48. La Victoria y la Derrota

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

El que está hablando ahora es el Ñato Huidobro. Estamos en 1992, en el patio arbolado de la Facultad de Humanidades de Rosario, en un Seminario sobre el Che. El Ñato está reflexionando sobre la derrota y dice algo muy interesante.

Cuenta cómo Raúl Sendic estuvo en un pozo y salió libre. Es decir, que salió siendo Raúl Sendic.

Y que él sintió la derrota cuando algunos compañeros que llegaban a posiciones de gobierno, eran capturados por el pensamiento neoliberal.

Que en el fondo, usando aquel famoso en última instancia de Engels sobre la determinación, la victoria o la derrota, la libertad o la cárcel, se deciden al interior de cada uno de nosotros.

En Coronda no ponían a los presos en un pozo, pero había un escalonado sistema represivo que buscaba liquidar la identidad de los que, por error o casualidad, habían sobrevivido inmerecidamente en tanto seguían sosteniendo el sueño.

En primer lugar estaban los guardiacárceles, que habían sido paulatinamente renovados con sangre y músculos nuevos, bien adaptados al nuevo rol que les tocaba jugar. Ya no se trataba de asegurar la disciplina o frustrar preparativos de fuga: ahora se les exigía que colaboraran en la destrucción de los militantes apresados.

Los guardias estaban autorizados para imponer sanciones a los compañeros por insignificantes violaciones a un reglamento interno que penaba todo hasta cantar o no estar bien afeitado. La sanción hacía perder los recreos y, lo más importante, la posibilidad de recibir visitas cada treinta o cuarenta cinco días, según la época represiva.

Las sanciones tenían un carácter acumulativo. Digamos, la primera vez tres días, la segunda cinco, luego diez, veinte y luego la celda de castigo que estaba en los laterales.

Allí, el preso estaba solo y más aislado que en las celdas comunes donde siempre quedaba el recurso de hablar por la ventana o los conductos del agua, o al menos hablar con el fajinero que te traía la comida. En la de castigo no había nadie cerca y te dejaban un único “elemento de confort” que era el colchón, pero lo sacaban a las seis de la mañana y te  lo devolvían recién a la noche.

También estaban las requisas, esos allanamientos sorpresivos que rompían todo lo que había en la celda buscando algo prohibido y que te ponían desnudo en el pasillo para revisarte bajo los huevos y dentro del culo para ver si te habías encanutado algo. Y que a veces pegaban.

También estaban los interrogatorios que volvían a hacer los militares o tipos de Inteligencia que actuaban desembozadamente en busca de complicidades.

Y el escalón final, era el “chancho”, una especie de celda de castigo pero mucho más brutal: ésta estaba fuera del pabellón, no tenía  siquiera colchón y en la misma celda había un excusado que no se limpiaba nunca. Tenía un olor inaguantable.

Propiamente, una celda de la Inquisición.

 

   

 

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