37. La Fermina

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

El referí toca pito y termina el partido.

Los jugadores son amateurs pero no improvisados, es un partido de la Liga del Sur que agrupa a un montón de equipos de Rosario y algunos pueblitos cercanos. El Ñato jugaba para un equipo del barrio Echesortu, y la mamá está recorriendo cancha por cancha para hablar con los jugadores.

Si el Ñato la viera ni la reconocería.

Ella, tan sencilla y callada ahora ha tomado la palabra y les habla a los veintidós jugadores y los tres árbitros. -Que el Ñato es un muchacho de trabajo, que no hizo otra cosa que defender a los muchachos, que para eso era el secretario del sindicato de Mosaístas, que lo tienen detenido injustamente y que si juntamos muchas firmas, si protestamos lo suficiente, vamos a lograr que salga en libertad. Y que vuelva a jugar con ustedes.

Y todos firman. Junta planilla tras planilla.

Recorre las canchas de fútbol, los bares, los pocos establecimientos que sobreviven a la importación, y las iglesias, los sindicatos.

Hace todo lo que el Partido le dice que haga: así viaja a Buenos Aires a entrevistarse con uno del ministerio del Interior, y  a Santa Fe a ver un militar del Area 212. Un día llega contenta a la visita en Coronda.

Te va a visitar Zaspe, el obispo, vas a ver que te va a ayudar.  Parece tan buena persona, y me atendió tan dulcemente…

El Ñato estuvo preso desde marzo de 1976 hasta mediados de 1982.

A Fermina la conocí a principios del ’78 y militamos juntos casi hasta la fecha de la libertad del Ñato. Unos meses antes me pasaron al frente sindical y deje de ir seguido a la casa de Ricardone 58 en que se seguían reuniendo los familiares, los abogados y los compañeros de la Liga. A los tres meses que salió el Ñato en libertad se desplomó como un pajarito tocado por una piedra. Toda la fuerza que había juntado para luchar la había mantenido en pie, y al lograr lo único que le importaba por entonces en la vida, se quedó sin fuerzas y se cayó.

No se recuperó y no quise volverla a ver.

Preferí recordarla contándome entusiasmada que en la zona del cementerio La Piedad, dos curas y tres equipos de fútbol, habían firmado el petitorio. 

Y que ella sabía que faltaba poco, que el Ñato ya iba a salir.

 

   

 

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