20. La Máquina Nocturna

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

Estamos durmiendo cuando nos despertamos por un ruido infernal que no podemos adivinar. En voz baja le pregunto al rafaelino si escucha lo mismo que yo, y me dice que sí.

Se prenden las luces, se corre la barra general y escuchamos que vienen abriendo las trabas de cada puerta y sacando la gente al pasillo interno. Nos ponen en doble fila y nos llevan al pasillo que está detrás de la jaula de los guardias. El temor empieza a crecer. El recuerdo de Trelew , donde estuvo el jefe del Penal, da vuelta la cabeza de todos.

Nos dan orden de quedarnos callados en el lugar donde quedamos parados, y nada más. El ruido se hace más cercano y terrible. De adelante llega el rumor que ya lo hicieron en el Pabellón Cinco y que se llevaron a 60 presos que no volvieron.

Por supuesto que nadie pregunta cómo diablos pueden saber eso a las tres de la mañana, aislados como estábamos, pero los rumores corren en un susurro inaudible para los guardias que caminan por la fila

Es la primera vez que veo a todo el Pabellón Seis, somos como trescientos, o más. Así que en Coronda debía haber  unos mil presos políticos a la vez.

Normalmente sólo se puede ver a los de tu mismo piso, planta baja, primero o segundo en el recreo e ir hablando de a uno o dos por vez porque cualquier reunión en el patio de más de tres está castigada aunque con los cumpas cuya celda tiene ventana al patio del recreo la comunicación es un poco más fluida.

Grafito, el fajinero de Villa que me recibió el primer día, habita la celda que da al patio, al lado de la puerta de salida al patio, y él actúa como enlace de mensajes: uno le deja dicho algo para un compañero del segundo piso y él lo transmite.

Para entender cualquier mecanismo de relación humana al interior de Coronda, hay que salirse de la dimensión/tiempo habitual de afuera.

¿Cuánto puede durar una charla sobre el surgimiento del pensamiento marxista en una facultad?: una hora, una hora y media. 

En Coronda, dura una semana o dos por lo menos. 

Un entrerriano llega trasladado de Paraná, pregunta si sabemos algo de Raúl Vacs que lo vio mal en un campo de concentración  en Villa Constitución; en la próxima visita que tiene uno del Pece mandamos la pregunta para afuera, y en la siguiente visita de cualquiera de nosotros, vuelve la respuesta: está vivo en la cárcel de Devoto. La contestación le llega al entrerriano luego de mes y medio.

Obviamente que los tiempos de los presos políticos son otros.

Pero volvamos a la escena nocturna.

Los guardias mueven una fila al otro lado del pasillo, y luego vuelven a mover otra fila: resultado es que en vez del rafaelino tengo otro cumpa al lado mío. Como a las cuatro de la mañana, los tipos permiten que nos sentemos en el suelo para esperar, ¿esperar qué?, no se sabe.

-Yo soy de Santa Fe ¿y vos ?

-Yo soy de Rosario, de Empalme Graneros.

-Mi vieja es de Rosario, de la zona de Avellaneda y Mendoza

-Y por qué estás aquí

-Yo soy del Pece y no me agarraron nada más que unos papeles, creo que salgo rápido

-Bueno, a mí también me agarraron unos papeles y hace un año que estamos con mi hermano. 

Y también somos del Pece, del equipo de dirección de la Vecinal de Empalme, la que dirige Virgilio Ottone. (49)

La noticia me cae como una bomba, las pocas ilusiones de salir rápido se derrumban con el flaco Pittavino: la ilusión de encontrar algún orden racional entre el supuesto delito y la pena, se desvanece día a día.

Aquél estaba hasta las bolas, lo agarraron con un depósito de armas de los Montos, y está vivo, bien tratado. Aquel otro ni sabe por qué está, y en la tortura le mataron la mujer.

Sólo muchos años después pude entender la lógica de la represión, que sólo se entiende como una lógica combinada de  mensajes diversos, para diversos destinatarios.

A los militantes, -que nadie se atreva a desafiarlos porque serán exterminados.

A los compañeros que participaban en diversos ámbitos sociales compartiendo con militantes de izquierda, -ninguna relación con ellos o serán exterminados, y si alguno muere es porque éstos lo delataron o se cometió un error explicable por la cercanía con los subversivos

Y para la sociedad toda, un mensaje de omnipotencia que nadie puede siquiera cuestionar -Hacemos lo que se nos da la gana, incluso matar a los que no tengan nada que ver. ¿Y que? ¿Alguien tiene algo que decir?

Por ello ese aparente accionar incoherente que mataba a diestra y siniestra sin preocupación alguna por ocultar o disimular responsables.

De repente se acaba el ruido, que nadie pudo desentrañar que carajos era, y al rato nos hacen poner de pie y marchar de vuelta para el Pabellón. Al llegar, condescendiente, uno de los guardias desliza que habían desinfectado el pabellón por los piojos que traen los terroristas.

Menos mal que era jueves y que no nos perdimos la función de cine. Porque en Coronda teníamos cine.

Nos parábamos frente a la ventana y el “proyector” de la película comenzaba a contarla en voz baja pero audible por sus vecinos del costado y de arriba, los cuales la repetirían a su vez a sus vecinos, y así hasta que el relato llegaba a todo el “barrio” que alcanzaba una distancia igual al límite de la transmisión oral de las charlas; y este límite se calculaba no tanto por la voz sino por la hostilidad o permisividad de la guardia, que era muy cambiante.

El que descollaba era el Cacho de Rosario que tenía una habilidad extraordinaria para relatar las películas eróticas. No por nada le habíamos puesto Cacho Mineta y a los sábados en que él contaba películas sábados de cine, alcohol y sexo: se decía que cuando Cacho contaba películas era como estar en un buen cine con una buena mina, que mientras escuchabas la película te podías tomar un vaso grande de agua y después, cuando el compañero de celda se dormía o hacía que se dormía, masturbarte. Pero no todas las películas eran de sexo, había otros que contaban películas argentinas comprometidas como Quebracho o la Patagonia Trágica.

Con la misma técnica: la de hablar por la ventana y retransmitir, organizamos una escuela donde todos eran profesores y todos eran alumnos. La idea era que todos sabían algo de interés para los compañeros: algunos sabían de historia, filosofía o política; otros de mecánica, de electricidad, de deportes. Cada uno tenía su cátedra y tenía el mismo tiempo para hablar.

Ahí agarré una costumbre que tardé años en sacarme de encima: hablar con un cigarrillo en la mano, y fumarlo. Pero como no podía aprender la técnica de la banderita para armar buenos cigarrillos con el papel y el tabaco que teníamos, me los hacía un cumpa campesino, Pedro, que los había armado toda la vida. A mí me armaba una especie de cigarros, gruesos como un dedo que me los fumaba hablando y quedaba medio mareado.

El problema en verano era el calor y los mosquitos, pero para ambas cuestiones había remedios.

Para el calor estaba el baño con jarrito.

Con el mismo jarrito que se tomaba el mate con leche, lo mejor lavado que se podía, utilizando la canilla de la piletita que estaba en la misma celda, te podías tirar agua hasta que te calmara el agobio. Luego te podías acostar desnudo y mojado a esperar que el aire te seque. Y podías repetir la maniobra todas las veces que necesites, siempre que los guardias no te descubran.

Pero el problema eran los colchones que eran de lana con una cobertura de tela muy gastada, llena de chinches y unos lamparones muy sospechosos. A las chinches se las combatía con una tira de papel higiénico retorcida hasta que se transformara en un hisopo que prendida la punta podía ir recorriendo pulgada por pulgada hasta acabar con la plaga, pero para las manchas en el colchón no había remedio, solo ignorarlas, igual que a los mosquitos...

El otro tema, eran justamente los mosquitos.

Teníamos solo dos espirales por mes, así que ni soñar con prender uno toda la noche. Una opción era cerrar la ventana y, pedacito de espiral encendido en mano, emprenderla a los toallazos contra el enjambre de picudos. Pero para eso había que conseguir el acuerdo del otro habitante de la celda que podía protestar, con razón, que ya era suficiente con estar presos como para estar con la ventana cerrada y con este calor y entonces olvídate de la ventana cerrada.

El otro recurso era hacer humo con la tira de papel higiénico retorcida como hisopo, pero esta solución era de una obvia ineficacia. Recuérdese que la Cárcel estaba casi a orillas del río, rodeada de frondosa vegetación. 

Así que lo que quedaba era el recurso ideológico.

Declarar a los mosquitos enemigos de clase y resolver ignorar sus picaduras por ser equivalentes a una provocación represiva. Aunque les parezca un poco loco, personalmente sigo practicando la técnica de ignorar a los mosqui tos con resultados sorprendentes para quienes me miran, embardunados con cremas repelentes o envueltos en peligrosas nubes de insecticidas, como sin otra ayuda que mi voluntad política, sobrevivo sin dificultad alguna aun en los días de mayor agresividad de los insectos.

 


Notas 

(49) Virgilio Ottone fue el más legendario dirigente de las barriadas populares rosarinas durante no menos de treinta años. Su barriada, Empalme Graneros, era famosa por la combatividad. Allí se quemaron vagones ferroviarios para enfrentar la policía durante el segundo Rosariazo, en septiembre de 1969. Junto con Moretti, Mónaco e Ingalinella conformaban el grupo de dirigentes históricos más populares de los comunistas rosarinos.

 

  

 

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