16. El Puerto

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

El laburo en el puerto me lo había conseguido un tío materno que fue por muchos años una especie de gerente de comercialización de La Continental (40) en Rosario.

Era la época de la Junta Nacional de Granos y el laburo era muy sencillo: controlar que la Junta embarcara lo que la Continental facturaba.

El cereal se almacenaba en los elevadores y de allí se despachaba por medio de unos conductos como mangas, previa pesada de la carga. La balanza era automática: se llenaba un depósito parecido a un ascensor, o mejor dicho un montacargas, de cereal, se pesaba y la balanza tiraba un cartoncito con los datos de cada operación.

Mi trabajo era anotar cada pesada en una planilla para controlar que se embarcara lo que se decía. También se controlaba la humedad, la proporción de veneno que se ponía y la cantidad de granos quebrados. Pero eso lo hacía un “práctico” que cada tanto metía un tubo para sacar cereal y hacer las pruebas.

Lo bueno del laburo era que se pagaba por turno y se contaba un turno aunque no se laburaran todas las horas. Por ejemplo: si el turno era de 6 a 12 y la carga empezaba a las 11 ya se contaba un turno; si después se tenía que seguir un rato pasadas las 18 ya se sumaba otro turno, y se pagaba bastante bien.

A mí me gustaba mucho porque desde los elevadores se veía el río y las islas; y porque además era un ambiente de trabajo bastante distinto a lo que yo conocía, que era más bien el pobrerío de las villas de la zona oeste de la ciudad.

Apenas me afilié a la Fede me habían mandado a ayudar a renovar carnets  a los compañeros  del Partido de la zona Oeste. Aunque el secretario del barrio vivía muy cerca de mi casa, para mí era como otro mundo. Mi mundo era de Avenida Freyre para el centro, el de Bachi era de la Avenida Freyre para el lado del río Salado.

Bachi me esperó en su casa, en Mendoza y Circunvalación, me convidó unos mates y salimos a caminar por Santa Rosa de Lima, por barrio El Triángulo y por el terraplén del ferrocarril, repitiendo exactamente el mismo recorrido que Fernando Birri había filmado en su clásico Tire Die, un documental de estilo neo realista que describía el mundo de aquellas villas miseria, y de los hombres y las mujeres que las habitaban.

Tire Die fue una película muy premiada en su tiempo, una de las primeras producidas por el Instituto de Cine de la Universidad del Litoral, que Isabelita y el lopezreguismo (41) destruyeron en el ’76 y que luego los milicos cometieron la perversión de robarse las cámaras para usarla en los operativos represivos.

Las mismas cámaras que Birri y sus discípulos habían usado para retratar ese Santa Fe inundado, sumergido en la pobreza que los escritores y poetas oficiales ignoraban rigurosamente y que los de la Fede vimos en una de las funciones de estreno que Birri dio en el Club Peretz, fueron robadas nada menos que para filmar las sesiones de tortura, la destrucción científicamente planificada de seres humanos...

Nosotros veíamos mucho cine, y discutíamos mucho. Los domingos a la mañana había funciones del Cine Club Juvenil en que nos encontrábamos casi todos los que nos iniciábamos en el compromiso social.

Fernando Birri se tuvo que ir del país y años después fue uno de los fundadores de la maravillosa Escuela de Cine que los cubanos, con apoyo internacional, armaron en San Antonio de los Baños, cerca de La Habana, y que yo conocí personalmente en 1990.

Pero en aquel 1969, en aquella primera excursión por las villas de Santa Fe, la impresión más fuerte, la que más me alejaba de los libros rusos sobre el comunismo y me empezaba a instalar en la realidad cercana, pero hasta ahí desconocida, fue la de entregar carnets del Partido a unas mujeres que trabajaban en un quilombo de putas.

Yo observaba el diálogo del Bachi con “las chicas” y sencillamente me quedé mudo ante esa escena totalmente inesperada para mí, más propia de una película de Fellini que de una de  esas novelas rusas con héroes positivos, política y moralmente intachables, y toda la onda que empujaba el realismo socialista.

Después, el Bachi, matándose de risa, me explicó de qué se trataba: habían afiliado a un montón de gente en un picnic sin saber bien quiénes eran, y ahora que venían a conocerlos personalmente se daban cuenta del asunto.

Por supuesto que les entregó el carnet, pero sin hacerse muchas ilusiones sobre la incorporación efectiva de aquellas mujeres a la lucha social. Por lo menos tal como se la promovía en aquellos años.

Otro personaje que conocí en aquellos días era el Chiquito González, un  villero comunista que me dio mis primeras lecciones de organización partidaria.

-A un comunista, me dijo, nunca le pueden faltar una birome, una gomera y una bicicleta.  La bicicleta para andar por los barrios, la gomera para defenderse si te atacan y la birome porque nunca se puede saber cuando se puede afiliar alguien al Partido.

Pero la gente del puerto difícil que se afiliara al Pece. 

Casi todos habían entrado por acomodo y eran bastante buchones (42). Yo me hacía el distraído, no me prendía en ninguna charla de política ni mostraba ninguna señal de mi identidad. Pero un día apareció aquel tipo, que más tarde cruzaría por el barrio de la calle Güemes, y me saltó la ficha.

El tipo me miró fijo, y dijo -qué hace un bolche entre ustedes. Yo me hice el boludo, pero el tipo sabía bien de que se trataba.

-Yo te conozco bien, te he visto muchas veces en las asambleas universitarias, y con los de la Fede, no me engañás.

El tipo se fue y parecía que todo se había terminado, pero nunca más me volvieron a llamar de la empresa de mi tío.

Menos mal que con la guita que había juntado le pude comprar al Negro un NSU recién arreglado que no sería nuevo, pero que andaba.

Y hasta parecía un auto.

 


Notas 

(40) Empresa multinacional de comercio de granos que llegó a dominar el negocio cerealero junto con Bunge y Born.

(41) Isabel Perón, sustituyó al general Perón a su muerte contando con José López Rega como principal operador político a quien fuera uno de los principales organizadores de la Triple A, grupo terrorista que comenzó el exterminio de los militantes que continuó, y completó, la dictadura militar de 1976.

(42) Delator.

 

  

 

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