4. Ferroviario

Tito Martín..., por José Ernesto Schulman

 

 

Para sus 76 cumpleaños, los amigos y compañeros de Tito organizaron un asado en el mítico local de la Unión Ferroviaria. Rodeado del cariño de sus viejos compinches que aportaban recuerdos y datos; y de la admiración de los jóvenes que no paraban de preguntar, proseguimos con la tarea de recuperar la historia ignorada. Por el lugar en que estábamos, naturalmente arrancamos de sus comienzos laborales, de su vieja pasión por las locomotoras y de su preocupación por los hombres que las hacían circular.

 

“En el 41’ fui llamado para ingresar al ese entonces Ferrocarril Central Argentino, hoy FF.CC. Mitre, en la localidad de Corral de Bustos, provincia de Córdoba.  El 20 de junio de ese año , tomo servicio en el galpón de locomotoras de esa población cordobesa y mi primer trabajo es el de pasaleñas.

En ese entonces la importación del carbón ya estaba cortada desde hacía un tiempo, por lo que se lo reemplazaba con leña.  Yo iba en el tender de la locomotora, en la parte de atrás, y mi trabajo consistía en acercarle los troncos de leña al foguista que los introducía en la caldera. Ahí trabajé un tiempo, no mucho porque se produjo un retiro numeroso de maquinistas e hicimos una carrera rápida. Al poco tiempo ya era foguista de locomotoras a vapor y a los 6 años y medio de ingresar al FF.CC. conducía una locomotora. A tal efecto había aprobado el examen, ciertamente bastante riguroso, que se tomaba en el edificio del Min. De Obra Públicas en la Capital Federal.

Ya en Corral de Bustos me vinculé al Club Sporting y me incorporé a su comisión directiva.  Hacía deportes, fútbol en primer lugar en una cancha que estaba en el centro del pueblo.  Durante nuestra gestión tomamos la decisión de vender esos terrenos y comprar otros mayores en las afueras donde construimos un camping con pileta de natación incluida. Me incorporé también a la Seccional de la Fraternidad donde me eligen alternativamente presidente y secretario de la seccional Corral de Bustos y me designan delegado a varios congresos del gremio. Durante el tiempo que viví en la provincia de Córdoba fui miembro del comité provincial del Partido Comunista.

En el año 49’ me eligen miembro de la Comisión Central de Reclamos con asiento en Rosario, donde me radiqué entre los años 1949 y 1950. En esas circunstancias fui elegido delegado al Congreso Mundial por la Paz del año 1949.     Fue emocionante encontrarme con la delegación norteamericana (integrada en su gran mayoría por negros).  En ese congreso tuve la alegría de conocer nada menos que a Pablo Neruda, nuestro querido poeta chileno.

Pablo estaba exiliado en México perseguido por el traidor dictador González Videla y nos invitó un día a su casa.  El tema es que él había escrito un folleto contra la dictadura y necesitaba ayuda para entrarlo a Chile y pensaba que se podía aprovechar que nuestro viaje de regreso tenía una escala en Santiago de Chile. La idea era que cada uno de nosotros llevara 20 folletos en su equipaje.   Nosotros aceptamos de buen grado el pedido de Neruda, pero no lo pudimos cumplir totalmente dado que el enlace que los debía retirar en el aeropuerto no apareció. En Buenos Aires los entregamos a manos seguras que intentarían otra vía de entrada para el folleto de Neruda.

El periodo que estuve en Rosario estuvimos perseguidos (cuando digo estuvimos, digo los comunistas).  Fue así que en ocasión de celebrarse un nuevo aniversario de la revolución de Octubre, el 7 de noviembre de 1949, y habiéndoseme encargado hablar en un acto relámpago fui detenido por la policía.    La idea de los actos relámpagos era ocupar una esquina unos minutos, hablar, repartir volantes y desaparecer.  Pero esa vez, la policía llegó primero.  Por suerte, La Fraternidad era un sindicato grande.  Intervino, y a las 48 horas fui liberado.   Fue la segunda vez que estuve preso.

En Corral de Bustos viví desde el año 1941 al 51’ y luego (hasta el 53’) en Rosario. Allí me case y nació mi único hijo Tito. Habiendo terminado el mandato en la Comisión de Reclamos, fui trasladado a mi pedido a Villa Constitución.  Yo no podía vivir sin el río y su paisaje.

En el año 53’, todavía estaba Perón en el Gobierno y nosotros gozábamos de una aparente libertad de funcionamiento.  Sin  embargo, de buenas a primera, allanan mi domicilio y soy detenido junto a Rodolfo Graff y otros compañeros. Entre los papeles que secuestraron en mi casa la policía introduce clandestinamente un documento con un supuesto plan contra el gobierno de Perón: nada menos que un imaginado complot de sublevación armada para derrotar el gobierno.  En base a esta acusación falsa nos detienen y somos juzgados en Rosario. 

Allí tuve la suerte de conocer al Dr. Guillermo Kehoe que me defendió asistido por el Dr. Adolfo Trumper.  Después de una detención de seis meses, el Juez nos declara libres de culpa y cargo y nos deja en libertad. Recuerdo que yo hacía gimnasia en la cárcel. Estaba en la Alcaldía de la Policía de Rosario y era invierno. Crudo invierno. Para poder bañarme después de la sesión de gimnasia que hacía, había trabado una buena relación con el enfermero que era el responsable de la única sección que tenía baño con agua caliente. El me dio una llave de la enfermería para que yo usara el baño cuantas veces lo necesitara. Fue una experiencia muy importante y enriquecedora para mí. Por un lado para reafirmar mis convicciones y sentirme parte de una fuerza que no se sometía a chantajes ni a persecuciones y que no abandonaba a ningún compañero; durante los seis meses de mi detención, día a día, sin faltar ni uno solo recibíamos la comida por parte de los compañeros de la Liga Argentina de los Derechos del Hombre. Por el otro sirvió para conocer aunque sea mínimamente otra cara de la miseria social.  Aquellos que llevados por la desesperación o la falta de oportunidades habían cometido alguna de las faltas que la burguesía castiga (ya sabíamos que las más graves son perdonadas) y sufrían el castigo horrible de sobrevivir en las cárceles argentinas.

Nunca tuvimos ni un problema a pesar de que todos ellos eran peronistas y los policías les decían que yo había querido derrocar a Perón. Con ellos pasábamos el tiempo y aprendíamos el lenguaje carcelario. Recibimos además, unas instructivas lecciones de las distintas técnicas entonces conocidas para... ¡robar!  Casi todas las noches hacíamos fogones entre todos los presos sin importar por qué razón estábamos allí.  Descollaba un brasileño, Ventor se llamaba, que había caído preso en un prostíbulo y que era un marinero.  Era muy divertido y animaba mucho las noches. No la pasábamos tan mal después de todo.

Cuando nos comunican que quedamos en libertad, me olvidé de devolver la llave de la enfermería, así que cuando salimos de la Alcaldía me  corrieron dos policías con gran sorpresa y alarma nuestra.  Nos venían a pedir la llave de la enfermería.  Así terminó mi tercera estadía en prisión.

El juez que nos había condenado era el Doctor Lazzaglia de San Nicolás que tuvo que tirar un vagón de azúcar al río para que no lo sorprendan en su labor de agiotismo y especulación.  Todo lo contrario a la imagen de mis dos abogados, los doctores Keohe y Trumper verdaderos exponentes de una moral y una ética que desprecia el acomodo y la salida personal, que no vacila en entregarse sin límites en defensa de los derechos de sus defendidos, siempre obreros y luchadores revolucionarios.    El doctor Kehoe murió el 6 de mayo en 1964 luego de una larga agonía causada por un balazo disparado por un personaje integrante de  los grupos de la derecha peronista ligados a la burocracia sindical, antecesores de la Triple A. de López Rega. Le pegaron  un balazo en las escalinatas de los Tribunales y estuvo agonizando muchos días. En el mismo atentado fue herido de siete balazos el Dr. Adolfo Trumper que años más tarde volvería a defendernos contra un nuevo “complot”  A Kehoe nunca le perdonaron su lealtad a los trabajadores, y sobre todo su labor de denuncia y enjuiciamiento de los asesinos del Dr. Juan Ingalinella secuestrado, torturado y eliminado por la Policía de Rosario en 1955. Kehoe, junto a otros abogados como el mismo Trumper o el Dr. Alberto Jaime armaron el alegato jurídico que terminó acorralando y condenando a Lozón y Cía. Claro que como culminación de una enorme movilización popular (de la que también fuimos parte) que se desplegó en Rosario y todo el país antes y después del golpe gorila del 55’

Pero terminada la detención se puso en práctica la técnica conocida: primero la cárcel y luego la cesantía del ferrocarril. Me echaron del Ferrocarril e inmediatamente inicié la lucha por mi reincorporación. Empiezo a recorrer todas las secciónales de la Fraternidad. Visito Corral de Bustos, Casilda, Río Cuarto, Córdoba y al regreso de uno de esos viajes ya se había logrado la reincorporación.   En esa labor se destacaron mucho los compañeros Giardina, Cortadi, Severo, etc.-

Así me pasé toda la vida. Luchas, detenciones, cesantías y lucha nuevamente hasta alcanzar la reincorporación. Nunca me pudieron separar del ferrocarril y aún ahora conservo en mi casa infinidad de linternas ferroviarias como únicos adornos de una vivienda que construí con mis propias manos frente al río.    Un par de años después, antes del golpe de la “Libertadora” me volvieron a encerrar por unos días.   

El caso fue que llegó al país un delegado del depuesto gobierno de Jacobo Arbens de Guatemala y se conectó con nosotros para difundir la realidad de su país y reunir fondos para proseguir su lucha. Nos explicó que su país era monoproductor de bananos y que todo era propiedad de una compañía yankee: la United Fruit Co la que sistemáticamente, durante años, había evadido impuestos declarando menos ganancias y valuando por debajo sus propias tierras. El “pecado” del gobierno de Jacobo Arbens había sido pretender expropiar esas tierras al precio fijado por la misma compañía, en una reforma agraria moderada inspirada en Abraham Lincoln y en las leyes agrarias norteamericanas de un siglo atrás. La United Fruit Co. tenía quien la defienda: John Foster Dulles, su abogado, era el Secretario de Estado de los EE.UU.; su hermano Allen Dulles también había prestado servicios jurídicos a la Co.; John Moors Cabot  Secretario de Estado para asuntos interamericanos era hermano de un ex-presidente la Compañía. Con esas amistades no extraña que la aviación norteamericana se descargue impiadosamente sobre un país que no tenía fuerza aérea y que sus fuerzas armadas, por miedo o por dinero, se paralizan (23) . El gobierno fue depuesto y comenzó un oscuro periodo de dictaduras feroces por casi cuarenta años.

Perón dispuesto a hacer buena letra con los yankees,  conociendo la presencia y labor del guatemalteco,  buscaba pretextos para su expulsión. La reunión en Villa la realizamos en la casa de una gran persona, el doctor Tulio Marzoratti, hombre democrático y de firmes convicciones antiimperialistas que nos ayudó a reunir unas quince personas. Nos denunció un nicoleño que había perdido el hermano en la Guerra Civil Española y ahora era informante de la Policía.  Vamos todos presos a la Jefatura de Policía y de allí a Rosario donde íbamos a estar quince días. 

Allí fuimos sometidos a todo tipo de apremios ilegales y torturas. Al doctor Marzoratti le mostraban fotos de su familia amenazándolo con traerlos también a la sala de torturas. Cuando me tocó el turno, se ensañaron porque no podían arrancarnos las declaraciones que ellos querían para tener pruebas de “la intromisión en los asuntos internos” argentinos y poder expulsarlo.  Para que vean que no les teníamos miedo les grite: “Aquí tienen mi cuerpo, pueden hacer con él lo que quieran”.

Era la cuarta vez que estaba preso y la primera en que me torturaban.

En el 61’ se sufrió uno de los ataques más virulentos contra los ferrocarriles. Frondizi y su Ministro de Obras Publicas, nuestro conocido Ing. Acevedo (el mismo que fundara y dirigiera Acindar hasta el fin de sus días en 1968) firmaron el decreto 4061 que traía la cesantía de 80.000 ferroviarios más la “jubilación” acelerada de otros 20.000 trabajadores ferroviarios, la clausura de once talleres ferroviarios (Alianza, Liniers, Rosario, La Plata, Cruz del Eje, Strobel, San Antonio y otros), el levantamiento de 23.000 kilómetros de vías férreas y la privatización de todos los servicios de confitería, comedores, dormitorios, carga y descarga, limpieza, y canteras. 

Pocos días después, se firmaba otro decreto modificando las condiciones de trabajo que nos daba la ley 11.544 estableciendo turnos cortados y alargando la jornada de trabajo.  Nos querían retrotraer medio siglo y los ferroviarios respondimos dignamente. Desde el 30 de octubre hasta el 10 de diciembre de 1961, durante 42 días en todo el país, y algunos días más en Villa Constitución, se extendió la huelga nacional que consiguió en ese tiempo parar la liquidación del ferrocarril que solo mucho años después culminaron Menem y su “revolución productiva”. En ese proceso formamos la Unión Obrera Local (U.O.L.) sobre la base de la Unión Ferroviaria, la Fraternidad y la Unión Obrera Metalúrgica que ya estaba intervenida por un tal Nartayo, un hombre que respondía a Vandor. 

A pesar de que eran pocos sindicatos hicimos cumplir el llamado al Paro Nacional de la C.G.T. que fue el que definió la lucha. En Villa la huelga terminó en realidad el 14 de diciembre de 1961. Al terminar la huelga nacional con el triunfo (o lo que en esos tiempos nos pareció un triunfo) dejan cuatro cesantes del ferrocarril; y por supuesto yo era uno de ellos.

Pero la gente estaba en carrera y no costó mucho prolongar el paro hasta lograr la reincorporación de todos los compañeros. Una vez más había estado afuera y había vuelto a entrar al ferrocarril, y siempre gracias a mis compañeros.     En medio de la huelga, el seis de julio de 1961,  el gobierno decretó la movilización militar de los ferroviarios. Eso quería decir que la gendarmería nos iba a buscar a las casas y al que encontraba lo llevaba a trabajar por la fuerza.

Claro que si hacían correr algún tren no las pasaban fácil. No fueron pocos los vagones quemados. Ahora recuerdo que en Laguna Paiva, una localidad ferroviaria al norte de la ciudad de Santa Fe, el pueblo salió a las vías y quemó un convoy entero de vagones. La gente se iba a la isla para que la gendarmería no los agarre y los obligue a tomar servicio. Yo me quedé y nunca me pudieron agarrar.   Dormía un día aquí y otro día en otro lado. Había una gran participación de la gente y ocurrían las cosas más curiosas y hasta graciosas. Una noche citamos a un grupo de compañeros para ir a cortar las vías cerca de Empalme Villa y uno de los compañeros se nos apareció... de traje blanco.  Los compañeros no podían parar de reírse.  Que si se creía que íbamos a un casamiento, que si no haría falta que todos nos alquilemos frac y chaleco. La gente se reía un poco para distenderse porque la mano era muy pesada.  La presión del hambre, la persecución de la gendarmería, la propaganda del gobierno, todo se hacía sentir.

Nosotros tratábamos de rodear la lucha todo lo que pudiéramos y armamos un acto de apoyo a la huelga en el cine Coliseo. El Cine estaba lleno y entre otros me tocó hablar a mi...

        

 


Nota

(23) El único que intentó una resistencia al golpe fue un médico argentino veinteañero sin demasiada experiencia política ni militar. Formó algunas milicias pero fueron totalmente insuficientes. Se llamaba Ernesto Che Guevara.

 

  

 

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