22. El Mormón

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

El camioncito del diario La Capital (50) avanzaba lentamente por la avenida Alberdi, las calles estaban llenas de autos y de gente porque jugaba Central en su cancha contra San Lorenzo. Había también mucha policía, no se sabe bien si porque temían algo o simplemente para atemorizar a la gente.

Estamos en el invierno de 1975, todavía hay lucha de calles en Villa, en el Gran Buenos Aires y algunos otros lados. Ya acallaron Córdoba y el norte donde el Operativo Independencia se está extendiendo a las ciudades.

El camioncito dobla en la esquina de la cancha, se para al lado de los policías, una puerta lateral se abre y dos jóvenes bajan a los tiros: tienen el rostro cubierto por un pañuelo y una ametralladora en la mano.

Los tres policías caen acribillados, los jóvenes -uno de ellos parece una chica por el modo de moverse- gritan Perón o Muerte, Montoneros resiste, tiran unos volantes y se vuelven a la furgoneta que inicia una retirada a toda marcha. Retornan a Alberdi y se suben al viaducto Avellaneda cuando escuchan una explosión muy fuerte: al querer poner en marcha un patrullero ha explotado una bomba matando a seis canas más.

Ahora las sirenas de los patrulleros parecen multiplicarse. 

Al bajar en la calle Córdoba, dejan la furgoneta bajo el viaducto, se suben a un Falcon verde sin chapas y arrancan para el lado de Funes. Frente al Jockey hay un retén militar, pero ellos ponen la sirena, aceleran y pasan como si nada. El cartel robado a un jefe de las patotas que tienen en el vidrio les ha dado paso libre, tranquilamente llegan a la zona del aeropuerto, doblan por la parada siete del colectivo que va a Funes y Roldán y se meten a una quinta alquilada por el fin de semana.

El Mormón está pensando en todo eso mientras le toca el turno para la picana en la Redonda. 

Es el único del grupo que ha caído y todavía tiene esperanzas que sólo sea por alguna botoneada de la UES por los volantes que sacaron la semana pasada. Cuando antes de la tortura le preguntan boludeces sobre el mimeógrafo, a pesar del dolor se sonríe por dentro y confía en que no lo maten. O peor, que lo hagan mierda como a ese compañero, oficial de Montoneros, a quien Feced en persona le quemó los huevos con un soldador a gas que parecía un lanzallamas de los que usaba El Eternauta.

Ahí lo conoció al Ñato, se sabe que fue él bolche quien sacó la información para afuera.  -Qué aparato que tienen estos hijos de puta.

Y que cuando aparecieron los volantes el tipo volvió a cobrar, pero al oficial no lo mataron, lo mandaron a enfermería y después a Coronda. Ahora le toca a él, cierra los ojos, putea y se desmaya del dolor.

Pero no, está soñando en que se desmayó, pero no se desmayó una mierda. La electricidad le corre por los huevos y lo vuelve loco. Decí que no puede ni hablar sino gritaría que sí, que él los  mató, que en una guerra popular se mata o se muere. Que ellos vienen matando desde aquel bombardeo en la Plaza de Mayo cuando todavía Perón era presidente. Digo cuando Perón todavía era Perón, en el 55, y no el viejo choto y reblandecido que llegó a Ezeiza y que nos cagó desde antes de bajar. Ma sí, les digo que sí, que soy militante de la UES, que el mimeógrafo estaba en mi casa y nada más.

Pero le siguen pegando igual, no te hagas el boludo, quien no va a saber que vos sos de la UES, pedazo de pelutudo, lo que queremos es el enlace con los Montos, queremos saber quien dirige la Regional ahora que el Turco Obeid se cagó y se fue.

El Mormón se resigna, ha perdido, pero conserva una esperanza: que no le salte lo de la cancha.

Tuvo suerte en la desgracia, cobró muchísimo, mucho más que casi todos pero no saltó lo de Central, y al final llegó a Coronda. Le hincha un poco las bolas que lo hayan puesto con un bolche en la celda pero reconoce que no se llevan mal.

Esa noche les dieron sopa y un guiso de fideos. Ahora ya come con ganas.

Después de cenar se pusieron a contar cuentos con la gente de la celda de arriba. Estaban en eso cuando se oyó el ruido de la traba que corre y enseguida la barra general. Van a abrir la puerta. Cagamos, pensó, nos engancharon hablando, ahora nos dan tres días sin recreo. Pero el guarda no dijo nada del recreo, lo agarró fuerte del brazo con una expresión extraña y lo sacó para afuera.

En un susurro le dijo: perdiste pibe, perdiste.

Pero ya estaban llegando a la Jaula, le abrieron, entró y un milico le saltó encima. Era Feced, gendarme, jefe de la policía de Rosario y el jefe de todas las patotas de la zona sur. Un pesado, pesado.

Feced le saltó encima, le agarró del cuello y lo empezó a azotar contra la pared gritándole te voy a matar, te voy a matar, hijoeputa, vos fuiste el de la cancha de Central mientras sacaba la pistola, pero el gendarme que lo acompañaba le agarró el brazo.  -Por mí mátelo cuando quiera, pero no puede matarlo acá. Acá mando yo y no se puede matar gente en un pabellón de la Cárcel delante de trescientos terroristas. Contrólese comandante.

El comandante entró en razones, la perspectiva de llevárselo y matarlo de a poquito le empezó a gustar más que esa muerte fácil.  Casi un regalo comparada con lo que el pendejo había hecho. Y además, a pesar de que el chofer de la furgoneta ya había cantado, todavía quedaban detalles sin resolver del caso. Esta bien, dijo. Lo venimos a buscar mañana. Preparate pibe, que mañana te llevo.  No te vas a olvidar de nada porque a lo mejor no volvés...

Antes que lo trajeran de vuelta a la celda, ya le habían pasado el dato al Ñato, y le encomendaban que lo cuide.

El Mormón entró destruido, se tiró en el suelo y se puso a llorar. Él había visto como había quedado el compañero quemado, él había escuchado las historias más horripilantes: la de los dos hermanos que los obligaban a cojerse uno al otro, la de las ametralladoras en la garganta disparando doscientos tiros.

A él no lo iban a joder así.

Decidió que no lo iban a llevar, que esa noche se fugaba. Es decir, que se suicidaba y los jodía. El Ñato se desesperó y pidió ayuda. Del piso tres le llegó la orden de la dirección montonera en la cárcel: -que no se suicide, que no es fácil sacar un preso de Coronda, que ya sabemos que los viejos se están moviendo para que no los saquen. Ñato, aunque sea atalo, pero no podés permitir que se suicide.

Y el Ñato cumplió, estuvo toda la noche despierto hablando sin parar.

Escuchando, soportando las provocaciones de la Guardia que cada tanto abría la ventanita para ver al condenado con el cuento de que a lo mejor era la última vez que lo veían vivo. -Al otro día hay visitas, sacamos la denuncia por cuatro vías: alguna debe llegar afuera. 

El Mormón pasó la noche y lo vinieron a buscar a media mañana, hubo un intento de resistir golpeando las jarritas contra la puerta pero fue inútil. Cerraron las puertitas y el ruido quedó también encerrado.

El Ñato parece una sombra en el patio, pero los Montos nos tratan mejor. 

Como en aquellos días de gloria de las Juventudes Políticas, cuando en Buenos Aires llenamos la Plaza de los Dos Congresos con cien mil jóvenes marchando contra el Pinochetazo en Chile, o como cuando en Santa Fe metimos siete mil en la cancha de Unión.

 


Notas 

(50) La Capital es el matutino tradicional de Rosario, fundado por los Lagos se jacta de ser el decano de la prensa argentina. Es, seguro, uno de los más reaccionarios. Actualmente es propiedad del Grupo Uno formado por la mafia anticubana de Miami y personajes menemistas como Manzano....

 

  

 

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