43. De regreso de Managua

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

En los primeros años que viví en Rosario, casi siempre me movía en la zona norte, donde estaba la casita que tenía al Gendarme de vecino, y en el centro de la ciudad;  poco en la zona sur.

En la casita del barrio Ludueña fuimos ganando en tranquilidad.

Al cabo de un año o año y medio, el gendarme se mudó y el otro departamento del pasillo quedó vacío, con lo cual todo mejoró. Además, el dueño del departamento, que vivía en la casa de adelante ya que él mismo lo había construido, cosa bastante común entre los trabajadores inmigrantes que veían en la propiedad inmobiliaria el ahorro más seguro, resultó ser un amigo del Partido tal como me contó un dirigente vecinalista que  también vivía por el barrio.

Así la convivencia mejoró mucho, y también la sensación de seguridad ya que el gringo del frente era muy popular en el barrio y poco a poco él nos fue presentando los vecinos y “legalizándonos” como gente conocida, y por ende confiable en aquellos años en que los medios bombardeaban con advertencias sobre la pareja subversiva típica: -son jóvenes y se mudan frecuentemente, leen diarios, tienen hijos pequeños (que gran descubrimiento científico: ¡las parejas jóvenes tienen relaciones sexuales y de ellas nacen niños!), el hombre hace las compras y le ayuda a la mujer, reciben visitas, etc. con lo que cualquier mudanza generaba una cierta inquietud en alguna gente.

El tema es que cuando recibí la cita en una esquina de la zona sur, casi cerca del frigorífico Swift, tuve que preguntar cómo llegar y como orientarme en el lugar.

Cada reunión relativamente grande requería todo un operativo de seguridad: te daban una cita previa, de allí te mandaban a otra y recién ahí te metían en algún lugar que podía ser un club, un salón de fiestas o algún otro sitio con capacidad para 20 ó 30 personas, y que tuviera buena cobertura. He estado, aunque parezca mentira, hasta en un salón velatorio esperando que me levantaran y me llevaran a una reunión del Comité Provincial del Partido.

Pero esa vez, finales del 79, el lugar era bastante agradable: un club de ucranianos con patio de verano y la leyenda era una fiesta de despedida de una pareja que se volvía a Ucrania.

La reunión la había armado el frente de literatura y el motivo era presentar un primer folleto sobre la recién triunfante revolución sandinista en Nicaragua. La primer sorpresa la dio el Eber, que entonces era el responsable de dicha actividad, cuando nos anunció que para presentar el folleto había venido un compañero argentino recién llegado de Centro América.

Antonio empezó el relato informando que había viajado pocos días después de aquel 19 de julio para llevar un aporte solidario de 25 mil dólares de nuestro Partido al Partido hermano de Nicaragua, que para la dirección del nuestro seguía siendo el viejo Partido Socialista Popular de Nicaragua fundado en el ’44 a instancias de Earl Browder y bajo la óptica de que el mundo iba a la convergencia del capitalismo y el socialismo bajo el  paraguas de la alianza entre Stalin, Churchill y Roosvelt contra los nazis. De esa impronta, que es la misma que llevó a cambiar el nombre del Partido en Cuba o a impulsar la Unión Democrática en la Argentina, no iban a poder escapar los comunistas nicaragüenses; por lo menos los que se quedaban en el Partido/institución.

Ya sabíamos que el jefe histórico del sandinismo, Carlos Fonseca Amador se había formado en la juventud comunista y que de allí había emigrado para formar el Frente Sandinista de Liberación Nacional, pero hasta ese día casi toda la información que manejábamos era la que salía en los diarios; y en los diarios de la época, sometidos como estaban al súper control de la dictadura.

Antonio empezó explicando que a su llegada se estaba produciendo una gran discusión en el Partido nica, y que una parte de la dirección le propuso una entrevista con la Comandancia Sandinista, que él la aceptó, que terminó entregando el dinero a la Comandancia Sandinista y que también aceptó un pedido de ayuda para el área de formación política, que le transmitió el comandante Carlos Núñez en nombre de la dirección nacional.

Que el viejo Partido se dividió, que lo mejor del Partido se incorporó al sandinismo, y que lo peor terminó trabajando para la Contra y la misma CIA. Sí, para la Contra y la CIA y que para ese sucio trabajo se atrevieron a usar el nombre de comunistas que no habían utilizado nunca en la pelea contra Somoza. Así pues, el pueblo nicaragüense comenzó a conocer los comunistas por esos traidores.

La presencia de otros comunistas, revolucionarios y por ello solidarios con la revolución sandinista, era una necesidad grande del Frente; acaso más útil que los 25 mil dólares que tanto le agradecieron en ese encuentro que tuvo con los nueve comandantes.

Así pues que decidió por su cuenta: le entregó el dinero al sandinismo y se puso a colaborar con la revolución hablando por radios, en mítines y colaborando con el equipo de formación política  donde se daban todos los debates que aún hoy operan entre los que se dedican al tema: estaban los dogmáticos que querían bajar línea como en una escuela formal, estaban los que se contentaban con que la gente participe aunque no se desarrollara conciencia revolucionaria y también estaban los que buscaban nuevos caminos para llegar al corazón y la mente de los trabajadores para fortalecerlos en la conciencia revolucionaria utilizando las enseñanzas de Paulo Freyre, de Antón Makarenko o de Vigotsky. Y que había ido por unas semanas, y se había quedado por ocho meses. Cuenta cosas maravillosas.

Como que el siete de noviembre de 1979 fue invitado a hablar delante de cuatro mil soldados del naciente Ejercito Sandinista de Liberación Nacional formados en la cárcel Modelo, y que los ocho mil somocistas que ellos tenían presos allí por haber cometido crímenes de guerra escucharon con atención sus palabras desde sus celdas sin rejas.

Antonio se apasiona y empieza a repetirnos el discurso

No se puede entender el triunfo de la Revolución de Octubre, la revolución de los obreros, los soldados y los campesinos rusos, si no se piensa en el ensayo general de la revolución de 1905, y si no se mira a la historia de la revolución como un largo camino de aprendizajes, de victorias y derrotas.

Porque nosotros venimos de la mano de Espartaco, de aquel esclavo que se rebeló contra los romanos. Nosotros somos los mismos que vencieron con la Comuna de París a la burguesía traidora y asesina. ¿O no somos nosotros los mismos que entramos a La Habana un primero de enero de 1959?

¿Y no es que la revolución sandinista es de la misma estirpe que todas las otras luchas de clases, triunfantes hoy o derrotadas, siempre justas y dignas en su heroísmo popular?

Se me parte la cabeza.

La victoria sandinista rompe todas las teorías derrotistas que he escuchado como justificación de las  políticas posibilistas, empezando por las del Pece, que circularon desde el 24 de marzo del ´76 hasta entonces. Empezamos a pensar, con cierta certeza, que si los nicas pudieron, otros podrán, y que a lo mejor no era cierto que ese era el tiempo del fascismo eterno; que a lo mejor era el de los pueblos, y que eso dependía de nosotros.

Me las arreglo para que Eber me invite a salir con ellos, y me voy con Antonio a seguir charlando. Lo exprimo. ¿Y los jóvenes? ¿Y los comunistas? ¿Y la lucha armada?

Antonio cuenta todo, despacio, detalladamente me habla de una asamblea obrera de cuatro mil compañeros que le pidieron que explicara eso de la plusvalía, y como le fue en su intento de resolver el teorema básico de El Capital en una asamblea multitudinaria.

También de las giras por los pequeños pueblitos del interior, tan cerca de esa frontera imaginaria con los Contras (69) ; o de  la ayuda que les dio para editar libros en colaboración con los mexicanos y los cubanos.

En el momento me había parecido que no se guardaba nada. Pero algo había callado. Serán veintidós años después, delante de un par de ginebras con hielo, que me revelará la otra parte de la historia.

Primero me cuenta que luego de hablar en la cárcel Modelo no solo recibió el saludo de los jefes nicas, que también se le acercó un oficial de aspecto bien cuidado y que con acento argentino le agradeció la lección de marxismo que les ha dado a todos. Y que el oficial montonero le ha ofrecido compartir algunas misiones encomendadas por la dirección de la Revolución Sandinista.

Si sus compromisos políticos se lo permiten, aclaro cuidadoso.

Y que él aceptó el convite, y que corrió todos los riesgos que corrían todos. Y que aprendió a respetar, a querer y a sentirse hermano de exiliados montoneros, trotskistas y del PRT que se habían ido a Nicaragua a seguir la lucha que ya no podían hacer en la Argentina. También me cuenta que al volver al país, luego de una anodina reunión de balance en la que nadie le preguntó mucho sobre lo que había hecho o dejado de hacer, a los dos días recibió en su casa la visita de un alto dirigente nacional del Partido que le recriminó agriamente no haber cumplido estrictamente la misión asignada y le espetó que no debió haberse quedado tanto y mucho menos decir las cosas que dijo.  -¿O te crees que no sabemos lo que dijiste por radio sobre la dictadura argentina?

Pero que no lo habían sancionado y que incluso le permitieron seguir en la tarea que tenía al frente de la labor editorial del Partido. Y que así había llegado a Rosario en el ’79 tratando de despertar los fuegos sagrados con el ejemplo nica.

Yo le cuento, provocadoramente, que al Ciego lo bajaron del avión en que iba a sumarse al asalto a Managua, que si no, lo hubiera encontrado en Nicaragua, y él me mira despacio, se fuma su prohibido cigarrillo y me dice con tristeza ¿y es que no sabes que en el Partido siempre estuvo esa contradicción entre la revolución y la reforma, entre una esencia revolucionaria que no llegaba a florecer y un reformismo que casi siempre terminaba en claudicación?

Se pone serio y casi con lagrimas en los ojos me tira: ¿Y si no, por qué carajos tuvimos que hacer el XVI Congreso?  Se toma el vaso de ginebra, me mira de nuevo y me dice,  NO, la pregunta está mal hecha, la pregunta correcta es: ¿si no hubiera estado esa contradicción entre reforma y revolución, de donde mierda hubiéramos sacado fuerzas para hacer el viraje?

Me acuerdo de Jorge y nuestra discusión sobre si se podía o no poner en pie al elefante blanco del Pece, y le doy la razón.

El viraje no vino de la nada, lo prepararon por años hombres como Antonio, como el Chocho, como el Alberto, como el Ciego, como el Ñato, como el viejo Tito y como tantos otros miles que siguieron siendo comunistas verdaderos a pesar de todo.

 


Notas 

(69) Así se conocían a las fuerzas contrarrevolucionarias, que al amparo de la CIA y la ayuda del gobierno dictatorial argentino, sabotearon desde el primer día la Revolución Sandinista.

 

  

 

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