Capítulo IV.

EL CASO RODOLFO WALSH: UN CLANDESTINO

 
 

 

Periodismo en la clandestinidad
La militancia política, la lucha armada y las nuevas formas de cronicar la realidad.


Dentro del trabajo como militante político decidió publicar la investigación del ‘58 sobre la muerte del abogado del diario ‘La Razón’, Marcos Satanowsky. La asunción del peronismo al poder el 25 de mayo del ‘73 lo convence de que se entraba en una nueva etapa; se había desalojado del poder a los que habían derrocado a Perón en el ‘55. 

Acabó la proscripción del peronismo, se creía que había concluido un sistema que, erigido sobre la razón de las armas, habían actuado impunemente en fusilamientos, persecuciones, crímenes y traiciones.

En septiembre del ‘73 se publicó ‘Caso Satanowsky’, que es ni más ni menos que una muestra dentro de la inmensa galería de hechos confusos, pocos claros que empañaron el país durante el reinado de las botas. Dice la contratapa de la primera edición: “El caso Satanowsky reveló la profunda corrupción de un régimen que intentaba resolver mediante un grupo parapolicial, armado por la SIDE, la propiedad del diario ‘La Razón’. 

Semana tras semana generales, almirantes y jueces soportaron impávidos la campaña de un periodista que los acusaba de asesinato, extorsión y encubrimiento. Triunfó el silencio, la impunidad. pero la historia es hoy más ejemplar que en 1958: los que mataron a Satanowsky son, de algún modo, los que gobernaron el país hasta el 25 de mayo de 1973. Aprender a conocerlos, es impedir que vuelvan”.

Parapolicial negro

Tal vez el caso del asesinato de Satanowsky, del cual damos cuenta en el capítulo 2, no sea el caso más conocido de los que forman la trilogía, ni el mejor logrado, ni el más trascendente, pero sí es el más complejo. Se trata de un simple asesinato, no se saben los móviles ni se conoce a sus asesinos. La averiguación de la historia de la víctima, su relación con el litigio de ‘La Razón’ y el intento de extorsión del cual fue protagonista uno de sus propietarios sirven de sutil guía hacia un caso escandaloso. La muerte de Satanowsky no era un crimen más, era alguien ejecutado desde la estructura del Estado.

Dice Walsh en la primera página del libro: “Si rescato el tema en 1973, no es para contribuir al congelamiento histórico de la revolución Libertadora. Hay en juego un interés público actual. Los mecanismos que la Libertadora estableció en los campos afines al periodismo y los Servicios de Informaciones - temas del libro- siguen vigentes después del triunfo popular del 11 de marzo, y no es una política conciliadora la que ha de desmontarlos. Denunciar esos mecanismos, preparar su destrucción, es tarea que corresponde a los trabajadores de prensa...esta edición está dirigida a ellos, a los que combaten diariamente a la raza de envenenadores de conciencias: nuestros patrones”.

Lo que revela con la publicación del caso es la posibilidad cierta de que los servicios de inteligencia sigan estando en manos de gente inepta, o simplemente apta para ejecutar políticas donde se avasalle los derechos elementales de los trabajadores. El lenguaje de las conclusiones del escritor coinciden con la euforia del ‘73, con el compromiso con la militancia, y con la dureza de saberse enfrentado con los herederos de esos ‘servicios’, educados en Estados Unidos o por los coroneles de OAS. Esto quiere decir más discretos, pero igual de sanguinarios.

Sabe que el deseo del diputado que encabezaba la comisión investigadora del ‘58 eran ingenuos y hasta cándidos: “que los servicios de informaciones del las Fuerzas Armadas se mantengan estrechamente dentro del marco de sus tareas específicas, dirigidas a asegurar la integridad del honor patrio, del honor nacional y de la vigencia de las instituciones republicanas”. Y aunque en ese momento en que edita el libro, 1973, el peronismo estaba en el poder, Perón había vuelto y la democracia había sido reinstaurada, él sabe que el pasado estaba más presente que nunca. Los grupos parapoliciales, el rencor del ejército ante la humillación de dejar el poder, y la posibilidad cierta de una rebelión popular para cambiar la historia, hacía que la tensión se palpara en el aire. 

El 20 de junio se había visto la explosión de esa tensión con la matanza en los bosques de Ezeiza. Expresa al final del libro: “Triunfante el pueblo en las elecciones del 11 de marzo, sería ingenuo suponer que estas estructuras creadas para oprimirlo, perseguirlo, engañarlo, desaparecen. En realidad están intactas, acopiando datos, esperando su momento. Ya se ha visto su mano enlazada a la mano del coronel Osinde en la masacre de Ezeiza y en las patrañas con que han pretendido luego engañar al pueblo”. 

El presagio del escritor se vivirá a pleno en esos días, y empeorará con el golpe del ‘76. Los servicios de inteligencia al servicio del engaño y la muerte de la gente del pueblo.

Movimiento de liberación

La década del ‘70 fue para Walsh un tiempo de participación política activa que superó los límites de la escritura. En mayo del ‘72 sale un artículo en ‘Primera Plana’ donde el entrevistado es Walsh: “Hay que tener en cuenta que en la Argentina existe el delito de opinión. Que está prohibida la expresión de las corrientes políticas que contradigan al sistema en lo esencial. Que se persigue individualmente a todos aquellos periodistas que tratan de violar esos cánones”.

Aunque su labor periodística continuó, el compromiso con el proceso que vivía el país, con el enfrentamiento a los militares de la Revolución Argentina, la venida de Perón y el surgimiento de grupos armados, se vio reflejado en la acción directa. Su primer espacio de militancia fue en el Peronismo de Base, para luego sumarse a las Fuerzas Armadas Peronistas. Su tarea siempre se relacionó con la información, la inteligencia y la planificación de acciones.

El primer atentado que causó un profundo impacto en la sociedad Argentina de 1970, fue el secuestro y la muerte del General Aramburu, por parte del Comando Juan José Valle. Lo habían secuestrado, hecho un ‘juicio popular’ y luego asesinado un grupo de jóvenes procedentes de la clase media argentina, con una raíz ideológica marcada por el nacionalismo católico, algunos aglutinados en el movimiento ‘Tacuara’. El grupo estaba integrado por Fernando Abal Medina (Germán como nombre de guerra) , Norma Esther Arrostito (Irma), Emilio Maza (El Gordo) , Carlos Capuano Martínez (Miguel Ángel), Mario Eduardo Firmenich (Manuel), Carlos Gustavo Ramus (Gustavo), Carlos Molina (Beto), Carlos Hobert, Norberto Rodolfo Crocco (Hugo) y Sabino Navarro (José Luis), Mario Ernst, Ignacio Vélez (Mateo), Susana Liprandi (Cecilia); célula primigenia del grupo ‘Montoneros’. 

El contacto inicial con ese grupo se produjo luego del atentado contra Vandor. Cuando el sindicalista Alonso fue asesinado, el comando que lo ejecuta, donde estaría involucrado el escritor, se adjudicó cierta parentesco con Montoneros. La lenta aproximación culminó en el ‘73, con la incorporación del periodista al grupo que ya lideraba Firmenich (Pepe). En la estructura militar de Montoneros fue oficial encargado del área de inteligencia, y resumía su objetivo en una frase “...no se puede vencer a un enemigo sin antes comprenderlo”. En la lucha armada colaboró con planificación y operaciones desde su área específica. Su nombre de guerra era Esteban, como su padre; y junto con él se sumaron otros periodistas, escritores e intelectuales, entre los que se encontraban Horacio Verbitsky (Perro), Francisco ‘Paco’ Urondo, Victoria ‘Vicky’ Walsh, su hija. También se suma a la lucha junto a él Susana ‘Pirí’ Lugones. Tanto Juan Cedrón como Julia Constenla, íntima amiga de Pirí, recuerda en la biografía: “Por entonces ella empieza a aproximarse nuevamente a Walsh. Ellos habían seguido como amigos después de su vida en pareja tiempo atrás, ella lo había editado en lo de Alvarez, pero por los ‘70 volvieron a vincularse políticamente. Ella estuvo muy próxima a todo lo que fuera el pensamiento de Rodolfo. El empezó a asumir mayores responsabilidades políticas y ella se fue plegando muy lentamente. Después si se convirtió sin límites, sin ningún límite”.

En ese mismo año ‘73, además de la aparición, en formato de libro, de su investigación sobre el caso Satanowsky, se estrenó la versión cinematográfica de ‘Operación Masacre’, con la dirección de Jorge Cedrón, con actores de primera línea como Norma Aleandro o Carlos Carella, y uno de los sobrevivientes del fusilamiento: Julio Troxler. El rodaje se realizó en la clandestinidad durante el ‘71, ocultos de la mirada antiperonista del general Lanusse. El mismo Walsh participó en el guión, emparentando los fusilamientos con la resistencia peronista y con el fervor político estudiantil de fines de los ‘60.

Viajó a diversos lugares de Latinoamérica, a fin de establecer contactos políticos y auscultar la realidad regional. Envió desde Chile y Bolivia artículos políticos publicados en Panorama. Nuevamente en Buenos Aires su vocación periodística y su actividad política se volcaron en clases de periodismo en las villas miserias; como fruto de esos talleres surgió ‘Semanario Villero’, editado por él mismo. Dentro del proyecto revolucionario participó en la creación del diario ‘Noticias’, órgano de difusión masiva de Montoneros. El director era Miguel Bonasso, secretario de redacción Pablo Giussani, mientras Walsh dirigió la sección policiales. La tirada llegó en algún momento a 130.000 ejemplares.

El caso Palestino

Algunas de sus notas periodísticas de esta época tienen que ver con la política internacional, y entre lo más destacado se encuentra la descripción del ‘Caso Palestino’ sobre los territorios de Medio Oriente y el conflicto ancestral entre árabes e israelíes a lo largo del siglo. Walsh se enfrentó con su escritura a las más diversas instituciones, las policías Bonaerense y Federal, las Fuerzas Armadas, el Congreso, los sindicatos, la justicia y, ya en Cuba, con Estados Unidos, anticipando el desembarco en Bahía Cochinos. La serie de artículos publicado en el diario ‘Noticias’, desde el 13 al 19 de junio del ‘74, lo enfrentarán directamente con el Estado de Israel.

Las notas las escribió conociendo y recorriendo el lugar de los hechos, estuvo en Egipto, El Líbano, Siria y Argelia, entre otros países de la región. El eje de sus historias pasan por explicar la situación que viven los árabes palestinos, cómo llegaron a vivir en campos de refugiados y por qué se enfrentan bélicamente con el estado surgido el 15 de mayo del ‘48. Decía que Israel siempre desconoció la existencia de los palestinos, por lo tanto no los considera un problema. Explica que el estado Judío tiene su germen en el sionismo, y es apoyado por Gran Bretaña quien, a través del Mandato Británico, permite una política un migratoria durante la primera mitad del siglo. A fines del siglo XIX había 700.000 árabes en palestina, y 3.000 judíos, en 1974 la relación se invirtió, quedando 350.000 árabes frente a 3 millones de israelíes. Si la Primera Guerra Mundial favorece la inmigración judía, el nazismo y la Segunda Guerra impulsan la creación de un Estado judío sobre otra nación ya asentada.

La serie de Walsh pone de manifiesto que el nuevo estado surge, entre el ‘47 y el ‘48, de la planificación emprendida por las organizaciones terroristas judías Haganah, quien luego aporta importantes dirigentes que ocupan cargos de primer nivel en el nuevo estado; Irgun; Stern; y Palmach. El Plan de Partición de Naciones Unidas, que dividía las tierras entre palestinos y judíos, no se cumple: “Entre el 21 de diciembre de 1947 y el 14 de mayo de 1948, las organizaciones terroristas israelíes montaron operaciones de gran envergadura, fuera de los límites de Israel, que en todos los casos significaron ocupación de territorio, toma o destrucción de ciudades y pueblos, y expulsión de árabes”. La mayor acción militar que siembra terror entre los palestinos es la destrucción de la aldea de Deir Yassin; luego complementada por la masacre de Lydda, y el barrido de infinidad de aldeas y pueblos palestinos. El pánico provocó un exilio enloquecido que hizo bajar el número de árabes en la zona, de 800.000 a 165.000, surgiendo los campamentos de refugiados en Jordania, Siria, El Líbano, Gaza.

A partir de la década del ‘60 se organiza la revolución palestina, a través de movimientos de liberación. Esto es lo que le interesa rescatar a Walsh de toda esta historia, el movimiento de resistencia del pueblo, enfrentado a un terror, a una opresión, que luego lo trasladará para leer otras realidades, principalmente la de Argentina. El surgimiento de Al Fatah, la batalla de Karameh por parte de 500 árabes frente al ejército israelí, el reconocimiento mundial alcanzado por la OLP y su líder Abu Ammar (Yasser Arafat) es lo que fascina a Walsh, en su recorrida por Medio Oriente, y lo manifiesta en algunas de las notas del diario.

Esta experiencia reforzará un concepto: “La lucha armada es indisoluble de la lucha política, y el descuido de una o de otra equivale a convertir la guerra revolucionaria en una aventura”. Esa visión de la guerra de liberación en dos frentes (militar y político) que encarnan los palestinos, lo intentará aplicar en la organización Montoneros con dispar suerte. El ser testigo del bombardeo israelí con bombas napalm contra El Líbano, lo conmueven aún más. Ante la reacción de los palestinos y la organización de grupos de lucha sostiene Walsh: “Apruebo la violencia de los pueblos oprimidos que luchan contra sus opresores. Eso significa que el terrorismo que se inscribe en esa lucha es - más allá del juicio particular sobre cada acción- tan legítimo en el caso de los palestinos como en el de la Resistencia francesa. Y que en la insurrección de los palestinos frente a los ocupantes de su patria es tan legítima como, por ejemplo, el alzamiento del ghetto de Varsovia contra los nazis”. 

La respuesta de la embajada de Israel no se hizo esperar, y el escritor publicó un nuevo artículo exponiendo cada una de las fuentes en las que se documentó para organizar la serie; desde artículos del ‘New York Times’, pasando por escritores judíos reconocidos, como datos de Naciones Unidas.

Territorio Cercado

En Argentina, junto con Susana ‘Pirí’ Lugones, realizó tareas de radio escucha, detectando informaciones y planeamiento de operaciones de las fuerzas policiales y de organismos de seguridad. En junio del ‘73 escuchan los preparativos previos al aterrizaje del avión que traía de regreso a Perón, será un material valioso para realizar la autopsia del 20 de junio, en los bosques cercanos al aeropuerto internacional Pistarini. 

Desde el día anterior, los simpatizantes peronistas salieron a la calles a recibir al líder, colmaron las cercanías del aeropuerto próximo a Ezeiza, junto a los bosques. La puja por ocupar espacios junto al palco, y el clima de violencia desatado en el seno de la sociedad provocó un enfrentamiento entre miembros de la Triple A, junto a otros grupos de derecha como el Comando de Organización, y sectores de Montoneros y otros grupos de la izquierda peronista. El resultado fue la matanza de un número no determinado de personas, que obligó que el vuelo de Perón fuera desviado a la base militar de Morón. Las grabaciones del accionar policial y de otras fuerzas antes, durante y después de lo que se denominará ‘La Masacre de Ezeiza’, llegaron a manos de Horacio Verbitsky, quien utilizó el material para su investigación ‘Ezeiza’. 

Años más tarde, diciembre del ‘77, ‘Pirí’, ya sola, continúa con la radio escucha, y capta el momento en que se prepara el secuestro de Madres de Plaza de Mayo, en la Iglesia de la Santa Cruz.

Walsh simpatizaba con el Firmenich del ‘73, y desconfiaba de Perón. Al año siguiente los ‘jóvenes imberbes’ fueron expulsados de la Plaza de Mayo por el mismo líder al que rendían devoción. Un mes después Perón murió. El diario ‘Noticias’ fue clausurado y Montoneros pasó a la clandestinidad en pleno gobierno constitucional. Esta medida, de la Conducción Nacional del grupo guerrillero, fue muy criticada como decisión absurda, que provocaría luego la masacre de fines de los ‘70. Pero Walsh no claudicó ni traicionó; acató y pasó a la clandestinidad, como tantas veces lo había hecho a lo largo de su vida.
Los atentados de Montoneros se incrementaron, sumándose la violencia de otros grupos de izquierda como el ERP, y la tristemente célebre banda derechista de López Rega, la Triple A. Violencia, descalabro económico e inseguridad institucional presagiaban lo peor. El desgaste del gobierno de Isabel llevó a que políticos, sindicalistas e incluso peronistas golpearan las puertas de los cuarteles. Walsh advirtió que no se trataba de un golpe de Estado más, sino que sería la imposición de una nueva y catastrófica forma de organizar el Estado. 

A finales del ‘75 hizo un balance de la situación y reconoció que como grupo armado perdieron la batalla, aunque la Conducción tenía una visión optimista que impedía ver “la real gravedad de nuestra situación militar, omitiendo datos importantes para su comprensión...” 

Había elementos en los que él se fundamentaba: “la retirada de la clase obrera, la derrota de las capas medias y el desbande de los sectores intelectuales y profesionales”. Se inicia su discusión y enfrentamiento con la cúpula de la organización. 

En la crítica a la Conducción sostenía que se vivía en un exitismo exagerado, en un militarismo peligroso, en un ideologismo que no permitía ver la realidad que los llevaba a aplicar esquemas foráneos, y además la negación del movimiento justicialista como tal y la pretensión de reemplazarlo por un movimiento montonero que no tenía arraigo en el pueblo. Pedía además admitir la derrota para evitar el exterminio, preservar a los líderes y refugiar en el exterior al comando nacional y los ‘históricos’. El único ítem aceptado por el consejo fue el autoexilio.

Miguel Bonasso, cuadro montonero, compañero de Walsh e integrante del diario Noticias recuerda cómo fue el 24 de marzo del ‘76: “En el diario Noticias nos metían bombas, nos amenazaban de muerte... La estructura de prensa de Montoneros comete un error muy grave, muy criticado por Walsh, que es sacar una publicación de carácter frentista que se llamó ‘Informaciones’ y de la cual salió un número, justo el 24 de marzo de 1976, el día mismo del golpe, y no salió más. Era una publicación destinada más bien a mostrar las voces de los aliados, había todo un trabajo respecto a algunos sectores populares, cristianos, sectores socialistas y de izquierda en general. Para hacer esta publicación se usó un lugar de la zona sur- el ‘astillero’- al que fueron Paco Urondo, Enrique Walker, Héctor Oesterheld, y se habían juntado como 60 compañeros del área de prensa. Eso era una verdadera locura. Era a fines del ‘75 y eran compañeros muy conocidos, de mucho peso, muy necesarios todos en la posibilidad del desarrollo de una prensa popular clandestina. Walsh planteaba que en lugar de que hubiera 60 ahí, debían haber 10 células de 6 compañeros cada una, haciendo prensa en la clandestinidad, una prensa de la resistencia, como él efectivamente hizo después del golpe. Pero eso iba en contra de la visión megalomaníaca de la conducción montonera que seguía operando como si nada pasara, es decir, escribiendo un semanario de salida en los quioscos, un semanario público en un momento en que no había espacio para eso. Y tuvo consecuencias gravísimas. La inmensa mayoría de los que anduvieron por ahí cayeron y algunos sobrevivientes fueron a parar al exilio, a España, como en mi caso, que me fui a Europa, vía México. Por ahí pasó mucha gente que fue identificada, que se conocía. O sea, se vulneraron las normas más elementales de seguridad y eso permitió la caza de compañeros”.

Morimos en la oscuridad

Los días de Walsh, en tiempos del Proceso, son de ocultamiento, planificación, contraataque y resistencia. Desde el ‘74 habían pasado a la clandestinidad, muchos pensaron que el golpe iba a ser un motivador para que la gente reaccionara, produciéndose el desprestigio de las Fuerzas Armadas y la posibilidad de tomar el poder ante un enemigo debilitado. Las previsiones de la cúpula de la organización guerrillera falló. Decía el escritor, el 29 de diciembre del ‘76, en una carta que recordaba al fallecido Paco Urondo: “se admitía la posibilidad del golpe pero también se trabajaba como si no fuera a ocurrir. Incluso se lo contemplaba con cierto optimismo, como si su víctima principal fuera la burocracia en el gobierno y no nosotros. No hicimos ningún programa contra el golpe”.

La conducción sostenía que había que debilitar a los militares a través de grandes atentados, que repercutieran en la opinión pública y desprestigiara al proceso. El periodista Martin Andersen relata esa decisión en su libro ‘Dossier secreto’: “El objetivo de los ataques consistía en demostrar la debilidad del régimen, que avivaba las llamas de la resistencia. Durante los últimos cuatro meses de 1976, varios atentados por parte de Montoneros permitieron oscurecer la magnitud de la decadencia de las guerrillas. El 12 de septiembre un coche bomba destruyó un ómnibus policial, ocasión en la que murieron doce policías y dos civiles. El mes siguiente una bomba destrozó una sala de cine en el Círculo Militar, el club de los oficiales del Ejército, donde sesenta personas resultaron heridas. El 9 de noviembre estalló una bomba en el cuartel general de la policía provincial de Buenos Aires, donde hubo un muerto. El 15 de diciembre el estallido de una bomba en el salón del ministerio de Defensa durante una conferencia sobre antisubversión mató a catorce oficiales superiores y de inteligencia.

Pero Walsh sostiene que se debe salir a pelear, pero no con armas, ya que a través del balance de situación comprende que algunas pocos fusiles no pueden enfrentar bazookas, tanques y aviones de las Fuerzas Armadas. Su lucha fue con una máquina de escribir y un mimeógrafo, contrariando la estrategia de la conducción nacional de la organización. Creó una agencia de noticias, una cadena de información, escribió numerosas cartas y preparó documentación sobre lo que estaba ocurriendo en esos días en los campos de concentración.

Cartas polémicas

Las cartas siguen la línea de textos suyos de la década anterior, como la del ‘67 cuando se enteró de la muerte de Guevara, o como aquellos artículos recordatorios homenajeando a Jorge Massetti o a Jean Pasel. La primera carta abierta desde la clandestinidad, para enfrentar a los militares, fue dirigida a su hija Vicki, muerta el 29 de septiembre del ‘76. Ella militaba en el área de prensa sindical en la organización y luchaba denodadamente por crear nuevos medios de comunicación en su área específica. El periodista norteamericano Martin Andersen sostiene que muere para cubrir la huida de Firmenich y Galimberti. 

Walsh escribe en ‘Carta a Vicki’: “La noticia de tu muerte me llegó hoy a las tres de la tarde...tardé un segundo en asimilarlo...empecé a santiguarme...El mundo estuvo parado ese segundo...Sé muy bien por qué cosas has vivido, combatido. Estoy orgulloso de esas cosas...Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria”. Será la única vez que se le ve derramar lágrimas. Su hija Patricia, en una entrevista de la revista ‘La Maga’, en 1996, lo recuerda: “Una sola vez lo vi llorar en la vida: cuando murió mi hermana. Verlo llorar fue una escena casi impensable. A partir de la muerte de Vicki pasó a enfrentarse a situaciones de supervivencia en las cuales, sin embargo, nunca habló de irse del país”.

La segunda carta, de fines de diciembre del ‘76, fue dirigida a sus amigos, describe la vida y la muerte de Vicki, quien militaba como oficial segundo con el nombre de Hilda. 

Había trabajado en ‘La Opinión’ hasta que se enfrentó con Timerman, pasó a trabajar a una villa miseria, se casó con Emiliano Costa, con quien tuvieron una hija; se veía con su padre diez minutos cada quince días, cumplió 26 años la víspera de su muerte. Fue emboscada, junto con otros cuatro compañeros, por tropas del ejército a cargo del Coronel Roualdes y 150 soldados más, transportados en camiones, armados con bazookas y FAP, siendo apoyados por un tanque y un helicóptero. Vicki subió a la terraza del edificio, desde allí resistió con una metralleta Halcón. Cuando vio que todo estaba perdido, y que no tenían más salida, les gritó: “Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir”, llevándose una pistola a su sien y disparándose. 

“Conocía el trato que dispensan los militares y marinos a quienes tienen la desgracia de caer prisioneros...el pecado no era hablar, sino caer...Vicki pudo elegir otros caminos, que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generosos, el más razonado”, escribió su padre en una carta a sus amigos. Walsh se enteró de un gran operativo militar en Capital Federal a través de la BBC, radio Netherlends, y otras de onda corta que transmitían desde el exterior; al día siguiente compró todos los diarios, pero ninguno daba cuenta del enfrentamiento generado en ese operativo. Luego supo que se había producido en Villa Luro, que lo comandaba el coronel Roberto Roualdes y que entre otros muertes estaba María Victoria, su hija mayor.

Tenía otras cartas en borrador, una para el coronel que provocó la muerte de Vicki, otra a un director de un diario importante de Buenos Aires. La masacre de una generación se hacía patente, pero él no organizó su fuga, se quedó para resistir. Murieron muchos miembros de las organizaciones en diversos enfrentamientos, desaparecieron compañeros día a día. Algunos pensaron en el exilio, la conducción guerrillera en primer lugar. Walsh, que estaba perdiendo rápidamente todo, no lo pensó nunca, no por soberbia sino por convicción, aunque cuando lo veía necesario se lo aconsejaba a los que tenían sus días contados. La traición fue moneda corriente; secuestros, tortura, picana, submarino, violaciones, degradaciones provocó que algunos entregaran citas en la mesa de torturas y con esto cayeran más militantes, otros murieron en enfrentamientos o fueron fusilados.

Comunicados y partes

¿Cómo enfrentar al poder omnímodo? Imaginó y lanzó en junio del ‘76 una agencia de noticias desde la oscuridad, junto a un grupo de amigos y periodistas, con una amplia red de informantes: ‘ANCLA’ (Agencia Clandestina de Noticias). La elección del nombre fue una estrategia para que el Ejército pensara que otra fuerza estaba difundiendo partes comprometedores, y para que en la Marina los sectores enfrentados sospecharan entre sí; la interna dentro de las Fuerzas Armadas era una veta que había que explotar, nadie ignoraba que Massera quería todo el poder. 

Eran cables informativos distribuidos semanalmente por correo, llegaba puntualmente a cada redacción de diarios, revistas y corresponsalías extranjeras. Esta agencia informó de la situación real que vivía el país, el vacío informativo que vivió la población fue producto de una campaña planificada por el mismo Proceso, al cual adhirieron, por temor o convicción, los grandes medios. Los periodistas sabían lo que pasaba, sabían de la tortura, de los campos de detención clandestinos, de los fusilamientos. Pocos periodistas de aquella época pueden alegar que no sabían lo que estaba pasando, Walsh y su equipo trabajaba para que los comunicadores supieran y se lo comunicaran al pueblo. El objetivo era mantener alerta las conciencias ante el avance devastador del nuevo Estado que, a pesar de todo, seguía reprimiendo salvajemente. La experiencia duró hasta septiembre del ‘77, sobreviviendo seis meses a la muerte del escritor.
En octubre del año del golpe dio a conocer un extenso trabajo de investigación denominado ‘Historia de la guerra sucia en Argentina’, donde se denunciaba y describía por primera vez las condiciones de detención que se vivía en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).

Boca a boca

En diciembre creó ‘Cadena Informativa’, con partes más cortos y concisos, con un estilo austero pero preciso en la denuncia. Se diferenciaba de ANCLA porque salía una o dos veces por mes; estaba dirigido a personas y sectores determinados, a fin de que ellos ayudaran a la extensión de la información, formando una verdadera cadena de comunicación. Los partes eran redactados por el mismo Walsh, con un estilo más breve; y la entrega era en propias manos, generando un mayor compromiso en la difusión. A su muerte, sus colaboradores tomaron la posta y siguieron escribiendo partes, hasta agosto del ‘77.

Entre los temas a destacar de esos partes se hallan la presentación masiva de habeas corpus, la cantidad de desaparecidos, los fusilados en supuestos enfrentamientos, el exilio de miles de argentinos a distintos países de Europa o América, la censura en los medios de comunicación, los centros de detención clandestinos, las torturas, los negociados de los ejecutores del plan económico (Martínez de Hoz y sus amigos de la Bolsa de Comercio), la muerte de un militar de la Armada que venía denunciando el vaciamiento de la flota mercante en beneficio de sus superiores y empresa extranjeras, otra ‘misteriosa’ muerte de un militar de la Aeronáutica que denunciaba la venta dolosa de ‘La Cantábrica’, los sueldos de los obreros y los militares, los fusilamientos múltiples en represalia a los atentados de los grupos guerrilleros y la lucha ‘más allá del bien y del mal’ que encarnaron los militares, los secuestros del historietista Oesterheld y numerosos periodistas, entre los que figuró el mismo Walsh.

Un tiempo donde la mentira y la propaganda oficial llenaba la mente de los argentinos, pero donde él ya daba a conocer, a través de éstos órganos de difusión, la violencia institucionalizada con desaparición de militantes o de sospechosos de militar, masacre de sus familiares, captura y asesinato de niños, secuestros extorsivos, saqueos, campos de concentración, tiroteos simulados, vuelos para arrojar a los detenidos al río. 

Los que aprovecharon el rico material aportado por los partes de la Cadena y por los cables de la Agencia son los corresponsales extranjeros, dice Martin Andersen en su libro ‘Dossier Secreto’: “Para los corresponsales del exterior, el contenido mimeografiado de los sobres en blanco que llegaban habitualmente hasta sus escritorios constituía un alivio ante la insulsa ausencia de novedades por parte de los medios de información normales argentinos, que ignoraban las denuncias clandestinas de Walsh”. 

Al nutrirse y difundir esa información rompen el cerco informativo que había creado la Junta Militar, propagando el caos al exterior, lo que los militares llamaron ‘la campaña antiargentina’. En nuestro país la información de ANCLA era destruida, en el mejor de los casos la escondían, nunca se publicó, pero los que lo leían estaban informados y hoy no se puede alegar que ignoraran lo que pasaba. Horacio Verbitsky, uno de los integrantes del staff de colaboradores de Walsh, recopiló gran parte de ese material y esa experiencia de periodismo desde la oscuridad y lo dio a conocer a través de su libro ‘Rodolfo Walsh y la prensa Clandestina’, trabajo editado en 1985. Dice Verbitsky en un párrafo de la obra: “En las redacciones del país la información seguía circulando sin alcanzar su consumación natural en el contacto con el público. En los estudios jurídicos se sabía quienes habían desaparecido cada semana. En las fábricas y oficinas, en los colegios y en las calles millones de ojos y oídos veían y escuchaban lo que estaba ocurriendo, aunque no pudieran comprenderlo porque cada episodio aislado no traducía la coherencia de un plan global. En las unidades militares a las que llegaban los secuestrados también había muchos soldados, suboficiales y civiles y algunos oficiales que no se resignaban a la vileza como a una fatalidad”.

Ambas creaciones habían sido pensadas por el escritor como estructura de combate de Montoneros, él mismo lo planteó en comunicaciones y documentos internos de la organización, pero nunca fue escuchado. La discusión con la cúpula se volvió más áspera y la ruptura se perfiló a lo largo del ‘76. Los que conducían llevaban adelante la mayor de las traiciones: mientras sus miembros pasaban lentamente al exilio, dejaban en manos de las hienas a los cuadros.

La patrulla perdida

Los documentos reservados elevados a la conducción de Montoneros nos muestran a un Walsh que no se mueve con esquemas rígidamente ideológicos, sino que la realidad le va marcando las acciones a implementar. La aceptación de los consejos y propuestas por parte de los máximos dirigentes hubieran salvado numerosas vidas. Su lucidez y su objetividad en torno a la situación en que se encontraba el grupo guerrillero a fines del ‘76 hacían prever el extermino de miles de militantes. Durante ese año ‘76 elevó, como oficial de inteligencia, diversos documentos donde planteó orgánicamente su disenso y sus propuestas ante el momento que se vivía, su pensamiento quedó plasmado en textos como ‘Discusión en ámbito partidario’, ‘Observaciones sobre el documento del Consejo’, ‘Aporte a la discusión del informe del Consejo’, ‘Aporte a una hipótesis de resistencia’, ‘Curso de la guerra en enero-junio 1977 según la hipótesis enemiga’. 

Dentro del ámbito de la organización, después del golpe, se vivía de diversa manera la represión militar, que era represión estatal. Montoneros era un grupo minúsculo en 1970, una pequeña célula guerrillera urbana. El secuestro y muerte de Aramburu, les dio cierto prestigio y, en poco tiempo, se transformó en un movimiento de masas. Colaboraron con el gobierno de Cámpora, participaron en la vuelta de Perón; llegaron a su apogeo en el ‘73, pero no dejaron las armas, tal vez por la proliferación de los grupos paramilitares, de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), por la masacre de Ezeiza o porque no se sentían seguros del apoyo de Perón. Al mismo tiempo se enfrentaron con el regresado líder asesinando a un estrecho referente, el sindicalista José Ignacio Rucci. 

Poco después Perón los expulsó de la plaza de Mayo. Al tiempo murió el Viejo y pasaron a la clandestinidad, en pleno gobierno democrático. Algunos líderes de Montoneros sostenían que no importaba que cayera el gobierno de Isabel, que eso desenmascararía a los militares, provocando la rebelión del pueblo. En el ‘76 se produjo el golpe, el pueblo no se rebeló, pero la conducción de Montoneros vio otra realidad.

Tres posturas había para enfrentar la represión. Mario Wainfeld y José Natanson, en un artículo publicado en la revista ‘Todo es Historia’, describen las propuestas: “En especial los cuadros medios, sugerían repartir las armas y el dinero de la organización entre los militantes, fomentar un accionar político descentralizado con mayor autonomía operativa y decisional de los grupos locales, una estructura celular y horizontal”. La segunda posición era la que sustentaba la cúpula, quienes realizaban el análisis desde lo teórico y con una visión cada vez más militarizada. Se señala en el mismo artículo: “El criterio de la conducción era conservar el dinero y las armas, esto es el poder ( que también se reforzaba mediante la organización centralizada), y prefería apostar a acciones terroristas contra blancos importantes, de gran repercusión”. El tercer criterio lo sustentaba Walsh, quien sostenía que se debía reconocer la derrota, replegarse al peronismo e implementar una acción de resistencia, como cuando Perón estuvo exiliado, el desarrollo de esa idea se plasmó en por lo menos seis documentos críticos a la conducción de la organización. 

* ‘Discusión en ámbito partidario’

El primero de ellos tiene fecha 27 de agosto del ‘76, donde responde a las críticas de ‘déficit de nuestra Inteligencia’, y señala: “La dicotomía entre la información obtenida del pueblo y la que se obtiene por otros medios, es incorrecta. La dialéctica no consiste en saber cuál es la mejor de las cuatro patas de una silla sino obtener una totalidad superior a las partes, una silla superior a sus pata”. Cuestiona la visión ideologizada de los máximos dirigentes, que no comparten su concepto de información e inteligencia.

* ‘Observaciones sobre el documento del Consejo’

El siguiente informe, del 23 de noviembre, será más crítico aún. Las posiciones se radicalizan, la conducción nacional se exilió, saliendo del país Mario Firmenich, Roberto Cirilo Perdía y Raúl Yager, mientras que Walsh había perdido a su hija mayor: Vicki. Dice el escritor: “Si corregimos nuestros errores volveremos a convertirnos en una alternativa de poder... tenemos todo el tiempo necesario, si lo sabemos usar”. Explica la situación política del movimiento peronista y el surgimiento de Montoneros, la necesidad de dejar de lado las estructuras ideológicas marxistas, salida de los libros, y fundarse en la realidad argentina, y no en la de China o Viet Nam. Sostiene que la realidad, después del golpe, impulsaba a “hacer política, hablar con todo el mundo, en todos los niveles en nombre del peronismo”, y no a enfrentar a los militares con planteos militares. Circula la idea de crear un Movimiento Montonero, alejándose del peronismo, hecho que Walsh cuestiona porque “invertimos enormes esfuerzos... a la tarea de inventar el Movimiento Montonero, que no tendrá existencia real”. Además critica al Consejo por su militarismo frente a los militares, “el problema es político y el lenguaje militarista no sirve”. Cuestiona el triunfalismo que subestima al enemigo y genera ausencia de autocrítica, “es una barbaridad hablar de ‘fracaso total del plan’ del gobierno...los partidos y la Iglesia no rompen ni endurecen demasiado la relación...”. Y no comparte la desmedida ambición de poder que provoca delirios de grandeza en medio de la hecatombe, “hay que ser más modestos. Nosotros tenemos que resistir junto con el pueblo a la dictadura”, sostiene. La síntesis de estas ‘Observaciones sobre el documento del Consejo’ es: “Ellos avanzaron en lo militar y también en lo político. Nosotros retrocedemos en ambos campos”. La propuesta es ver al “peronismo como la única expresión conocida por el pueblo...y plantear la resistencia masiva”. Además sugiere que “la autonomía tiene que estar a todo nivel y no en los oficiales...”. Finalmente se enfrenta con el personalismo de la conducción sosteniendo: “La personalización de la política nos parece peligrosa. Primero porque creemos que para el pueblo existen los muchachos, los Montoneros, antes que Firmenich. Segundo, porque si a él le pasa algo, es un desastre”.

* ‘Aporte a la discusión del informe del Consejo’ 

En diciembre del mismo año eleva un nuevo documento donde plantea propuestas concretas ante la situación catastrófica que viven los militantes, frenar las bajas e impedir la masacre. Describe la situación a fines del ‘76: “retirada de la clase obrera, derrota para las capas medias y desbande en sectores intelectuales y profesionales”. 

Los análisis de la reacción de los obreros frente al Rodrigazo, en el ‘75, y el esquema ideológico y la falta de formación histórica que los lleva a declamar la ‘crisis definitiva del capitalismo’ en Argentina, llevó a Montoneros a decretar el agotamiento del peronismo. 

El vuelve a plantear la importancia del justicialismo sosteniendo: “se ha hecho un pronunciamiento prematuro sobre el agotamiento del peronismo...Cabe suponer que las masas están condenadas al uso del sentido común. Forzadas a replegarse ante la irrupción militar, se están replegando hacia el peronismo que nosotros dimos por agotado...En suma, las masas no se repliegan hacia el vacío, sino al terreno malo pero conocido, hacia relaciones que dominan, hacia prácticas comunes, en definitiva hacia su propia historia, su propia cultura y su propia psicología, o sea los componentes de su identidad social y política. Suponer, como a veces suponemos, que las masas pueden replegarse al montonerismo, es negar la esencia del repliegue, que consiste en desplazarse de posiciones más expuestas hacia posiciones menos expuestas...”. 

La crítica por el exceso de ideología para leer la realidad lleva a Walsh a afirmar: 

“Nuestra teoría ha galopado kilómetros adelante de la realidad. Cuando eso ocurre, la vanguardia corre el riesgo de convertirse en patrulla perdida”. En esos momentos la cúpula estaba encaminada a la creación del Movimiento Montonero y, además, el Partido Montonero. La cúpula hacía sus análisis desde el exterior, sin conocer la realidad que sufrían los militantes y el pueblo argentino en general. El escritor señala: “No creo en la factibilidad de construir el Movimiento Montonero a partir del peronismo...Entiendo que Montoneros debe seguir la dirección de retirada marcada por el pueblo, que es hacia el peronismo, y que la única propuesta aglutinante que podemos formular a las masas es la resistencia popular, cuya vanguardia en la clase trabajadora debe ser nuevamente la resistencia peronista...”. Las propuestas finales se sintetizan en 8 puntos: “Reconocer que Montoneros sufrió en el ‘76 una derrota militar que amenaza convertirse en exterminio; definir la etapa como retirada y resistencia, definiendo al pueblo peronista como terreno donde debe verificarse la retirada; el peronismo y la clase trabajadora es el sujeto principal de la resistencia, y Montoneros es parte de esa resistencia popular; retirar del territorio nacional a la conducción y a las figuras históricas; mantener la estructura de partido; definir la seguridad individual y colectiva como criterio dominante; ligar la resistencia a la política de masas, privilegiando estructuras militares defensivas (documentación, información, comunicaciones) y las estructuras políticas ofensivas (propaganda, agitación, prensa clandestina y descentralización en lo interno, prensa internacional).

* ‘Aporte a una hipótesis de resistencia’

El primer documento que eleva en el ‘77 está fechado el 2 de enero, y profundiza las propuestas del documento anterior, nace como síntesis de la discusión en su ámbito y en el subordinado. En el plano militar considera la guerra como perdida, lo mismo que ocurre en el plano político, lo que no significa la desaparición de la lucha “salvo que previamente se haya producido el exterminio de la vanguardia”. En cuanto a la posibilidad de la resistencia desde la perspectiva armada era nula, las Fuerzas Armadas tenían un gran despliegue militar y un consenso político; por eso los objetivos de la resistencia debían apuntar “a la desaceleración del enfrentamiento militar y a la aceleración del enfrentamiento político”, a fin de transformar la derrota militar en triunfo político. La estrategia propuesta era utilizar el ‘privilegio de la defensa’ “que consiste en no dar batalla en ese terreno, sustraerse como blanco masivo al accionar enemigo, reclamar por la paz y, aunque no lo consiga demostrar que la responsabilidad de la guerra recae en el enemigo. En este punto aparece la posibilidad y la legitimación de la resistencia; forma de guerra diluida que puede arraigar en el pueblo”. 

Las maniobras políticas que proponía eran el ofrecimiento de paz, reconociendo la derrota militar y reafirmando los principio justos de la lucha liberadora; que ambas partes reconocieran la Declaración Universal de los Derechos Humanos, lo que implicaba cese de fusilamientos ilegales, torturas, atentados; y profesión de fe democrática. La propuesta sería una campaña con el lema ‘La paz es posible en 48 horas’, se presionaría a través de la Iglesia, profesionales, empresarios y la opinión pública internacional, para que se aceptara la propuesta, a la vez que Montoneros cumpliría una tregua unilateral de 30 o 60 días, denunciando cada muerte producida desde el Estado. 

Luego, ignorado o rechazado el ofrecimiento de paz, Montoneros se dirigiría al pueblo denunciando el rechazo de la propuesta por parte de las Fuerzas Armadas y convocaría a la resistencia popular. 

“La organización de la resistencia se basa en grupos reducidos e independientes cuyo nexo principal es la unidad por la doctrina y que en función de una gran autonomía táctica rescata hasta cierto punto la ‘inteligencia’ del cuadro individual” sostenía. A la vez proponía para la organización cambios tácticos y estratégicos, como la disolución de estructuras penetradas, la reubicación de cuadros, reubicación de estructuras zonales asegurando su autonomía con recursos aportados con anticipación, y la reducción del área federal que se reducirían a tres secretarías (General, Internacional y Conducción Táctica), mientras que sus servicios se disolverán en los casos dispensables, permaneciendo el de documentación, la prensa descentralizada, conservando ‘El Montonero’ y la Agencia Clandestina; abandonar la fabricación de armas de guerra por ‘caños caseros’ y bombas incendiarias. Los métodos de acción de la resistencia se basarían en la ‘Correspondencia Perón-Cooke’. En el terreno militar no se permitiría ninguna acción militar que no estuviera ligada al interés de las masas, que no se realizara indiscriminadamente pues impediría hacer política en filas del enemigo y perderían la bandera de los Derechos Humanos, énfasis en la estructura productiva, abandono el terror individual que debe resolverse en juicio, énfasis en los millares de pequeñas victorias más que sobre las operaciones espectaculares que provocaban grandes represalias, y propaganda infatigable.

* ‘Curso de la guerra en enero-junio 1977 según hipótesis enemiga’

Acompañan a las propuestas del documento anterior las hipótesis del desarrollo de la guerra para el primer semestre del ‘77. Lo sustancial es que: “Durante el ‘76 el enemigo cumplió con todos sus objetivos de su plan de operaciones y pasó a la siguiente fase con varios meses de anticipación sobre lo que él mismo preveía... En definitiva el enemigo ha resuelto el año pasado el aspecto territorial de su guerra y encara en 1977 la liquidación del aparato partidario... Se estima que el enemigo cuenta con suficiente Inteligencia acumulada sobre la fuerza propia como para alcanzar sus objetivos en proporciones que oscilan entre el 60 y el 90%, sin que deba descartarse un acortamiento del plazo que analiza”. Cuando describe a la inteligencia enemiga sabe que éste se basa en un principio que él mismo sostuvo: “Solo se vence al enemigo conociéndolo”, y las Fuerzas Armadas conocen al detalle a Montoneros “en sus aspectos político, ideológico, organizativo espacial, temporal, y relacional, conociendo los objetivos, virtudes y debilidades, cadena de mandos, asentamiento zonal, funcionamiento y comunicación...”

* ‘Cuadro de situación del enemigo militar a comienzos de 1977’

Tres días después eleva un cuadro de situación donde analiza al enemigo desde el aspecto militar, pintando un paisaje desalentador para la supervivencia de Montoneros, y el excelente estado de salud que gozan las fuerzas represoras. A la vez critica a la conducción en la lectura que hace de la realidad y señala la falta de conocimiento histórico la organización. La visión ideologizada da un lugar privilegiado a la toma del poder por parte de trabajadores en otros países, mientras señala la falta de conocimiento histórico de la toma del poder en nuestro país a lo largo del tiempo. 

Resume: “Un oficial montonero conoce, en general, cómo Lenin y Trotsky se adueñan de San Petersburgo en 1917, pero ignora cómo Martín Rodríguez y Rosas se apoderan de Buenos Aires en 1921”.

La reseña en extenso de estos seis documentos apuntan a señalar la visión de Walsh para evitar la masacre que se produjo después del ‘76. Si la conducción hubiera aceptado las propuestas seguramente se hubiera reducido el número de desaparecidos, torturados y fusilados. Pero la conducción realizó todo lo opuesto a lo recomendado por el escritor. En abril del ‘77, en Roma, la cúpula integrada por Mario Eduardo Firmenich (Pepe), Fernando Vaca Narvaja (Nicolás) y Rodolfo Galimberti (El Loco) dieron una conferencia de prensa dando a conocer la fundación del Movimiento Peronista Montonero; con su brazo político, el Partido Peronista Montonero; y con su brazo armado, el Ejército Montonero. Todo con una conducción centralizada y personalizada.

El umbral del infierno

En 1977 Rodolfo Walsh vivía en una casa de San Vicente, en la zona sur del Gran Buenos Aires, a cincuenta kilómetros de Capital Federal. Los vecinos siempre pensaron que ese señor tan respetuoso y amable, que plantaba lechugas en el fondo, era profesor de inglés jubilado. Lo acompañaba Lilia Ferreyra, la mujer que estuvo con él durante los últimos diez años. Sentía un sabor amargo ante la conducta de los miembros de la conducción, pero el sentimiento de desesperación surgía cuando comprendía que muchos jóvenes de la edad de su hija, o más chicos aún, no sobrevivirían. 

No abandonó a los cuadros, mantuvo los contacto y acudía a citas. Sabía que muchos de sus compañeros habían caído en manos de los militares, y sabía que detrás de ellos quedaban historias y familias. Muchos de ellos traicionaban a sus compañeros luego de horas de torturas físicas y sicológicas. Acompañaba a los que lo necesitaban, a muchos les aconsejó el exilio, pero él eligió quedarse para dar batalla. Aunque no hay una ruptura formal con Montoneros, su fidelidad y lealtad fue con la militancia, no con la conducción, la cual pudo haber sido infiltrada por el Ejército.

Ya alejado de la cúpula volvió a la literatura, terminó el cuento ‘Juan se iba por el río’, que formaba parte de su ‘novela geológica’. Había decidido abandonar la clandestinidad y el anonimato, pero no la lucha.

El Proceso de Reorganización Nacional había tomado el poder hacía un año. ANCLA difundió, el 15 de marzo, un informe especial a un año del Proceso, detallando la situación de los derechos humanos, la economía, el trabajo, los militares y la política. El por su parte decidió hacer un balance de ese período, denunciando cada atropello a los derechos humanos y el plan exterminador, una carta que se dividió en el plano político y el aspecto económico.

‘Carta abierta de un escritor a la Junta Militar’ (el texto completo está publicado en El violento oficio de escribir; Rodolfo Walsh, Editorial Planeta, Buenos Aires) es el último texto que escribe para Cadena Informativa, pero con una diferencia sustancial con respecto a los otros partes, después de muchos años vuelve a firmar con su nombre y apellido: Rodolfo Jorge Walsh, cédula de identidad 2.845.022. En ocasión del primer aniversario de la toma del poder por la fuerza parte de los militares, hizo un ‘balance de gestión’, a través de lo que dio en llamar una “forma de expresión clandestina”. No es un ejercicio casual sino que es la consecuencia lógica de tres décadas de denuncia de un sistema de corrupción, impunidad y atropello a las instituciones. La ‘Carta’ es el testimonio valiente de un hombre solitario frente a un totalitarismo avasallador. 

Con un estilo que imitaba a los antiguos romanos, en sus invectivas, denuncia “el terror más profundo que haya conocido la sociedad argentina”, a la vez que acusó a la Junta, por haber quitado la posibilidad de un proceso democrático al pueblo, agravando los males que decían combatir, “...implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad...”, creando “virtuales campos de concentración”, con combates fraguados, desapariciones, torturas, muertes, vuelos para arrojar detenidos al río, fueran guerrilleros, familiares o simplemente sospechosos, sin importar edad ni sexo. Sostenía: “al supuesto de que el fin de exterminar la guerrilla justifica los medios que usan se ha llegado a la tortura absoluta, intemporal, metafísica...”. Señalaba además: “estos episodios no son desbordes de algunos centuriones alucinados, sino la política misma que planifican... discuten... imponen... Las ‘Tres A’ son hoy las Tres Armas...”. 

La ‘Carta’ se puede dividir en dos partes, el análisis político y la descripción de la situación económica. Estaba convencido que el método de aniquilamiento usado se explicaba por el tipo de plan económico que se aplicó a partir del ‘76, con una estrategia de “miseria planificada... resucitando así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales”, transformando al Gran Buenos Aires en una villa miseria de diez millones de habitantes, “congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de las bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas y comisiones internas, alargando horarios, elevando la desocupación al récord del nueve por ciento y prometiendo aumentarla con trescientos mil nuevos despidos...”. Denunció la conexión entre las empresas multinacionales con el ministro Martínez de Hoz y su equipo, además de la especulación, usura y “festín de los corruptos” que significaba la Bolsa de Comercio, “donde hay empresas que de la noche a la mañana duplicaron su capital sin producir más que antes...”. En definitiva un plan exterminador de industrias y personas.

Concluyó el texto el día 24, y la distribución la hizo él mismo. Al día siguiente, 25 de marzo de 1977, Rodolfo Walsh asistió a una cita. Horacio Verbitsky dice que iba a organizar el encuentro con la viuda de un militante montonero, que había sido dejada de lado por la organización. El periodista norteamericano Martin Andersen sostiene que iba a reunirse con José M. Salgado, ex oficial de la policía que había colaborado en el atentado a Coordinación Federal en julio, quien habría sido detenido, torturado y obligado a delatar al escritor. Walsh recibió la advertencia de que la cita podía estar ‘envenenada’, es decir que podía tratarse de una trampa para atraparlo. El no se preocupó, aunque no por eso dejó de llevar la pequeña pistola, que le había regalado su mujer.

Una reconstrucción realizada por Verbitsky señala que salió de su casa el 25 a la mañana, llevaba un sombrero de paja y un portafolios negro donde llevaba las cartas y los papeles de la casa, que en el camino a la estación le alcanzó el dueño de la inmobiliaria. Lilia encargó asado para el día siguiente, y juntos se dirigieron a la estación de tren para ir hasta Constitución, donde se separaron. Lilia iba a buscar a Patricia (hija menor de Walsh que hacía quince días había tenido un hijo varón, fruto de su amor con Jorge Pinedo), volvería a San Vicente al día siguiente. Rodolfo debía regresar esa misma tarde.

El escritor se dirigió a la zona de Congreso, mandó las cartas por correo y mientras se alejaba de Entre Ríos, caminando por San Juan hacia el oeste, varios hombres le interceptaron el paso. Un ‘grupo de tareas’, perteneciente a la ESMA lo esperaba, el objetivo era capturarlo vivo, para obtener la mayor cantidad de información. Walsh había advertido el peligro cuando vio a varios sospechosos que seguían sus movimientos, confirmando que la cita estaba envenenada. 

En ese mismo instante, otro grupo se estaba encargando de ‘reventar’ su casa en San Vicente. Hicieron desaparecer su máquina de escribir; sus manuscritos y textos inéditos fueron secuestrados. Lilia Ferreyra sostiene que entre su material estaban su diario personal, originales ya editados y en preparación, confirmando que había empezado a escribir sus memorias. Este último material lo había organizado en tres temas: literatura, política y ‘los caballos’ (campos, tierras, amigos, infancia, mujeres, afectos). Los papeles secuestrados fueron derivados y seleccionados en la ESMA. En el campo de detención existió un centro de documentación e información relacionado con la organización; Massera estaba organizando el archivo con algunos miembros del grupo guerrillero, a fin de usarlo en el futuro como material político. La mayoría de los papeles de Walsh no habrían sido destruidos sino que estarían en ese sector. Algunos textos fueron robados de allí por una militante que fue liberada. Entre los papeles rescatados se encuentran los que sirvieron para dar cuerpo al libro ‘Ese hombre’, editado en el ‘96. 

Corrió por la calle para no ser atrapado, un joven oficial marino rubio intentó hacerlo caer en la carrera, él sacó la pistola de sus botas y no se amilanó, no se entregó. Alguien disparó; respondió el fuego con fuego. Una ráfaga de metralla fue a dar contra su cuerpo. Martín Grass, en una actuación judicial, dice haberlo visto en la ESMA tirado en uno de los pasillos, partido en dos por una ráfaga de ametralladora. Llegó a la ESMA sin vida. Tenía 50 años. Su cuerpo jamás fue encontrado.