Los que no están

Desaparecidos y dictadura cívico-militar en Florencio Varela (1976 – 1983)
 

 

 

    Otra pregunta que debemos contestar es: ¿por qué la desaparición de las personas detenidas? Una de las posibles respuestas a este interrogante es que el nuevo gobierno militar no quería que pasase lo que en 1973 con la liberación de los presos políticos, realizada por el presidente Héctor Cámpora (PJ); los militares tenían grabado en la retina ese antecedente. Es por esto que la ‘desaparición’ y la ‘muerte’ eran las formas de evitar que estas personas se reinsertasen en la sociedad una vez que los militares se alejaran del poder (ya que su misión era extirpar ‘el cáncer’ de la sociedad, había que evitar que la sociedad se volviera a contagiar). Dicho de otro modo, era la ‘solución final’. También la respuesta habría que buscarla en la necesidad de borrar los actos cometidos (‘si no hay cuerpo, no hay delito’, habrán pensado livianamente los militares). De ahí que la desaparición fuera la estrategia para impedir futuras averiguaciones. Lo concreto es que mediante la figura del ex detenido-desaparecido, y aun de la del  desaparecido, continuaban vigentes la advertencia y el terror.

 

     Ahora bien, ¿cuándo comienza este mecanismo de hacer desaparecer los cuerpos y de qué manera se hizo? Para finales del año 1977 y principios de 1978, antes de que comenzase el Mundial de Fútbol, se calcula que más de 4.000 prisioneros fueron arrojados al mar desde los aviones de la marina. Se intentaba vaciar los centros clandestinos de detención antes de la llegada de los miles de periodistas extranjeros designados para la cobertura del Mundial de Fútbol, muchos de los cuales ya venían alertados por testimonios de argentinos que estaban exiliados en Europa.

 

    Las personas detenidas en los centros clandestinos en algún momento eran ‘trasladadas’, y ese traslado podía significar su desaparición física. En un testimonio incluido en el libro Nunca Más, una ex detenida-desaparecida de la ESMA cuenta que: “En general en lo que concierne al destino de los ‘traslados’ los oficiales evitaban tocar el tema e incluso prohibían expresamente hacerlo. Según nuestra experiencia a partir de lo comentado por algunos oficiales del Grupo de Tareas, a los detenidos ‘trasladados’ se les aplicaba una inyección de penthotal y luego de cargarlos dormidos en un avión se los tiraba al mar. Decían que antes los métodos consistían en fusilamientos e incineración de los cuerpos en los hornos de la ESMA o la inhumación en fosas comunes de cementerios de la provincia de Buenos Aires”17.

 

     La incineración, el entierro en fosas comunes y el arrojar los cuerpos al mar o al Río de la Plata fueron las prácticas más usuales para deshacerse de los secuestrados. Esto muestra a las claras el grado de premeditación de los crímenes: no fueron cometidos en estado de ‘emoción violenta’, sino ejecutados con toda racionalidad y con total conocimiento de la jerarquía militar. El hecho de que la Armada haya previsto la preparación de vacunas de ‘penthotal’ para dormir a los prisioneros antes de arrojarlos al mar, permite hablar de una matanza planificada. Al respecto, uno de los genocidas que cumplía órdenes en el campo de concentración montado en la ESMA confesó públicamente los procedimientos descriptos, al no obtener respuesta a una carta enviada a Jorge R. Videla en 1991. Se trata del capitán de corbeta (R) Francisco Scilingo, quién escribió a Videla, en esa oportunidad, lo siguiente: “En 1977, siendo Teniente de Navío, estando destinado en la Escuela de Mecánica, con dependencia operativa del Primer cuerpo de Ejército, siendo Usted el Comandante en Jefe (Jorge Rafael Videla) y en cumplimiento de órdenes impartidas por el Poder Ejecutivo (Nacional) cuya titularidad usted ejercía, participé de dos traslados aéreos, el primero con 13 subversivos a bordo de un Skyvan de la Prefectura, y el otro con 17 terroristas en un Electra de la Aviación Naval. Se les dijo (a las víctimas) que serían evacuados a un penal del sur y por ello debían ser vacunados. Recibieron una primera dosis de anestesia, la que sería reforzada por otra mayor en vuelo. Personalmente nunca pude superar el shock que me produjo el cumplimiento de esta orden, pues pese a estar en plena guerra sucia, el método de ejecución del enemigo me pareció poco ético para ser empleado por militares, pero creí que encontraría en usted el oportuno reconocimiento público de su responsabilidad en los hechos”18. Además Scilingo agrega, entre otras apreciaciones dirigidas a Videla que “como respuesta ante el tema de los desaparecidos usted dijo: ‘hay subversivos viviendo con nombres cambiados, otros murieron en combate y fueron enterrados como NN’ y por último no descartó algún exceso de sus subordinados. ¿Dónde me incluyo? ¿Usted cree que esos traslados realizados semanalmente eran producto de excesos inconsultos? Terminemos con el cinismo. Digamos la verdad. Dé a conocer la lista de muertos, pese a que en su momento no asumió la responsabilidad de firmar la ejecución de los mismos...”19. Al no tener ninguna respuesta a esta carta, Adolfo Scilingo  confesó estos episodios en un reportaje hecho por el periodista Horacio Verbitsky, reportaje que luego saldría publicado en el libro ‘El Vuelo’. Adolfo Scilingo  fue uno de los pocos militares que rompió el ‘pacto de silencio’ que hicieron las fuerzas armadas  para ocultar sus crímenes*.

 

     Otro de los siniestros abusos cometidos por el gobierno militar fue el robo de niños. Algunos fueron arrancados de las casas en el momento del secuestro de sus padres, y otros fueron robados a sus madres (detenidas en centros clandestinos) en el momento del parto. Estos niños, por lo general, eran entregados en adopción a familias vinculadas con la dictadura. En la Parte I se hizo mención de la historia de los mellizos del matrimonio  María Tolosa – Enrique Reggiardo, que fueron robados a su madre al nacer y entregados al Comisario Miara. También de Florencio Varela son los casos de Rosa Taranto y Silvia Schand, quienes también fueron secuestradas estando embarazadas y al día de hoy nada se sabe sobre el destino de sus hijos/as.

 

     Un aspecto central a tener en cuenta es la pasividad o la complicidad de la sociedad argentina ante el gobierno militar y las atrocidades cometidas. El apoyo a la dictadura fue mayor de lo que la memoria colectiva preferiría recordar. Los almuerzos mensuales de Videla con personalidades muy notorias de la política, el deporte y la cultura; los aplausos que siguieron al discurso del presidente en la ceremonia inaugural del Mundial ‘78, y la celebrada presencia de la Junta Militar anunciada por los locutores en la final; el respaldo que, luego del duro informe de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA (1979), el gobierno recibió por parte de 200 cámaras empresarias, de asociaciones civiles y figuras relevantes de los partidos políticos mayoritarios; son datos que, entre otros, muestran a un gobierno que no estaba solo, y que recibió gran apoyo de la sociedad civil. En esa sociedad mayoritariamente pasiva influyeron varios factores: el miedo, la desinformación, el ocultamiento, la culpa, la impotencia, el desconocimiento sincero o el ‘preferir no saber’. Todo esto, entre otras cosas, fue influyendo en la conciencia de millones de argentinos, quienes también fueron victimas de la dictadura militar, aunque muchos tarden, o no, en reconocerlo.

 

     Por parte de la Iglesia argentina, es sabido que su jerarquía bendijo cuanto golpe de Estado hubo en nuestro país; el del 24 de Marzo de 1976 no fue la excepción.

 

     Antonio Caggiano, primado de la argentina y vicario castrense, había celebrado ya en 1966 la instalación de una nueva dictadura militar con un ‘Mensaje de Esperanza’: “Estamos –sostuvo el 2/7/66- como en una aurora en que gracias a Dios, percibimos todos que el país se encamina de nuevo hacia su grandeza”20. Las palabras de Caggiano, breves pero sentidas, fueron retomadas en 1975 por el provicario castrense, Héctor Bonamín, en sus homilías en pos del perfeccionamiento del alma cristiana: “El Ejército –dijo- está expiando las impurezas de nuestro país”21, para preguntarse seis meses antes del golpe de Estado de Marzo de 1976 si “¿no querría Cristo que algún día las Fuerzas Armadas estén más allá de su función?”22. Lo cierto es que las FF.AA. estuvieron más allá de su función: reprimiendo, sembrando el terror, torturando, robando recién nacidos y desapareciendo personas, todo con el consentimiento de gran parte de la Iglesia.

 

     Para entender por qué hubo sacerdotes desaparecidos a la vez que autoridades eclesiásticas cómplices o bendecidoras de esas desapariciones y asesinatos, se debe tener en cuenta que el clero no era ajeno a la cultura política de los años ‘70. Sus divisiones internas hacen elocuente la posición de cada sector frente a las problemáticas terrenales, ya que la acción pastoral de los obispos difería en virtud de su lectura política de la realidad. Estas tendencias internas iban desde ‘Integristas’ y ‘Conservadores’ a ‘Progresistas’ y ‘Moderados’. Los Integristas como Héctor y Victorio Bonamín, Antonio Plaza o Grascelli, han coincidido con los objetivos del autodenominado ‘Proceso de Reorganización Nacional’, y se mantuvieron ligados directamente con el Régimen. A su vez, bajo el prisma de los Integristas, los militares debían tener la posibilidad de una mayor influencia en el seno de la Iglesia. Los religiosos ‘Conservadores’ al estilo de Juan Carlos Aramburu, Arnaldo Canale, Raúl Primatesta o Antonio Quarracino, también apoyaban al régimen militar, aunque se diferenciaban de los Integristas por actuar de manera más reservada de acuerdo a las circunstancias. Diametralmente opuesta era la posición del minoritario grupo de religiosos católicos ‘Progresistas’. Su oposición al régimen militar tenía profundas raíces sociales más que político-partidarias, y hacían de la solidaridad y el compromiso social sus banderas. A este sector pertenecían Jorge Novak, Miguel Hesayne, Jorge Kemerer, Carmelo Giaquinta, Jaime de Nevares y los miembros desaparecidos de comunidades eclesiásticas y religiosas. También formaban parte de esta corriente los religiosos palotinos asesinados por la represión y el recordado Obispo de La Rioja Monseñor Enrique Angelelli.

 

     El 4 de Julio de 1976 son torturados y asesinados tres sacerdotes y dos seminaristas de la comunidad palotina de la Iglesia San Patricio; la CEA (Conferencia Episcopal Argentina) reclamó en una única carta a las autoridades militares. Después de esta carta, firmada por Primatesta, Aramburu y Zazpe, las autoridades eclesiásticas evitaron pronunciamientos o reclamos sobre las desapariciones, ya sea de personas pertenecientes a la Iglesia o ajenas a ella, al menos hasta fines de 1979. De este modo pueden apreciarse las ya señaladas divisiones internas del clero. “Mientras en Mendoza el arzobispo Santiago Maresma denuncia la ‘matanza de inocentes, los secuestros, las desapariciones y su secuela de viudas y huérfanos’, en Bahía Blanca el arzobispo Jorge Mayer aclara que ‘la guerrilla subversiva quiere arrebatar la cruz, símbolo de todos los cristianos, para aplastar y dividir a todos los argentinos mediante la hoz y el martillo”23. El asesinato del Obispo de La Rioja, Monseñor Enrique Angelelli, ocurrido en Agosto de 1976, no ha sido denunciado por la jerarquía de la Iglesia y, aun en tiempos de reapertura democrática, Juan Carlos Aramburu declaró que no había sido un crimen, ocultando las razones más profundas del atentado.

 

     Quienes sí encarnaron la resistencia al gobierno de facto durante los primeros años fueron, principalmente, las organizaciones políticas armadas, dentro de las cuales las más importantes en número y en acciones realizadas fueron Montoneros y el Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP). La fe en la revolución, el coraje y el voluntarismo ciego hicieron que tanto estas, como otras organizaciones, no buscaran replegarse ante el avance de la represión y continuaran con sus acciones subestimando, en muchos casos, el poder de los militares.

 

   Otro frente de resistencia que se le abría al gobierno fue el de los organismos de derechos humanos*, tanto nacionales como internacionales, así como los que se comenzaron a formar como producto de la desaparición de personas (por ejemplo, Madres de Plaza de Mayo). Las denuncias de las recurrentes violaciones a los derechos humanos se fueron multiplicando en todo el mundo por presentaciones de exiliados, y fueron tomando trascendencia a través de la difusión llevada a cabo por algunos periodistas acreditados en Argentina en ocasión de la cobertura del Mundial de Fútbol de 1978. 

 

     En Octubre de 1980 quedó plasmado el reconocimiento a la incansable lucha por los derechos humanos de Adolfo Pérez Esquivel, a quien se le entregó el Premio Nóbel de la Paz. Pérez Esquivel era Coordinador General para Latinoamérica de SERPAJ –Servicio de Paz y Justicia-, una institución no gubernamental vinculada con grupos cristianos tercermundistas. Sobre los distintos organismos de derechos humanos que se crearon en oposición a la dictadura militar se volverá en la Parte IV.

 

     Con todo, para alentar el apoyo a su gestión, el gobierno militar buscó, durante los años que estuvo en el poder, la manera de presentar ‘enemigos nacionales’ al pueblo, frente a los cuales era de vital importancia la reacción conjunta y el apoyo masivo al gobierno. Primero fue la ‘guerra contra la subversión’; luego la ‘guerra con Chile’ que, aunque no llegara a concretarse, mantuvo en vilo a la sociedad por varios meses; poco tiempo después fue llevada a primer plano la ‘campaña antiargentina’ que, supuestamente, promovían los familiares de desaparecidos, los argentinos exiliados, los jugadores de la selección holandesa de fútbol (quienes se reunieron con las madres de Plaza de Mayo antes de la final del certamen Mundial  Argentina ‘78) y los inspectores de la OEA; por último, la gran cruzada nacional fue ‘la guerra de Malvinas’. Había una necesidad por parte del gobierno de encontrar conflictos que instasen a la sociedad a luchar por objetivos comunes, una forma de lograr apoyo y distraer las mentes, muchas de las cuales estaban bien predispuestas a hacerlo.

 

     Uno de los acontecimientos de mayor trascendencia, utilizado por el gobierno militar para unir al pueblo y su dirigencia fue, como se ha señalado, el Mundial de Fútbol de 1978. Esta fue una excelente oportunidad para producir una convocatoria que estuviera dada no por cuestiones políticas o de reclamos, sino apelando a la pasión futbolera: ‘unidos venceremos’ o ‘25 millones de argentinos jugaremos el mundial’ eran frases utilizadas en las campañas publicitarias a fin de unir al pueblo tras un objetivo común. Definitivamente, en las publicidades televisivas, radiofónicas y de la prensa gráfica se resaltaban los valores de la argentinidad que estaban en juego. La organización del certamen futbolístico fue promovida en el ámbito local en sentido chauvinista; es decir, la exaltación del ser nacional que desea mostrar al mundo sus bondades fue un lugar común para la prensa montada por la dictadura militar que detentaba el poder.

 

     Unos días antes del inicio de la XI° Copa del Mundo de Fútbol se inauguró A78TV (más tarde se llamaría ATC, Argentina Televisora Color). El responsable de la televisora, Coronel (R) Eduardo Barbieri, junto con el presidente de facto Jorge R. Videla y el Secretario de Información Pública, Contralmirante Rubén Oscar Franco, encabezaron el acto de inauguración. En aquella oportunidad, cuando ya los medios no hablaban de otra cosa que no fuera el Mundial, el citado marino R. O. Franco fue el encargado de dirigir unas  palabras: “A partir de hoy –dijo-, las ondas que surcarán el éter mostrarán al mundo las coloridas imágenes de nuestra Patria, las que se entrelazarán con las provenientes de otros países, de otras culturas, cual abrazo fraterno, portadoras de nuestro mensaje de paz, amor y justicia, esas imágenes que, no tengo dudas, desplazarán definitivamente a aquellas que propaga la subversión internacional”24. Esta fue la receta futbolística que encontró el gobierno para distraer a la sociedad. También sirvió a este objetivo el Mundial Juvenil de Fútbol jugado en Japón en 1979, que argentina ganó con la presencia de Diego Maradona, quien comenzaba su exitoso paso por la selección.

 

      La Guerra de Malvinas fue el postrero intento de legitimación del régimen militar. Unos días después de una feroz represión contra trabajadores que realizaban una huelga y se manifestaban en la Plaza de Mayo, y en ese mismo escenario, se convocó una multitud para apoyar al gobierno en otra causa de carácter nacional: La ocupación de la Islas Malvinas. Decidida por una dictadura militar ya un tanto debilitada por los resultados económicos y por las denuncias en materia de derechos humanos, fue presentada a los argentinos como una lucha de todos en la que estaba en juego, una vez más, la argentinidad.

 

     En realidad, en la búsqueda de apoyo interno para mantenerse en el poder, los militares argentinos tomaron la vieja causa Malvinas sin hacer una correcta lectura de la situación internacional. La dictadura militar había intentado alinearse con Estados Unidos, olvidando los desencuentros con la administración Carter (1976–1980). Ni siquiera las buenas relaciones con Ronald Reagan, presidente norteamericano a partir de 1980,  impidieron que EE. UU se mantuviera neutral en el conflicto desatado. A menos de un mes de transcurrida la ocupación argentina en el Atlántico Sur, Reagan anunció formalmente el apoyo de su gobierno a Gran Bretaña. La expectativa de los militares argentinos acerca de la neutralidad norteamericana se diluyó antes de lograr una salida favorable a través de la diplomacia. Por otra parte, Margaret Tatcher (Primera Ministro de Inglaterra) también apeló a la recuperación definitiva del territorio austral en disputa, para mejorar la imagen de su gobierno, impopular en el aspecto económico, pero con un poderío armamentístico ampliamente superior al argentino. Para revertir el descontento de los ingleses ante sus políticas neoliberales, Tatcher contó con el éxito bélico, que encontró la aprobación de una Europa contraria al régimen argentino.

 

     El rotundo fracaso de Malvinas y la crisis económica argentina, que se profundizaba, dieron lugar a una oposición general en contra del gobierno; pero esta vez la oposición no sería canalizada por una movilización popular, como en el Cordobazo del ´69, sino que los principales partidos políticos tomarían en sus manos la tarea de salir de esta crisis política y económica de la manera más cauta posible. La creación de la ‘Multipartidaria’, integrada por los principales partidos políticos, discutía con el gobierno su alejamiento del poder y el llamado a elecciones generales. El gran consenso que tuvo el gobierno militar por varios años parecía haberse terminado luego de la derrota de Malvinas: la sociedad empezó, tímidamente en algunos casos, a mostrar su rechazo hacia el gobierno, mientras que los organismos de derechos humanos lo hacían de forma más explícita y con mayor determinación.

 

     Ante este clima, el presidente, General Reinaldo Bignone, dio a conocer el cronograma electoral, fijando el 30 de Octubre de 1983 como la fecha en que los argentinos volverían a elegir presidente. Los militares intentaron trabar las futuras averiguaciones sobre los desaparecidos, algo que provocó una férrea oposición de parte de los organismos de derechos humanos y  algunas críticas de  ciertos dirigentes políticos, muchos de los cuales habían brindado, tiempo atrás, un apoyo silencioso a la dictadura.


 

Notas


 

17 Ibídem. Declaración de Lisandro Cubas (legajo Nº 6974), Pág. 235.

18 Carta de Adolfo Scilingo a Jorge Videla. En: Horacio Verbitsky, El Vuelo, Buenos Aires, Planeta, 1995.

19 Ibídem.

* El 19 de abril de 2005 el ex marino Adolfo Scilingo fue condenado, en Madrid, a 646 años de prisión. Sobre la base de los principios del derecho internacional, se trata de la primera sentencia a un represor argentino –con el acusado presente- ante un tribunal extranjero.

     Se aplicó la jurisdicción universal, ya que no sólo se investigó la desaparición de ciudadanos españoles sino que, desde España, se juzgó la participación del represor Scilingo en el plan de exterminio de  “subversivos”, ejecutado por el gobierno militar argentino.

     Este proceso, que culminó con la condena a Scilingo por los vuelos de la muerte, se inició por la denuncia de un fiscal español, Carlos Castresana, luego de que éste hubo visto, en televisión, la gran movilización que se hizo en Buenos Aires cuando se cumplían veinte años del golpe Estado (el 24 de marzo de 1996). Después de nueve años de un proceso sostenido por la obstinación y el esfuerzo de las víctimas y testigos (que debieron viajar a España para testimoniar), se llegó a la sentencia, justamente cuando se cumplen 20 años del inicio del Juicio a las Juntas (22 de abril de 1985). 

     Los antecedentes directos de esta histórica condena a Adolfo Scilingo fueron los juicios contra Alfredo Astíz, en Francia, y Carlos Guillermo Suárez Mason, en Italia, aunque estos procesos se llevaron a cabo en ausencia de los represores juzgados, quienes siguieron en libertad hasta que la justicia argentina decidió reabrir las causas.

     El tribunal oral que juzgó a Adolfo Scilingo no calificó los hechos investigados como genocidio. A diferencia de lo que hizo el juez Baltasar Garzón, los definió como ‘crímenes de lesa humanidad’, concepto jurídico más amplio. La fiscal Dolores Delgado pidió 9.138 años de prisión para el acusado, y la Acusación Popular y Particulares solicitó 6.626. Finalmente, Scilingo sólo fue condenado por los ‘vuelos de la muerte’, un caso de torturas y una privación ilegal. El abogado Carlos Slepoy recurrirá al fallo, ya que el pedido de condena se fundamentó en los 193 desaparecidos y los 93 casos de torturas registrados en la ESMA durante el tiempo en que Adolfo Scilingo estuvo implicado en las actividades represoras del gobierno militar. De todos modos, la máxima pena prevista por la legislación española para el cumplimiento efectivo es de 30 años. Este cumplimiento efectivo, es decir, la permanencia en la cárcel de los genocidas, es la única manera de creer en la Justicia y esperar algo de ella. Es el único modo de luchar contra la impunidad en todos los ámbitos de la sociedad argentina.

20 El Periodista, septiembre 1994.

21 Ibídem.

22 Ibídem.

23 Ibídem.

24 Gilbert, Albert, Vitagliano, Miguel. El poder y la gloria. La vida, el fútbol y la política en la Argentina del Mundial ’78. Buenos Aires. Norma. Colección biografías y documentos. 1998. Pàg. 31.

 

 

 

 
   
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