39. Día de playa

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

Decidimos con la Mechi ir a la playa.

Agarramos el NSU que estaba recauchutado, pusimos unas toallas en un bolso y nos fuimos al Parque del Sur.

La mamá de la Mechi vivía a dos cuadras de la casa de la calle Primera Junta, la de mis viejos que le pusieron la bomba en diciembre del ‘75, nos conocíamos de chicos pero recién nos hicimos amigos cuando la encontré en una fiesta de la Fede de Rosario, en el local de la calle Pueyrredón.

Debió ser para las fiestas de finalización del año ‘73 que la pasamos tan lindo que hasta da pena acordarse. Nosotros íbamos todos los años a pasar las fiesta con la familia de mi mamá, incluso después que se murieron mis dos abuelos maternos. Para mí eran como mini vacaciones porque íbamos para Navidad y recién volvíamos para Reyes.

Ese 31 tan dichoso para todos, después de las 12 nos encontramos en el Monumento a la Bandera. Me acuerdo bien porque éramos como cien, y tomábamos sidra sentados bajo los árboles que estén casi sobre el río, frente a la calle Rioja. La Mechi me presentó al Ciego pero como él no me dio mucha bola, yo tampoco le presté mucha atención.

Después nos vimos más seguido, sobre todo cuando el Cacho se fue a vivir a Rosario y todos ellos terminaban la noche en el bar de un tipo que se terminó afiliando al Partido.

Así que me acostumbré a que cuando iba a una reunión a Rosario, después me quedaba en el boliche de la barra y en la madrugada me volvía a Santa Fe. Me extrañó que en pleno verano, en ese febrero terrible del ‘76, ella anduviera por Santa Fe pero hice no hice el menor comentario; ya sospechaba que ella hacía alguna tarea especial.

Encontramos un lugarcito, nos acomodamos y nos metimos al agua que como siempre estaba bastante sucia y casi tibia, pero era mucho más cerca que ir a Guadalupe y no había peligro de que te muerda una palometa.

Le cuento que en la casa de Graciela se alojó un tipo de la Fede, al que yo no vi pero que dice llamarse Fabián y que está esperando para irse a Cuba porque los fachos lo quieren limpiar no sé por qué. Le preguntó si sabe algo y me dice que nada.

Después nos ponemos a discutir si habrá o no habrá golpe y si alguien podrá parar la locura de muerte en que estábamos metidos. Pasa una mina muy jovencita con un viejo de la mano. La Mechi se me caga de risa porque me quedo mirando la mina, pero en realidad me acordé de una conversación de Graciela con Fabián, que no sé por qué se me ocurre contarla.

-Sabés que el tipo este, el Fabián, el que estaba fugado, tiene un mambo en la cabeza porque la novia es más vieja que él y no sabe si quedarse con ella o largarla.

-Y Graciela qué le dijo, pregunta la Mechi, demostrando un interés un poco exagerado en el asunto.

-Qué sé yo, supongo que si se quieren no importa la edad no, sino fíjate esos dos y la chica no parece un gato (64), o sí?

Cuando nos levantamos para irnos, nos damos cuenta que toda la playa está rodeada de soldados que se han apostado y paran los autos que pasan. Por suerte el mío lo dejamos como a cuatro cuadras.

La agarro del brazo y con toda la calma que podemos pasamos caminando entre los milicos que ni nos prestan atención. La Mechi no me dijo nada, pero esa noche se tomó un colectivo a Buenos Aires.

Llevaba un bolso con toda la ropa que pudo meter adentro, lo que no le entró la metió en una bolsa y le dijo a la madre que me llame para que la pase a buscar.

A la madrugada siguiente tomó un avión a Cuba, iba a encontrarse con Fabián, el Ciego, o como diablos se llamara.

 


Notas 

(64) Una prostituta fina.

 

  

 

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