53. Los Cuidadores de la Memoria

Los laberintos de la memoria, por José Ernesto Schulman

 

 

Brusa se había acostumbrado demasiado a la impunidad.

Fueron muchos años.

Muchos años de colaborar con el Segundo Cuerpo y de hacer amigos que le debían favores de todo tipo.

Muchos años de trenzar con el Pejota de la provincia, muchos años de arreglar juicios a favor de los poderosos, -de los que mandan en serio como gustaba explicarle a su mujer en los raros momentos en que ella insinuaba alguna duda ante un hecho escandalosamente beneficioso para ellos.

Cuando lo nombraron Juez Federal de Santa Fe, a cargo de la instancia electoral, creyó haber tocado el cielo con las manos.

Había llegado al final del camino, y para siempre.

No sólo había triunfado en la vida, también había ganado le eternidad.

Nadie lo podía sacar de ese sillón por el que había pisado tantos y tantas desde aquellos primeros “perejiles” de la Cuarta y la Guardia.

Por eso, aquella mañana en que el pelotudo ese se le metió debajo de la lancha, no dudó un instante. 

Dios no podía ser juzgado por un accidente en la laguna, y si bien él no era Dios, era amigo de los dueños de la vida y de la muerte. Que es más o menos lo mismo.

Había salido a dar una vuelta en la lancha y Miguel Pedernera se interpuso en su camino sin que él se diera cuenta. Ni se detuvo a ver lo que pasaba con el nadador que se hundía con peligro de ahogarse en la laguna que tan bien conocía.  Después hizo casi todo lo que quiso: desde inventar testigos falsos, apelando a sus amigos, hasta sacar del medio a la Dra. Tessio nombrando como abogado de la defensa a quien había sido el  marido de la fiscal, obligando a excusarse de la causa a quien parecía no querer respetar los pactos corporativos de impunidad y silencio.

Pero aquel 8 de noviembre de 1997 su suerte empezaría a apagarse.

Poco después recibió un pedido de juicio político que no le inmutó, había demasiados en el Congreso que le debían favores. Tampoco se calentó mucho cuando se enteró que Patricia lo había acusado en España ante el Juez Garzón.

Qué le iba a hacer a él un gallego bruto que les creía a los subversivos. 

-Que se joda si le pasa algo, comento en la ronda de whisky de la tarde. Y sus amigos la amenazaron a Patricia, para que vayan sabiendo con quien se meten.

Como yo sabía muy bien con quien había que meterse, cuando un abogado gallego -pero de verdad, de Galicia, y no los inmigrantes de España a los que llamamos gallego por ignorancia nuestra- me pidió que testimonie para el juicio de Garzón, no tuve reparos.

Busqué papeles, trabajé un poco con lo que aquel periodista me había conseguido, y en febrero de 1999 me presenté en Rosario ante el Consulado a brindar testimonio.

El caso volvió a tener presencia en los medios y la campaña de denuncia se reinició. Fue en una entrevista radial donde me enteré de que se había abierto una causa contra Brusa en el Consejo de la Magistratura, un engendro institucional del Pacto de Olivos y de la Reforma Constitucional del ’94.

Menem necesitaba reformar la Constitución para lograr su reelección y Alfonsín necesitaba pactar con Menem para volver al protagonismo de “Padre de la Patria” que tanto le encanta.  Se sabe que la Reforma legitimó todo el saqueo que militares y economistas neoliberales habían hecho en treinta años.

Y también la impunidad de genocidas y ladrones.

Pero había que fingir un poco y se firmaron  con mucha pompa “declaraciones de interés” y se aprobaron “Pactos de derechos humanos” que nadie pensaba cumplir jamás, y se reformó la Corte Suprema.

Algo tenía que obtener Alfonsín.

-Che, nos ha ayudado tanto que cómo le iba a negar ese favor, explicó Menem a su entorno, celoso como siempre de ceder así sea un cargo de cartero en un pueblo pampeano.

Y uno de los pagos fue la creación del Consejo de la Magistratura, encargado de juzgar, remover y elegir nuevos jueces Federales suplantando a un Senado que ya venía bastante poco creíble.

El punto es que al inaugurarse el Consejo, recibió como peludo de regalo todas las causas por pedido de juicio político que había en el Senado, y a las que nadie les daba ni cinco de bola. Pero que al llegar al Consejo, se tuvieron que activar.

Claro que en silencio, sin que nadie supiera nada, sin que se llamara a testimoniar a uno solo de los sobrevivientes de la Cuarta o al menos a alguno de los que habían denunciado a Brusa en todos esos años.

Digo, a Maulin, a Pratto, a Viola, a Córdoba, a Vallejos, a Cepeda, a Cámara, a Bugna, a  Isasa.

O a mí mismo.

El caso es que los tipos ya medio estaban en la etapa final del caso, sin que se hubiere enterado nadie y con pronóstico de salvataje asegurado cuando un periodista me pregunta si me habían citado a declarar ante la Comisión de Acusación del Consejo de la Magistratura.

Me hago el que sabe de que se trata y me pongo a averiguar qué diablos es ese Consejo y el Jury. 

En marzo presenté el pedido de testimonio espontáneo (sin que nadie me lo pida) que ellos no podían rechazar, por el mismo reglamento que acababan de sancionar. Pero demoraron, recién en junio me llamaron y sólo dos días antes de la Feria Judicial de julio. Pero allí fuimos.

Antes, en los días previos me había conectado con la Liga nacional y con la Asociación de ex detenidos-desaparecidos por razones políticas. Juntos armamos un pequeño equipo en el que discutíamos los pasos a dar y el modo de encarar las exigencias legales.

Pero cuando entré a ese ámbito de la Corte Suprema en los tribunales de la calle Viamonte, sentí la soledad de estar parado frente al mismísimo poder.

Esas mesas de roble, esas sillas, esas paredes cubiertas de cuadros con los rostros de la Patria (se entiende con los rostros de su Patria, no de la nuestra porque allí no estaban ni Tosco, ni Santucho, ni Evita).

Y la ropa de los tipos.

Y los zapatos.

Y el perfume.

Y los modales.

Todo para achicarte, para que te cagues y los respetes. Y para que no digas lo que verdaderamente piensas.

Pero yo había llevado lo que quería decir por escrito. 

Porque no confiaba en mi serenidad, ni mucho menos.

Cuando empecé a hablar e hice algunas reflexiones políticas, la expresión de Alassino, de Maqueda, de todos los forros que habían hecho la Constitución del ’94 y estaban allí por ser los más sabios de todos en cuestiones jurídicas, se tornó en sonrisas sobradoras, aburridas.

Pero cuando empecé a nombrar datos, fechas, expedientes, pelos y señales, se fueron poniendo más serios hasta que el silencio fue tal, que terminó afectándome.

Levanto la vista y la veo a Emilia, a Mario y a Fany. Trago saliva, hago esfuerzos para no llorar delante de esa mierda y continúo.

“Créanme, señores de la Comisión de Acusación del Consejo de la Magistratura del Poder Judicial de la Nación, que no hay razón más poderosa para este testimonio que cumplir con el juramento que todos nos hicimos de que los que sobrevivieran denunciarían a los culpables hasta las últimas consecuencias.

Mi generación, la del Cordobazo y el Rosariazo, cometió muchos errores y no está mal que los jóvenes tengan una mirada crítica sobre nuestras conductas; pero habría que remontarse a aquellos que liberaron la patria del colonialismo español para encontrar tanta generosidad e idealismo, tanta inteligencia y creatividad, tanta combatividad en la lucha y serenidad en la derrota. 

No creo que venga mal en esta oportunidad rendirles justiciero homenaje.” (81)

Y ahí no puedo más, me quedo en silencio trabado y los tipos se quedan paralizados. Los mínutos pasan y  no se animan a sacarme de allí, ni tampoco quieren animarme.

Uno me da un vaso de agua y me lo tomo de un trago.

Entonces la veo a Fany de vuelta que me mira, y llora. Y yo lloro.

Que no me importa que nos vean llorar, si ésta se la ganamos.

Y sigo con los datos y las fechas, y la puta madre que los reparió a todos.  Pero me agarro del papel y sigo leyendo hasta el final.

-Hace siete años que Víctor Brusa ignora olímpicamente todas y cada una de las denuncias hechas en su contra. Debe estar convencido de su impunidad. Razones tendrá para ello.

-El 24 de marzo fui invitado por la Coordinadora estudiantil santafesina a un acto donde me pidieron les relatara lo ocurrido. Más de 300 muchachos y chicas escucharon con avidez nuestros relatos y se comprometieron a incrementar su compromiso con la democracia, es decir con la lucha contra la impunidad, el neoliberalismo y la entrega. Yo tengo las mías para seguir adelante con las denuncias.

-Estoy seguro de que la memoria es más fuerte que la traición y que cuando ya nadie se acuerde ni de Brusa ni de Facino, ni de Videla ni de Martínez de Hoz, los jóvenes argentinos seguirán venerando el recuerdo de cada uno de los treinta mil desaparecidos.

-Eso si que será Justicia (82).

 


Notas 

(81) Trascripción taquigráfica del testimonio ante la Comisión de Acusaciones del Consejo de la Magistratura del Poder Judicial de la Nación del 28 de junio de 1999.

(82) Idem.

 

  

 

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