía a los pequeños productores en verdaderos patrones. Con más afinidades con la burguesía que con la clase obrera.

Pero por entonces, nos bastaba con que fueran gente que vivía en el campo y que quería pelear contra la dictadura, o contra alguna de sus políticas.

La Fede se vinculó a un grupo de jóvenes obreros rurales de los pueblos cercanos a Coronda, y comenzamos con ellos una importante labor de educación política y organización.  Yo iba dos o tres veces por semana y llegué a hacerme bastante compinche de algunos.

Uno de ellos, digamos Roberto, se me apareció un día en la Cuarta vestido de policía. La primera vez que me vio, sólo me miró. Abrió grande sus ojos negros, pero no movió ni un músculo de la cara, no hizo ninguna seña. Agarró una escoba que estaba en el baño del patio, y se puso a  barrer.

Los días siguientes dio vueltas por el patio adonde estaba mi celda pero sin decir nada hasta que un día me encontró solo -se habían llevado a los compañeros la noche anterior- y sin muchas palabras, me preguntó si podía ayudarme en algo. Le pedí que avisara que yo estaba en la Cuarta.

No dijo nada, sólo me preguntó adonde quería que avisara antes de marcharse rápidamente.

Y cumplió.

Arriesgando que lo pusieran en la misma celda conmigo, o aún peor, porque a los que se pasaban de lado los castigaban con una saña increíble, fue hasta la casa de mis tíos, vestido de civil, y pasó el dato de que estaba en la Cuarta.  

En el primer momento me dolió muchísimo verlo con uniforme de policía, aunque luego me demostró que debajo del uniforme seguía siendo un trabajador con un grado de conciencia política nada despreciable. 

Sin embargo, pensando un poco, no era tan inexplicable lo que había pasado.

La lucha de los productores de frutilla tuvo éxito en el plano estrictamente reivindicativo económico: la importación se paró o se dificultó, e incluso una parte de ellos se organizó en una cooperativa de producción que todavía funciona.  Pero la consigna de fondo, que cada joven campesino acceda a la tierra, no se cumplió y Roberto siguió sin futuro alguno.

Entre changuear eternamente por monedas y cobrar un sueldo seguro en algún momento se decidió por el empleo policial, vaya a saber por qué poderosa razón puntual.

Pero cuando me vio, en el estado que estábamos allí, sabiendo como seguramente sabría lo que nos esperaba, debe haber recordado las reuniones, las mateadas, las caminatas al río, mis intentos de explicarle las causas de su pobreza y las razones del por qué de la ineluctabilidad del socialismo y sus largas explicaciones sobre como se cultivaba y como se cosechaba la frutilla, las noches en que nos íbamos a los bailes del pueblo y a la madrugada me acompañaba a tomar el colectivo de regreso a Santa Fe; los esfuerzos que hice para ganarme a su prima Gimena....

Y  resolvió arriesgarlo todo. Sabiendo, como ahora sabemos, a lo que  se exponía, lo valoro aún más que entonces.

A partir de ese momento una prima mía, la Kuki, acompañada por Julio (30), un compañero de trabajo y militante de la Fede, reclamaban todos los días para verme, traían fruta aunque no se las aceptaban, les rompían la paciencia casi hasta el límite de la inconsciencia.

Y los canas sufrían el impacto. 

Ya venían  todos a contarme que habían venido a reclamarme y  que ya había salido en el diario El Litoral una denuncia de mis familiares de que estaba en la Cuarta.

La sensación de haber roto el aislamiento total era muy fuerte, y la confianza en que seguíamos siendo una fuerza que no abandonaba a sus militantes, también.  Incluso me causaba ciertos roces con los otros compañeros, cuyas organizaciones no estaban en condiciones de brindarles el respaldo que yo recibía.  Por supuesto que yo mantuve en el más estricto secreto la ayuda de Roberto (31) así que nadie se explicaba cómo se había enterado el Partido del lugar de mi detención.

Y esa situación contribuyó a aumentar el mito del aparato del Pece, que por supuesto existía pero todo era mucho más artesanal y precario de lo que casi todos imaginaban.

En la Cuarta, con aquel policía que rompió el aislamiento al que me sometía la patota, me convencí de que a pesar de todos los errores, los comunistas éramos representantes de una tradición política, con un grado de reconocimiento popular, que nos daba legitimidad a pesar de cualquier ley o decreto. O de nuestros propios errores, o limitaciones históricas.

Porque para casi todos éramos la identidad de los que luchaban contra la explotación, y con esa causa se colaboraba. Con inteligencia popular.

Más adelante, en la Guardia de Infantería Reforzada, me volvió a pasar de que algún guardia colaborara con el Pece; e incluso en Coronda, aunque yo entonces no supiera quién (32), uno de los guardias traía y sacaba información, arriesgando su vida cada vez

Roberto apareció en la Cuarta a los veinte días del secuestro.

Y desde ese momento, a la sensación de ahogo, de angustia, a esa extraña convicción de que simplemente me matarían, también empecé a sentir que - pasara lo que pasara- estaría acompañado, protegido, cuidado por los míos.

 


Notas 

(29) Nombre de los campesinos siervos de los terratenientes rusos. La Revolución socialista intentó ganarlos entregándoles la propiedad de la tierra, pero fracasó en su intento de cooperativizarlos.

(30) Julio es Julio Gambina, director de Idelcoop y del Centro de Estudios de la Federación de Trabajadores Judiciales Argentinos.

(31) Es más, creo que es la primera vez que lo cuento en algún lado

(32) Ahora lo sé, pero todavía no es tiempo de dar más detalles sobre el tema del aparato ilegal del partido en la Cárcel de Coronda durante los años del terrorismo de estado. Ya llegará el momento de rendir el necesario homenaje a quienes lo merecen. Ellos saben que será así.

 

  

 

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