47. Genocidio y Dominación

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

El Viejo es profesor de historia.

Daba clases en un Instituto de Reconquista, y ahora dicta conferencias en el patio de la cárcel de Coronda.

Su tesis es más que interesante: todo movimiento de dominación exige un nivel de aculturación del dominado; primero se requiere del aniquilamiento en masa de aquellos a ser dominados, y luego -para garantizar que no se reconstruya la identidad original, incompatible con la estructura de dominación montada-, un aparato represivo destinado a aplastar el elemento de rebeldía cultural.

Repasemos, los españoles aplastaron toda resistencia indígena apelando a un discurso religioso de inhumanidad de los infieles. La cruz y la espada.

Pero luego, junto con la administración colonial, llegó la Inquisición que se desparramó por toda la extensión de los dominios coloniales. Tenía su centro oficial en Lima, pero en cada ciudad importante, y la Santa Fe de la Vera Cruz ya lo era por entonces, tuvo su delegado autorizado para llevar adelante procesos.

Es casi increíble la similitud que hay entre la metodología usada por los Inquisidores y los grupos de tareas de la dictadura: los dos trabajaban sobre la base de acusaciones arrancadas en sesiones  de tortura que proseguían mucho después de conseguida la “prueba” buscada.

Buscan en realidad destruir el otro, ayer no ortodoxamente religioso o no suficientemente Realista (72), y hoy rebelde contra el capitalismo y el nuevo imperio.

La Inquisición perduró mucho después de la Revolución de Mayo dedicándose en los últimos años a perseguir pensamientos “afrancesados”, aunque éstos remitieran a los Incas y sus sublevaciones.

A poco de andar, la oligarquía porteña consolidó su dominio sobre los otros grupos de poder que buscaban un camino propio de organización capitalista y con Rosas, reorganizó la persecución de un modo más explícito y brutal que la Inquisición, pero no menos efectivo. Los vencedores de la larga lucha entre federales y unitarios, emprendieron un nuevo genocidio contra los restos de los pueblos originarios en el sur, la llamada Conquista del Desierto que por supuesto estaba habitado, y habitado desde hacía miles de años; y en el noreste, en la zona del Gran Chaco que iba desde la actual Misiones hasta el centro de la provincia de Santa Fe para el sur y hasta Santiago de Estero en el Oeste.

Cuando la generación del ’80, tal culta y liberal ella, asumió la tarea de dirigir la definitiva organización nacional estatal capitalista, una de sus primeras leyes, la 4144 sancionada en 1902, organiza la represión contra los que vienen del exterior a disociar el espíritu nacional en explícita mención al pensamiento anticapitalista de los anarquistas y los primeros socialistas y comunistas.

El  otro deja de ser el infiel o el bárbaro, para convertirse de ahí en más, hasta ahora, en el que denuncia al capitalismo y sus actores principales, y lo combate.

El anticomunismo, que se descargaba sobre los luchadores contra la explotación capitalista no importa en la organización que militaran, se transformó, de ahí en más, en el elemento articulador de una ideología de la represión que justificó el accionar de las policías bravas, las secciones de la policía de lucha contra el comunismo, las asonadas golpistas y los grupos parapoliciales a lo largo de todo el siglo XX hasta culminar en el tercer genocidio, el que sufren los militantes populares de los ’70, el del Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.

Hemos tenido el extraño “privilegio” de sufrir un genocidio de nuevo tipo.

Sus víctimas no eran parte de un grupo étnico o religioso, como habían sido las víctimas de los turcos en Armenia o de los nazis en Europa  Su identidad común no era el color de la piel o el Dios en que creían, o  no creían; su identidad común era el compromiso con las luchas populares, y un sueño. 

El sueño de ser libres.

 


Notas 

(72) En el sentido de partidarios del Rey de España.

 

  

 

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