45. La Maldita Camioneta

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

Al Ciego le apasionaba los Quilapayun.

A las seis de la mañana, en la puerta del Swift, mientras piqueteaba Nuestra Palabra, ponía el casete en el equipo de sonido y martirizaba a todos con la Cantata de Iquique.

¿Qué extraño, no?: La cantata empieza en el desierto del sur chileno con algo así como que un niño juega en la escuela Santa María de Iquique y descubre los restos de una matanza.

En Santa Fe no hay desierto, se sabe; pero igual un niño juega en lo que parece una camioneta chocada.

La madre le grita una y otra vez que tenga cuidado, que hay muchos fierros rotos ahí, que no sé por qué tu padre no se lleva esa porquería de una vez.

Mamá, mamá, grita el niño.

Mirá lo que encontré le dice, un reloj, un reloj, y anda todavía.

Ay Martín, Martín, tené cuidado con  lo que tocás que la camioneta es de unos compañeros se preocupó la mamá del niño.

El Ciego puso la primera y la camioneta arrancó despacio.

Llovía y él llevaba la familia así que era más cuidadoso que nunca.

Cuando llegaron a Paraná, el compañero que había traído de Concordia se ofreció a ayudarle a manejar.

El Ciego paró a un costado de la ruta, dio la vuelta por delante y se sentó a la derecha del conductor que ahora se acercaba al túnel, aceleró para pasar un auto, el Ciego iba  a gritar cuidado cuando el camión salió de la nada y lo arrojó a lo oscuro.

Despertó por los gritos de la Mechi y de los chicos, no sentía nada pero no se podía mover.

La camioneta se había deformado con el choque y estaba atrapado, perdiendo sangre a borbotones.

La miró a la Mechi que intentaba hacerle un torniquete, en vano.

Había estado en demasiados cursos de primeros auxilios para no saber lo que pasaba, se estaba desangrando y en minutos el corazón le estallaría.

Pensó en Ramiro, el salvadoreño al que creía su hermano; pensó en Mauricio, el Nica que se quedó esperándolo para entrar juntos a Managua, pensó en Patricio y en esa noche en que estuvieron juntos con Shafik.

Se dio vuelta para que la Mechi no lo viera llorar y gritó con el resto de sus fuerzas: Hijos de puta, yo no me puedo morir así.

 

   

 

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