42. El Elefante Blanco

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

-¿Quieren té o café? pregunta la camarera, y Jorge le pide té y masitas secas. Son las 12 de la noche, hace cuatro horas que cenamos y por eso tenemos hambre; no estamos acostumbrados a los horarios europeos. El tren atraviesa majestuoso la noche rusa en medio de la nieve y un paisaje de bosques que más parece que estuviéramos viendo una película en un cine.

A Jorge hace años que no lo veía, creo que desde una reunión por el tema de la visita de la CIDH a Buenos Aires, y eso había sido por el ’79 o el ’80, o sea unos cinco o seis años. Pero con él me pasaba algo bastante extraño, aunque lo viera una o dos veces por año lo sentía muy cercano, alguien en quien podía confiar lo más intimo. Y creo que él correspondía ese sentimiento. Nos habíamos conocido en el ‘68 o el ‘69, yo era el responsable de secundarios de la Fede de Santa Fe y él lo era de la provincia de Buenos Aires. Recuerdo bien que era el único porteño que me acompañaba al Once (todavía no estaba la estación de ómnibus de Retiro) a comprar el pasaje de vuelta y se quedaba conmigo, tomando café en La Perla, hasta que saliera el ómnibus.

Cuando lo encontré de vuelta, en el 79 o el 80, yo le conté que había estado en cana y él me relató que había estado muy metido en la Ladh, y en general en todo el tema de los presos. En una de esas misiones, recordaba, como ni siquiera se podía conseguir un lugar seguro donde dormir en San Nicolás, se pasó toda una semana durmiendo en el colectivo que iba de San Nicolás a Buenos Aires, ida y vuelta. Se subía a un Chevallier en San Nicolás a las diez de la noche, y a las tres de la mañana se tomaba otro de regreso. Así a las siete de la mañana ya estaba de vuelta en San Nicolás, en el bar donde se reunía con los familiares de los presos políticos.

Él seguía en la Fede y a mí me habían mandado al Partido de Villa Constitución, un partido que había salido de la dictadura casi exhausto pero con un prestigio y un peso en el movimiento sindical insólito para los comunistas de aquellos días: estábamos en la dirección de la nueva Comisión Directiva de la UOM, recuperada de la burocracia gracias a una lucha espectacular en diciembre de 1983 en la que Tito Martín y Carlos Sosa habían sido figuras imprescindibles en el retorno de Piccinini a la dirección del gremio

Dirigíamos la Fraternidad, el gremio de la Construcción, la interna de Cilsa, una Textil importante, y por supuesto, que manteníamos la dirección de la Unión Ferroviaria desde la que habíamos operado históricamente en todas las luchas, incluido el Villazo de 1974.

La incorporación a ese colectivo de verdaderos revolucionarios,  proletarios de pura cepa, con una experiencia de lucha sindical y política de décadas me dio una visión de las cosas, y un aprendizaje,  que me cambiaron profundamente como militante. Pero me habían alejado de los dimes y diretes de la dirección provincial y nacional de la Fede a la que había estado vinculado por años.

Jorge, por el contrario, que había pasado a ser director de la revista de la Fede y estaba aprovechando el viaje para hacer acuerdos con el Komsomol, estaba bien al tanto de los debates de una Fede convulsionada por el desastre electoral del 83 y la formación del Frepu (66) en el 85.

Ya me había sorprendido en una reunión con los chilenos, cuando después que Alberto explicara que el gobierno de Alfonsín era fruto de la victoria popular contra la dictadura, él pidió la palabra y prefirió hablar de las estrategias yanquis después de la derrota en Nicaragua y pareció insinuar que la vuelta a la democracia era más una decisión de los yanquis que una conquista nuestra. Los chilenos no percibieron el matiz entre uno y otro, pero yo comencé a prestar más atención a lo que me decía. 

Esa noche habíamos enfilado para el lado de la historia y me empezó a explicar su postura sobre el último libro de Paso (67).

-Es un marxismo liberal y nosotros necesitamos un marxismo nacional y popular, como el sandinista, me decía y seguía después hablándome de gente casi desconocida para mí como Mariátegui, Hernández Arregui, Cooke o Gramsci. Jorge estaba convencido de que había que producir un cambio gigantesco, copérnico. Fue la primera vez que escuché la palabra viraje.

Pero en algo no nos pusimos de acuerdo, él veía que el Partido estaba agotado, lleno de burócratas que sólo aspiraban a conservar el sillón que al menos le daba cierta seguridad en la vida y yo pensaba que el Partido conservaba vitalidad y capacidad de cambio. A pesar de los burócratas…

Yo conocía de cerca de esa clase de personajes, y también me tenían harto, asqueado. Uno de ellos, cuyo nombre prefiero olvidarme, había tenido el tupé de recomendarnos defender la línea adoptada durante la dictadura con el argumento de que no habíamos perdido ningún dirigente importante del Partido. ¿Y Cafaratti qué era?;  pensé para mí, cabrón hijo de puta, pero lo miré a Jorge y  nos quedamos callados. No era con esos idiotas la discusión.

Pero yo también lo conocía al Chocho, a Tito, al Ñato, a tantos que adentro o afuera de la cárcel me habían demostrado que algunos sabían ser comunistas de verdad, y no esas caricaturas amarillentas que rondaban la Casa de Piedra.

Al fin me salió el intolerante que llevo adentro y le dije: Bueno, podría ser que el Partido sea como un elefante blanco que costaba un huevo pararlo, pero guay porque si ese elefante blanco se pone en marcha en la dirección correcta ya verás lo que pasa en la izquierda.

Nos pedimos la última vuelta de vodka, el cielo se estaba poniendo anaranjado por la noche boreal, pagamos y nos fuimos a dormir. En dos horas llegaríamos a Leningrado y nadie quería perderse la visita al Palacio de Invierno, el Aurora y la casa quinta donde pasó los últimos días Lenin, cuando ya intuía que el sueño eterno de la Revolución estaba en peligro.

La discusión con Jorge la seguimos a la vuelta, antes, durante y después del XVI Congreso. Ya los dos coincidíamos en que había que cambiar, y mucho; pero siempre volvía el tema del “elefante blanco”: si el partido podía o no podía cambiar en serio.

Y él que no, y yo que sí.

Después del Congreso, yo pasé a la dirección de la provincia de Santa Fe y él a la dirección del periódico comunista, así que aprovechábamos que yo viajaba seguido a Buenos Aires para vernos más seguido.

Habíamos empezado a trabajar un libro colectivo sobre las experiencias sindicales de los ’70 y quería que yo investigara sobre el Villazo. Años más tarde saldé mi deuda con la biografía de Tito Martín (68) que se fue extendiendo hasta acercarse bastante a aquello que Jorge me pedía en el ’87.

Una noche, estando yo en el Central, me habló por teléfono muy enojado con la dirección del periódico, amenazando con renunciar a todo. Como yo le conocía esos ataques de histeria política, lo calmé y le arranqué la promesa de que no haría nada hasta no hablar conmigo y pensarla mejor. Me dijo que entonces esa misma noche fuera a su casa, que me esperaba. Le dije que sí, y pensé en ir, pero una serie de infinitos pequeños problemas me fueron deteniendo en el Central, hasta que a la media noche se largó a llover.

Me quedé allí, y al terminar la reunión al otro día salí disparando para Rosario porque tenía que hablar en un acto ese sábado a la noche. El lunes, temprano, me despierta una llamada telefónica: a la madrugada Jorge había fallecido por un ataque de asma que derivó en un infarto cardíaco. Varios pensaron que había usado el aerosol nebulizador con desesperación y alevosía. Como si se hubiera querido suicidar.  Pero yo nunca les hice caso.

Todavía me duele mucho que ya no esté, y cuando algo mejora en el Partido, me acuerdo de Jorge.

Algunos creen que estoy piantado porque a veces, en medio de alguna reunión es como que me vuelo, y no le doy bola a nadie. Es que cuando cierro los ojos, me escapo de la reunión y me voy a discutir con Jorge.

Es que soy testarudo y no renuncio a ganarle la discusión que  empezamos en aquel viaje por las estepas rusas.

Que todo cambia si uno es firme, paciente y perseverante.

Hasta los elefantes blancos.

 


Notas 

(66) En 1982 el Partido Comunista levantó su formula presidencial, Iscaro / Rodríguez, para llamar a votar al derrotado Luder del Partido Justicialista; en 1985, anticipando el viraje del XVI Congreso estableció un acuerdo electoral, el Frente del Pueblo (Frepu) con el MAS, de origen trotskista, y sectores peronistas de izquierda como Villaflor y Soarez.

(67) Leonardo Paso, autor de numerosos libros de historia. Funcionó como el historiador oficial del Pece tras la expulsión de Puiggros y Astesiano.

(68) El libro se llama Tito Martín, el villazo y la verdadera historia de Acindar, lo editó Ddirple, y hace tiempo que está agotado.

 

  

 

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