44. El reencuentro

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

El suegro de Raulito nos prestó un departamento por San Telmo. Allí nos alojamos para participar en el XVI Congreso con dos compañeros del Partido de Rosario. Todos estamos muy excitados, hace pocos días se ha hecho la Conferencia Provincial y todos sienten que estamos haciendo algo importante, y necesario. La conversación con  Jorge parece que hubiera sido ayer dado la aceleración de los tiempos en el Partido.

En pocos meses he tenido que recuperar años de aislamiento intelectual. No sólo me he leído todo lo que me recomendó Jorge, también todo lo que empezó a circular con virulencia una vez rota la censura que el aparato ideológico mantenía sobre todos nosotros.  De todos esos textos un libro me ha partido la cabeza, es el de Los Caminos de la Unidad en que Shafik y Piñeyro (70) defienden la unidad de la izquierda, el carácter socialista de la revolución, la imprescindible necesidad de derrotar el enemigo en su núcleo armado y una valoración de América Latina que es toda una sorpresa para mí, y para miles de compañeros.

En el acto inaugural Athos ya define el  carácter del Congreso y se pone firmemente de parte de los más decididos a dar el paso tan temido de decretar caduca la auto proclamación de vanguardia, el carácter infalible del Partido y sus direcciones y a dar por agotada, prácticamente, toda una cultura política.

Ya llegaría el tiempo de aprender, dolorosamente, que no se abandona gratuitamente un modo de ser mantenido por cincuenta años. Pero esa noche todo es optimismo y convicción de victoria.

Cuando termina Emilio me propone volver al departamento, que me quiere presentar gente muy interesante.  Intuyo que hay algo que vale la pena y acepto la invitación.

Cuando tocan el timbre y entra una pareja con dos chicos en brazos no los reconozco para nada. Para colmo hablan con tonada cubana, y yo no había ido nunca a Cuba, casi no les entiendo lo que hablan hasta que la madre me abraza y me pregunta si ha engordado tanto que no la reconozco.

El Ciego se ríe y dice que sí, que ha engordado tanto que nadie la va a reconocer, que hasta puede ir a Rosario y caminar por la peatonal que nadie se va avivar. 

Emilio nos tiene a todos otra sorpresa ha descubierto que en un placard el dueño de casa tiene una verdadera bodega de vinos importados. Elegimos una colección de Navarro Correa numerados de uno a cien, y unas botellas de sidra española de un chillón color amarillo.

La ronda tiene algo de mágico, levanto el vaso y miro adentro: me veo escribiendo un libro dentro de veinte años acordándome de esa escena: un verdadero reencuentro de sobrevivientes.

Emilio estuvo en el Pozo de Bánfield, junto con casi todo el Comité Central de Vanguardia Comunista. A él lo largaron, pero ya sabemos que es uno de los pocos sobrevivientes.

Lo que cuenta supera todo el horror que yo pude recoger en mi paso por la Cuarta, la Guardia y Coronda. Atados con cadenas a las paredes, encapuchados  por meses, casi sin comida y sometidos a una situación de degradación que ni los relatos sobre Auschwitz se equiparan, iban siendo llevados de a uno o dos, para no volver. A él lo tiraron un día en una calle del Gran Buenos Aires, y caminó por horas en círculos temeroso de que lo hubieran largado como un señuelo para capturar más compañeros. Al fin se convenció de que no lo seguían, y llamó al Central para que alguien lo recogiera y lo pusiera a salvo.

En realidad se salvó dos veces, porque a los dos meses de regresar a Rosario (lo habían chupado en una escuela del Partido que se hacía en San Martín, en el Gran Buenos Aires) le rodearon la casa y se tuvo que escapar por los techos.

Todos escuchamos con envidia al Ciego: nos habla de Cuba, de su viaje frustrado a Nicaragua y del que sí pudo hacer al Salvador. Nos cuenta que para viajar al Salvador se preparó, junto a un grupo de internacionalistas de toda América Latina durante algunas semanas; y que en la etapa final de los preparativos los llevaron a un sitio donde el mismo Che había pasado algunos de los días previos al viaje sin retorno a Bolivia

Y que todos habían sentido una emoción muy especial al caminar por ese campamento en lo alto de la Sierra Maestra. El Ciego nos cuenta anécdotas de aquellos días, y de cómo la convicción de la victoria parecía fluir del mismo suelo por donde había caminado el Che.

Pero que dejó todo por volver al país y ser uno más de la Fede dice, sin acordarse de que ya todos estamos en el Partido.

Los tres fuimos de la Fede santafesina, los tres sufrimos algún tipo de persecución y represalia por nuestra militancia comunista, y los tres hemos llegado a la convicción de que hay que cambiar profundamente al Partido para poder salvarlo.

El Ciego es el que ha vivido más de cerca los procesos centroamericanos de unidad de las izquierdas y de lucha armada popular; hace rato que ha superado cualquier rasgo de impaciencia o inmadurez. Sabe perfectamente que toda lucha de clases, empezando por la armada, es una lucha política que no admite demoras pero tampoco improvisaciones o aventuras. Pero que sólo la lucha por el poder puede poner un centro de gravedad verdadero a un Partido que ha estallado tras el fracaso electoral del ’83 y que ahora se cuestiona todo.

El Emilio ha sufrido aquel secuestro tanto como la falta de debates, el autoritarismo de un puñado de burócratas que llegaron a apoderarse de muchas direcciones partidarias y que habían hecho de su autopreservación todo el leit motiv de su actividad.

Y yo, junto con las lecturas a las que me indujo aquel viaje con Jorge, he sentido en carne propia tanto la falta de concentración del Partido en los centros neurálgicos de la lucha de clases real, como los límites de una política sindical que no acertaba en vincular la lucha contra la burocracia sindical con los temas de la construcción de alternativa revolucionaria.

Les cuento una anécdota bastante simbólica: pocos días antes de la definitiva normalización de la UOM de Villa, el Partido de la localidad organizó un asado con un conjunto muy grande de trabajadores, activistas y dirigentes de la Seccional.

Estaban incluso algunos de los que serían electos como primeros directivos legítimos de la U.O.M. de Villa después del operativo represivo del ’75, y de la intervención -con el aval de Miguel por supuesto-  que se mantuvo hasta mediados del ’83. Ante el éxito previsto de la actividad, el Central aceptó mandar al referente sindical histórico, Rubens Iscaro y eso terminó de asegurar el éxito de la actividad. Trabajamos como locos, todo salió bien, la comida, la bebida, la seguridad del lugar, la presencia de los invitados, pero Rubens Iscaro dedicó su intervención a la cuestión del necesario apoyo obrero al Movimiento de los Cien para seguir Viviendo, un movimiento pacifista inspirado en el llamado Nuevo Pensamiento Político que surgió en la U.R.S.S. con la Perestroika, y que predicaba la desaparición de los enemigos, y que por ello equiparaba al imperialismo con los pueblos que luchan por la liberación.

Claro que un movimiento de ese tipo contaba con el apoyo de “demócratas” como Alfonsín o Vernet pero nos volvía a sumergir en la política de “frente demócrata nacional”. 

-Y esa fue la base de la Unión Democrática y de que no fuéramos consecuente con la 7º Conferencia y con aquella consigna inventada por nosotros mismos, “Unamos los brazos por un Argentinazo”, que nos colocaba en el camino de los Montos y del Perrete.

El que dice eso es el Ciego, la Mechi disiente con la cabeza y el debate da vueltas y vueltas tratando de encontrar las razones de que este extraño grupo de sobrevivientes sean vistos más como derrotados que como gente victoriosa de la muerte que se prepara para la lucha final.

Y para colmo hay que cargar con el sambenito del apoyo a la dictadura. Justamente nosotros.

Pero Emilio dice que hay que asumir todo, que no se puede empezar a explicar que yo no fui o que otros escribían las pelotudeces de la convergencia. Que si nos salvamos es para ayudar a superar los errores, y que los errores eran por derecha. Que de esta crisis se sale por izquierda, y que ahora podemos poner el Partido en sintonía con el Sandinismo, con el Farabundo, con el Manuel Rodríguez, que todavía tenemos varios miles de militantes y si los podemos poner a la lucha por el poder….

Jorge dudaba que el elefante blanco se pudiera poner en pie, pero estos cuatro sobrevivientes, sea por el alcohol o por la experiencia vivida, ya no dudan.

-El viraje va a poner al Partido en el lugar que le corresponde. Que para eso hemos nacido. Para triunfar, qué mierda dice Mechi, y se abraza fuerte con el Ciego.

Los niños están durmiendo y nos vamos tranquilizando.

Me tiro en un rincón y me agarra la nostalgia. Pero no sé de qué. Será que como dice Sabina no hay nostalgia mayor que añorar lo que nunca jamás sucedió.

De repente me agarra una cosa extraña ya que siento una sensación casi olvidada: aquella que tenía cuando conspiraba con Leonel Mac Donald: me ha vuelto la seguridad en la victoria y eso me enciende una hoguera que me pone a full la cabeza, tanto que casi me duele. 

Pienso en aquella charla de café y me doy cuenta de algo muy curioso: estamos haciendo lo que Leonel me pedía en aquel café del Baviera del Puente, acaso ingenuamente en el ´68.

Que pusiéramos el Pece a luchar por el poder.

 


Notas 

(70) Se trata de Jorge Shafik Handal, entonces secretario del Partido Comunista Salvadoreño y hoy uno de los principales referentes del Farabundo Martí; y de Manuel Piñeyro Losada, comandante de la Revolución Cubana, encargado por años del Departamento América del Partido Comunista de Cuba.

 

  

 

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