18. La Patota Sindical

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

En la Guardia no solo me reencontré con mis compañeros: empecé a comprender la magnitud de la tragedia que estábamos sufriendo.

Creo que, en aquellos días, sólo adentro del sistema represivo se podía tener una dimensión exacta del genocidio. Los continuos traslados de los detenidos de un lugar a otro, nos permitían ir descubriendo un cuadro veraz del sistema que habían pergeñado los milicos; y del lugar que cada parte jugaba en ese esquema.

A pesar de que no había una única central de mando, pues persistían las directivas cruzadas de cada fuerza, de cada servicio, de cada dueño de la vida y de la muerte con algún mando de tropa; sí había un mecanismo único que integraba toda la represión.

En Santa Fe mandaba el Segundo Cuerpo del Ejercito mediante la jefatura del Área 212 alojada en el ex Regimiento 12 de Infantería, tan cerca de la casa de mis viejos, y donde yo me había entrevistado con el coronel González días antes de que ellos mismos me pusieran una bomba.

El jefe del área militar era en realidad el Jefe de todo.

El verdadero jefe del gobierno, que podía pasar por encima del interventor a cargo de la Gobernación cuando quisiera, y para los temas que le diera las ganas. Y también, o en primer lugar según la visión predominante entre los militares al comienzo del golpe, el jefe de las fuerzas coordinadas del ejército, la marina, la aeronáutica, las policías federal y provincial e incluso de las fuerzas irregulares tales como la Triple A u otros engendros similares que pululaban por aquí y por allá con cierto grado de autonomía o al menos de iniciativa propia.

Pero todo terminaba siendo controlado y dirigido por el Jefe del área militar en cuya jurisdicción actuaban los grupos de tarea de las diferentes fuerzas. Al teniente coronel González, le sucedió un coronel, santafesino el hombre, Juan Orlando Rolón.

El equipo de Rebechi se había formado bajo la dirección de la Triple A y por eso tenía buenos contactos con las patotas sindicales, en especial con la Juventud Sindical Peronista de la UOM que se había fortalecido como grupo de choque en la pelea del vicegobernador, de origen sindical -metalúrgico para más datos- Eduardo Félix Cuello, contra el gobernador Silvestre Begnis.

En el ’73 el peronismo oficial había saldado sus disputas internas armando fórmulas mixtas: un político de gobernador y un sindicalista de la C.G.T. de vicegobernador. De ese modo pudo armar un frente contra los intentos de la Jotape de las regionales, y todo lo que se movía alrededor de los Montos, de ocupar espacios de gobierno.

Salvo en Córdoba donde le tocó el cargo a un compañero como Atilio López, que había sido un protagonista de primer nivel en las luchas populares que tumbaron a Onganía y su cría, en Buenos Aires, en Santa Fe y en otras provincias, la repartija estaba hecha para que la burocracia sindical se quedara con una parte grande de la torta.

Y ahora, muerto Perón, querían quedarse con todo.

Ya lo habían hecho en Córdoba mediante un mini golpe, el Navarrazo, que el propio Perón había convalidado, y ya lo habían hecho en la provincia de Buenos Aires desplazando a Bidegain por Calabró, un hombre de la UOM.

Y ahora lo querían hacer en Santa Fe, buscando provocar una intervención federal que terminara con Silvestre y entronizara a Cuello.

El Partido analizaba esa disputa desde la óptica construida por años de una cultura política de “frente democrático nacional”, no desde la necesaria defensa de los democráticos contra los avances fascistoides sino desde una absolutización de la defensa de la forma institucional y la teoría del enemigo principal, y su correlativa política práctica, la de optar por el mal menor.

Desde esos criterios, nos oponíamos firmemente a la jugada intervencionista y terminábamos jugando sin quererlo para el grupo de Silvestre al que defendíamos acaso más que sus propios partidarios, provenientes del viejo desarrollismo de Frondizi y acostumbrados a obtener, y a perder, sus posiciones en intrincadas negociaciones con referentes, punteros y gente del poder económico. Sin movilizaciones populares ni debate público.

Así que, cuando la campaña por intervenir la provincia arreciaba, el Partido lanzó una campaña de agitación y la Fede decidió ocupar el centro santafesino para volantear contra la maniobra. 

Lo hicimos el día de mayor densidad en la peatonal, un sábado a la mañana. Estábamos en eso, muy cerca de la residencia del gobernador y de la Catedral, cuando se nos vino encima la patota de Cuello. Eran unos quince tipos con cadenas que venían por San Martín con pinta de muy pesados.

Nosotros le hicimos frente con unos palos largos que llevábamos disimulados como parantes de los carteles de tela que habíamos colocados en las paredes laterales y que unos muchachos del barrio Barranquitas manejaban como si fueran luchadores japoneses. 

Los fachos no se esperaban una respuesta de ese tipo de parte nuestra y retrocedieron buscando volverse por donde habían venido. Envalentonados, cuando los vimos corriendo les empezamos a tirar con todo lo que encontrábamos a mano.

El Turco les arrojó un aerosol de pintura como si fuera una granada con tanta puntería que le pegó a uno de ellos en la cabeza y el tipo cayó redondo al suelo. Uno de ellos agarró el aerosol y lo devolvió pegándole al Turco en medio de la frente que comenzó a sangrar copiosamente aunque él decía que no le dolía nada, hasta que también cayó al suelo.

Los grupos se reorganizaron, cada uno levantó su herido y salió corriendo.

El único auto que teníamos era un “fitito” del Turco, lo subimos y enfilamos hacia el Hospital Italiano porque allí teníamos una célula partidaria bastante grande y confiábamos que nos iban a ayudar. Nos metimos por la Guardia y salimos a buscar a Rosa; ella ordenó que lo subieran y un médico lo revisó, le mando a hacer una radiografía y nos pidió que esperáramos el resultado. Como todo estaba tranquilo, nos quedamos Daniel y yo solos cuando por el mismo pasillo por donde se habían ido Rosa y otros compañeros del Partido que habían llegado a colaborar, aparecieron nuestros contendientes del centro.

Eran dos, uno peló una 45 y se nos vino al humo.

Me agarró del brazo y sin decir nada me lo levantó, me puso la pistola en la  sien y empezó a insultarme. -Bolche hijo de puta, lo mataron al nuestro. Te voy a hacer cagar ahora mismo.

El tipo estaba desencajado y yo paralizado por la situación. Cerré los ojos y me puse a buscar quien me podía hacer un milagro, pero mi ateísmo era demasiado firme, y racionalmente decidí que no tenía escapatoria, cuando un grito me hizo volver a la realidad. -Pará Rodríguez, no te volvás loco gritaba un compañero que había aparecido de repente.

De una manera muy inteligente, Mario le hablaba de un modo tal que el tipo se diera cuenta que lo conocía, y que por lo tanto no sólo tendría que matarme a mí y al Turco sino a él también, lo que ya sería una complicación enorme, hasta para un matón de Cuello. -Dejate de joder, como si fuera la primera vez que a los muchachos se les va la mano.

Y siguió hablándole despacio -que además el tipo de ellos estaba en terapia, que él lo había visto y se iba a salvar, que no estaba muerto ni que hacia falta matar a nadie.

El tipo reaccionó, por suerte para mí, se calmó y empezó a discutir con el Mario, que también era dirigente sindical (45) y se conocían de la CGT.

Al Turco tuvimos que sacarlo por la morgue: lo camuflamos de finado, lo pusimos en una camilla y bajamos por ahí. Como en las películas de Los Tres Chiflados, apenas quedamos solos en la morgue, el Turco se levantó de la camilla, se puso un pantaloncito y una camisa y salió caminando del brazo nuestro. Paramos un taxi y dimos por concluida la aventura del día con la patota sindical.

Esos mismos tipos se integraron sin ninguna dificultad al mecanismo represivo, aportando una labor de inteligencia acumulada por años, y un especial encono contra los comunistas.

Si nosotros éramos la izquierda tradicional, ellos eran los anticomunistas tradicionales y por más que los mandos privilegiaran el exterminio de las organizaciones político militares, ellos seguían pensando que la subversión ideológica era la principal, como le diría el Curro Ramos al Juez que le preguntaba por qué me habían torturado. 

Esta gente no dudaba que la subversión ideológica eran los comunistas.

 


Notas 

(45) Por entonces Mario era dirigente del gremio de los trabajadores no docentes de la Universidad del Litoral y conocido militante sindical comunista.

 

  

 

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