17. La Guardia de Infantería Reforzada (G.I.R.)

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

Al Negro Oscar lo habían agarrado en su casa de Laguna Paiva y lo habían traído a la Side (43), donde antes estaba la Primera, en pleno centro de Santa Fe, San Martín y Obispo Gelabert. Le habían dado bastante, pero cuando llegó a la Guardia ya estaba recuperado.

Enseguida nos organizamos en una célula del Partido y como para las fiestas dieron unas visitas, recuperamos contacto con la dirección regional.

Un día pasaron preguntando quién quería trabajar en la cocina, dado que la gente ya era tanta que el equipo de cocineros que ellos tenían estaba superado. Yo salté de la cucheta y tuve suerte de que me anotaran en los primeros.

Nos bajaban con las esposas puestas y al principio los tipos nos verdugueaban de lo lindo, pero poco a poco fueron aflojando, preguntaban quién era, por qué estaba allí y me empezaron a enseñar a cocinar. Eso después de advertirme de que no abriera la boca sobre lo que veía ahí adentro, porque me iban a hacer cagar.

Los tipos se robaban todo y lo reemplazaban burdamente. Se robaban la pulpa que venía para milanesa y la suplantaban con aguja; se robaban la carne de puchero y para que la sopa pareciera que tenía carne sumergían unas tiras de grasa de pella con unos alambres en la olla hirviendo; se robaban el aceite y cocinaban con grasa de pella. 

Y con eso que la comida también era para el personal que custodiaba a los presos y esos sí que se quejaban de la mierda que daban de comer.

En la Guardia había algunos libros, algunos insólitos como aquel La orquesta roja (44) que era un relato sobre la red de espionaje comunista en la Francia ocupada por los nazis, que yo me tragué en un solo día. Aunque en aquel entonces creía que era una infamia eso de que a los militantes antifascistas que se salvaron de los nazis los iba a encerrar Stalin “porque por algo se salvaron”.

Todavía no sabía que si había sufrido el por algo habrá sido con que los vecinos nos premiaron cuando nos pusieron la bomba en diciembre de 1975, más tarde debería sufrir la sospecha infamante de los que insinuaban que si habíamos sobrevivido por algo habrá sido sin entender que una de las características principales del sistema del terrorismo de estado era su imprevisibilidad, su aparente irracionalidad, su carácter aleatorio en los temas de la vida y de la muerte.

Pero más luego, volveré sobre el tema.

También había algunas novelitas rosa y hasta un clásico de la novelística comprometida: La Madre, de Máximo Gorki. Tomando mate y leyendo el libro en ronda, siempre había algún memorioso que recordaba bloopers represivos tales como aquel allanamiento en una casa de estudiantes de la Facultad de Ingeniería Química que se había llevado el libro de Cubas electrolíticas por su carácter subversivo y había dejado La Sagrada Familia de Carlos Marx por suponerlo un libro piadoso.

Había mucha gente del norte, la mayoría sin militancia alguna que se preguntaba todo el día por qué carajo los habían metido allí siendo inocente.  Me hablaban de pueblos sobrevivientes a La Forestal que yo ni conocía: Tostado, Pozo Borrado, La Margarita, y otros; de uno de esos pueblos habían traído como cuarenta en un colectivo. El único que tenía una teoría para explicar su detención era un maquinista de ferrocarril que sabía escuchar Radio Moscú de noche; él creía que los milicos se habían enterado, y que por eso lo habían detenido. Los demás, ni siquiera ese “delito” habían cometido.

Yo trataba de explicar que la represión generalizada no era un error sino un estilo premeditado que buscaba atemorizar al conjunto de la sociedad. Como cuando mataban compañeros, les cortaban los testículos y se los ponían en la boca; o como cuando dinamitaban siete u ocho compañeros vivos. Pero algunos compañeros no querían aceptar razones y trataban de hacer buena letra para salir rápido.

Las contradicciones estallaron para Nochebuena.

Los guardias aceptaron un soborno, dejaron pasar la comida que nos traían -impuesto de aduana mediante- y se armó una fiesta dentro del pabellón para la noche del veinticuatro de diciembre de 1976. Todo iba bien, se había compartido la comida que cada uno había recibido, se hizo una especie de clericó dejando madurar la fruta y metiéndole una botella de alcohol comprada a precio de oro a los guardias, y todos estaban contentos hasta que empezaron los brindis.

Empezaron con la historia de la paz entre los hombres, con deseos de que los inocentes salgan rápido, y yo también pedí hacer un brindis, como de compromiso.

Pero cuando levanté mi vaso, miré en el vino y lo vi a Alberto Cafaratti que me miraba,  empecé a hablar de la historia de las luchas en la Argentina, de Espartaco que fue vencido pero su ejemplo es inmortal, de Cancha Rayada y el Ejército de los Andes; y yo brindé por la lucha de nuestro pueblo, por todas las organizaciones populares a las que cada uno pertenecía, y por la revolución socialista.

Se terminó la fiesta. Hubo de todo: gritos, enojos, recriminaciones varias. Algunos se pusieron a llorar creyendo que los iban a matar enseguida, y cuando al rato no pasó nada se fueron a la cama. Cuando se apagó la luz, se me acercó el Mono, se agachó al lado mío y muy cerquita de mi oreja me dijo que estaba de acuerdo. -Que no éramos avestruces para esconder la cabeza bajo la tierra.

 


Notas 

(43) SIDE: Secretaría de Informaciones del Estado

(44) Un libro de R. Perrault sobre el armado de una red de espionaje comunista en la Francia ocupada por los nazis. El personaje central es Leonard Trepper quien logra armar un juego en que simula trabajar para los alemanes para proteger sus compañeros. Al ser liberado y regresar a la U.R.S.S. Trepper es arrestado por Stalin y encerrado en un campo de concentración de prisioneros políticos.

 

  

 

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