24. Tito Messiez y la “Conveniencia”

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

Ha llegado la gente de la Cruz Roja, y están en la celda del Ñato.

El quilombo por lo del Mormón había sido bastante grande. Lo habían llevado a Santa Fe y lo habían torturado por días, hasta casi matarlo.

Parece que los padres del chico eran gente con contactos y se llegó a los organismos internacionales.

El Ñato es el que hace la denuncia y cuenta con pelos y señales aquella noche infernal en que todo el penal sufrió junto con ellos.

-Que se lo habían llevado a la mañana siguiente, y nadie sabía nada de él. Que lo debían traer vivo, y sano.

Después de hablar con el Ñato, la Cruz Roja preguntó si alguien más quería hablar con ellos. Se anotan varios.

Comparado con lo que he escuchado en la cárcel, lo mío es un poroto, así que decido quedarme tranquilo.

Cuando los tipos de la Cruz Roja se van comienza el verdugueo.

Primero ponen la música a todo lo que da. Un long play de Horacio Guarany pero con el volumen a full.  Y no termina que ya vuelve a empezar. Insoportable.

No se puede hablar, no se puede descansar, no se puede pensar.

Pasan los guardias avisando que se terminaron todas las prebendas (¿).  Que cuidadito con hablar por la ventana.  Que cuidadito con cantar en la celda. Que ya van a ver lo que es bueno.

Al Moncho, un dirigente de la JUP de Medicina de Rosario, se lo llevan y vuelve recién a la noche.

Debe estar cerca mío en el segundo piso porque cuando empieza a delirar lo escucho patente.

Es el primer enloquecido por la tortura que escucho.

Se ve que estaba bien jodido y la nueva biaba le reventó el cerebro.

El Moncho habla incoherencias pero de pronto se pone a llorar y eso es sencillamente insoportable.

Que vuelva Guarany, pienso.

Pero los tipos son implacables.

A la mañana temprano, antes del desayuno, allanamiento y requisa generalizada. Otra vez en bolas en el pasillo, otra vez que te rompan todas las boludeces que uno puede juntar, otra vez a tragarse los “caramelos” de papel con los informes preparados para sacar afuera.

Los tipos están pesados, vienen con una varita de madera y tocan, golpean, provocan.

La actitud del Ñato nos ha prestigiado en la cárcel.

A decir verdad nunca tuvimos grandes problemas con el cuento de la convergencia y la política del Partido ante la dictadura.

Y es que adentro, todos los informes políticos sonaban un poco loco.

Un día los Montos informan que han tomado un pueblo “importantísimo”: Quitilipi en el Chaco.

Al otro, el ERP informa que la Compañía de Monte ha derrotado a… cuando todos saben que eso no existe más.

En ese contexto las ilusiones del Pece en sectores democráticos en las fuerzas armadas no parecían tan delirantes como hoy parecen.

Nos llegaron dos informaciones.

Una es una caracterización de Díaz Bessone como nuevo ministro de Planeamiento lo que según el informe es algo positivo porque permitiría el debate sobre los cambios necesarios y además el hecho de que se hable de planificación no importa para qué es de por sí un paso adelante porque se sabe que solo el socialismo permite la verdadera planificación social…, una locura total pero para recibirla y transmitirla tuvimos que arriesgar a un montón de compañeros.

La otra información es más dolorosa: es sobre el secuestro de un compañero al que yo había conocido cuando estudie en la escuela del Konsomol, más exactamente en un homenaje a Victorio Codovilla (52) , enterrado en un cementerio moscovita, algo que siempre me pareció muy coherente y simbólico.

Y una especie de recordatorio del drama de los comunistas argentinos.

Pero en Coronda, cuando me dijeron lo de Tito, sólo me acordé de aquel cementerio y de aquel flaco con gorra que llevaba un ramo de rosas rojas en la mano, y una sonrisa canchera en los labios.

A Tito lo secuestraron en el centro de Rosario, mientras cumplía misiones relacionadas con sus responsabilidades en el aparato clandestino de propaganda del Partido, que no sufrió por su detención  el menor deterioro de su seguridad. 

Como él concebía la militancia, un privilegio que honraba la vida, había callado en la mesa de torturas porque le “convenía”. En un viaje desde Buenos Aires a Rosario, para recordar un aniversario de su secuestro, su amigo Ariel Bignami me contó detalles de las discusiones partidarias de comienzos de los ’60.

Se había hecho común el lamento de algunos militantes que todo el tiempo se quejaban del tiempo perdido, de los sacrificios que la militancia exigía demostrando un modo mercantil de pensar la política revolucionaria: casi  como un adelanto a cuenta de los beneficios a recibir en el socialismo, igual que los malos católicos pasan por la vida sufriendo para llegar al cielo.

A esta clase de “revolucionarios”, Tito los provocaba diciendo que -a él, no le interesaba el futuro socialista.

-Que él militaba porque le convenía, porque luchando la vida tenía más sentido y era más hermosa vivirla.

Y porque le “convenía” no aceptó canjear su vida por la delación.

Porque le “convenía” murió como había vivido, sin traicionarse un minuto, comprometido con la lucha hasta su última gota de sangre, con una sonrisa en los labios.

 


Notas 

(52) Victorio Codovilla fue el dirigente principal del Partido Comunista argentino desde los años treinta hasta su muerte a finales de los sesenta. Cuando me enteré de que los nuevos dirigentes rusos querían sacar el mausoleo de Lenin de la Plaza Roja, me puse a pensar que habrá sido del pobre Victorio, tan solo y tan lejos de todo. Cuando se cayó el socialismo, y con furia tiraban abajo estatuas y arrancaban placas de las paredes ¿alguien habrá podido dar cuenta de quien había sido aquel Victorio Codovilla cuyo nombre llevaban una plaza y una escuela de Moscú?.

 

  

 

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