Martín, Juan

Legajo Conadep Nº 440 

 

Campo de Concentración “L.R.D.” en Arsenales


Estaba ubicado en jurisdicción de la Compañía de Arsenales “Miguel de Azcuénaga”, de la V Brigada de Infantería de Ejército, en las afueras de la ciudad, en la zona norte, sobre Ruta Nacional N° 9. El acceso a este campo se realizaba por una calle de tierra, paralela a la ruta nacional, por la que se circulaba unos 800 metros aproximadamente.

Avanzando desde Tucumán en dirección norte, el ingreso al campo se producía aprovechando el acceso al portón de la Compañía de Arsenales, aunque sin penetrar en el recinto principal, sino continuando la marcha hasta la segunda entrada existente en un alambrado perimetral, que contaba con un puesto de guardia a cargo de personal de Gendarmería Nacional.

El campo propiamente dicho estaba situado a unos siete minutos, más o menos, de marcha lenta en un automotor, siguiendo un camino de tierra sinuoso abierto en unas pequeñas estribaciones existentes en el lugar. Desde el lugar de reclusión de los prisioneros a este campo se escuchaban los ruidos de motores de vehículos pesados –evidentemente, circulaban por la ruta nacional- en forma bastante atenuada. Durante mi estancia en el “L.R.D.” entre febrero y junio de 1977, las funciones de vigilancia de los detenidos estaban a cargo de la Gendarmería Nacional, cuerpo militar integrado por personal profesionalizado, dependiente en forma directa de los altos mandos del Ejército.

Esta fuerza, creada para el cuidado de zonas fronterizas, creó –a partir de mediados de 1966- dos grupos especializados en la lucha “antisubversiva” en las zonas rurales, que recibieron entrenamiento en Campo de Mayo (Buenos Aires) y Jesús María (Córdoba). Es decir, se especializó personal en la represión política.

El personal de Gendarmería, en este campo, rotaba cada 45 días, y era reemplazado luego por otro contingente similar.

En cuanto a los secuestros, interrogatorios y torturas de los prisioneros, eran realizados por personal del Destacamento 142 de Inteligencia.




Descripción del Campo


El recinto del campo de concentración era un cuadrado de 55 metros por lado, aproximadamente. Todo el perímetro estaba recorrido por una alambrada con púas, de 2,50 metros de alto. Y rodeando esta cerca, a unos 5 metros de distancia, otra de igual material y con similar altura.

Entre ambas alambradas había en forma permanente guardias de la Gendarmería, que cumplían sus rondas auxiliados por perros amaestrados. En uno de los ángulos del campo había una torre de vigilancia, construída con madera, desde la cual se ejercía control permanente sobre todo el movimiento de personal y prisioneros. 

En el interior del recinto alambrado, en los cuatro ángulos del cuadrado estaban emplazadas cuatro casas prefabricadas, de madera, de un solo ambiente, con una superficie de unos 16 metros cuadrados. Estas casas eran utilizadas como salas de torturas y estaban amobladas, y de forma similar: un elástico de cama, donde se ataba al prisionero, una mesa y dos o tres sillas.

Aproximadamente en el centro del cuadrado había dos viejos polvorines, separados entre sí por unos 10 metros de distancia: se trataba de dos construcciones de mampostería cuyas superficies interiores –paredes, techos, pisos- estaban recubiertas de brea.

La dimensión aproximada de cada polvorín era de 20 metros de largo por 5 de ancho, y 3 de alto.

En estas construcciones estábamos alojados los prisioneros, sin distinción de sexos, en compartimientos estrechos: 1,20 metros de algo por 1,50 de profundidad, y 1 metro de ancho. En el polvorín ubicado más al norte, estos tabiques eran de madera. En el otro de mampostería.

Las estrechas dimensiones no eran arbitrarias: fueron diseñadas así para controlar a los prisioneros en todo momento, ya estuvieran acostados o de pie.

En la puerta de cada polvorín había en forma continua un gendarme de guardia, quien además recorría el pasillo interior (ver plano) cada cuarto de hora.

En cada polvorín había capacidad para 40 detenidos (20 por lado). Es decir, la capacidad de alojamiento del “L.R.D.” era de 80 personas.

En general, en el tiempo que estuve allí, la capacidad de alojamiento no fue colmada por los prisioneros. Sólo una vez ello ocurrió, cuando tres detenidos fueron ubicados en el pasillo del polvorín donde yo estaba.

Por afuera de la pared norte del polvorín ubicado más hacia el sur había dos baños, una cocina y otra habitación.




Condiciones de Detención


En todos los casos, los prisioneros –fueran hombres o mujeres- tenían los ojos vendados y sus manos esposadas desde el ingreso mismo al recinto. El sistema de vendaje era similar al utilizado en la Jefatura.

La vida en el “L.R.D.” tenía horarios estrictos. Todos los días, al cambio de guardia (rotaba cada 24 horas) se despertaba a los prisioneros a las 6,30. Los métodos utilizados eran brutales: a gritos, o a golpes y, a veces, utilizando los perros.

Cada prisionero debía decir en voz alta el número que le habían asignado –era correspondiente con el del compartimiento donde vivía-, y se nos hacía formar en el pasillo, en fila india, tomados por la cintura, y el primero aferrado al garrote del gendarme. Era lo que nuestros guardias llamaban “el trencito”. Así se nos llevaba fuera del polvorín: las mujeres al baño y los hombres a un lugar entre las dos alambradas, donde controlados por los guardias y sus perros, realizábamos nuestras necesidades fisiológicas en una zanja.

Por el mismo sistema retornábamos al polvorín, donde permanecíamos de pie, cada uno en su compartimiento.

Durante este tiempo, muchas veces, la guardia ordenaba la limpieza del lugar, ya que eran frecuentes las micciones nocturnas, que eran brutalmente castigadas.

A las 8 de la mañana se nos servía el desayuno, que consistía en un jarro de mate cocido, y luego se nos ordenaba sentarnos, con la espalda apoyada en la pared, siempre en el mismo lugar. Así permanecíamos todo el día, hasta las 20, aproximadamente, en que cenábamos. Nos servían dos comidas por día, que preparaba en el lugar la guardia de turno, que consistía en un guiso, en oportunidades acompañado por un pedazo de pan.

Después de la cena, y antes de permitir acostarnos en el suelo para dormir, personal de guardia nos obligaba a rezar en voz alta un “Padrenuestro” y un “Ave María”, a la vez que nos exhortaban a “dar gracias a Dios porque han podido vivir un día más, y también para que ese día no fuera el último...”.

Luego nos acostábamos; por toda ropa de cama teníamos una manta. Las condiciones higiénicas generales de los prisioneros eran pésimas: una vez cada tres o cuatro días teníamos posibilidades de bañarnos. Se nos seleccionaba por sexo, en grupos de 4 o 5 detenidos y nos llevaban a un lugar entre los dos polvorines, para bañarnos de uno en uno. Antes de ingresar al baño nos soltaban una de las manos esposadas y nos desnudábamos.

Durante mi paso por este campo la ducha estuvo siempre rota: nos bañábamos utilizando baldes con agua. Para secarnos nos obligaban a saltar y movernos. Luego se nos autorizaba a vestirnos. Una vez que concluía el grupo retornábamos al polvorín. Las mujeres realizaban este mismo procedimiento.

En el “L.R.D.” era notorio que la guardia tenía cierta libertad de movimientos para que sus integrantes actuaran personalmente sobre los prisioneros. Esto daba lugar a muchar arbitrariedades de todo tipo, mayores aún de las que se cometieron en este régimen, que se ha destacado por unas condiciones represivas de excepción.

Estas arbitrariedades consistían, por ejemplo, en palizas a los prisioneros, realización de ejercicios físicos violentos, así como algunas violaciones cometidas contra las prisioneras, en la etapa del interrogatorio, en el período de aislamiento en las salas de torturas.

Para ir al baño los prisioneros debían pedir permiso. Pero no se accedía de inmediato, sino que se aguardaba con otros cinco o seis detenidos a que se sumaran al pedido. Recién entonces se formaba el “trencito”. Pero esto sucedía dos o tres veces al día solamente, razón por la cual muchos prisioneros, por incontinencia, se orinaban o defecaban vestidos, lo que traía aparejado castigos muy severos. Este fue el campo, de todos los que estuve, que tenía el régimen más duro, por la represión continua. Además, esta situación se agravaba por las dificultades existentes, y muchas insalvables, para la comunicación entre los detenidos, así como por el mal estado general de sqlud: eran frecuentes las bronquitis, las diarreas, las deshidrataciones, los ataques de locura de los detenidos. En las 18 semanas que estuve allí, cuatro compañeros murieron en su compartimiento, sin ningún tipo de asistencia médica.

Desconozco cómo se realizaban los traslados en este campo, ni en qué cantidad, nicon qué frecuencia. Alguna vez la guardia ingresó al polvorín donde yo estaba alojado, a la noche tarde, cuando estábamos dormidos, y se llevaron dos o tres compañeros.

Una sola vez mientras estuve en el “L.R.D.” ocurrió un hecho que salía de la rutina represiva del campo. A mediados de marzo de 1977, quizás en el primer aniversario del golpe de estado, a las 16 horas, la guardia procedió a revisar meticulosamente las vendas sobre los ojos, nos taponaron los oídos con algodón y nos esposaron las manos en la espalda.

Luego, cuando había transcurrido una hora, más o menos, nos hicieron poner de pie, con la cara hacia el pasillo, y un grupo numerosos de personas (lo oí por el ruido de sus pasos, y pese a los tapones de algodón en los oídos) empezó a recorrer el polvorín como si se realizara una inspección.

Posteriormente, tras haber transcurrido otra hora, erscuchamos disparos de armas de fuego, sin poder precisar la distancia. Ese día, recién a las 20, con la cena, se restableció la rutina. Nos volvieron a esposar las manos delante del cuerpo, nos quitaron los tapones de los oídos.

Durante todo ese procedimiento se habían llevado a dos compañeros que habían estado con nosotros, y no los volvieron a traer. Esto ocurrió sólo una vez.




Las torturas


Los métodos de torturas utilizados en el “L.R.D.” –además de los ya conocidos, picana eléctrica, submarino, palizas– eran motivo de vanagloria para los interrogadores, que decían haber aprendido la experiencia represiva de las fuerzas militares de EEUU en Vietnam.

La innovación más característica del campo, en este aspecto, era el “pozo”. Consistía en enterrar al prisionero desnudo, en posición vertical, hasta el cuello. En torno a la cabeza se apisonaba la tierra, previo humedecimiento, para compactarla. La tortura se prolongaba hasta 48 horas.

Los efectos de este tormento son impactantes. Además de la enorme presión psicológica –el prisionero sigue vendado, sin poder ver en torno suyo, el cuerpo desnudo apretado por la tierra– se sufrían fuertes calambres musculares y presiones sobre la caja toráxica. Además, cuando uno era desenterrado, las secuelas eran afecciones diversas en la piel.

El objetivo central de este procedimiento era quebrar psicológicamente al prisionero, aislarlo por completo. Así los interrogatorios eran esporádicos. 

Otra de las “innovaciones” era colgar a los prisioneros de una barra de metal de tres metros de altura, con una soga que pasaba sobre ella.

Había diversas posiciones: cabeza abajo (que se combinaba a veces con el submarino) con las manos esposadas detrás del cuerpo, sujetas por un gancho metálico, con las puntas de los pies apenas rozando el suelo y también con los brazos arriba de la cabeza, posición en la cual descargaban golpes sobre el cuerpo.

Otras de las variantes de este sistema –que se realizaba con interrogatorios– era colgar al prisionero desnudo, mientras se lo amenazaba con ataques de los perros de la guardia. Muchos detenidos sufrieron rasguños y heridas leves.

También se combinaba este tormento con la aplicación de la picana, con el submarino “seco”, las palizas, y la aplicación simultánea de la picana y el submarino “mojado”. 




El personal


Fue muy difícil para mi, en este campo, identificar a los integrantes del personal. La guardia, en cuanto ingresaba el turno, pedía a los prisioneros que los identificáramos por sus nombres de pila o apodos: Carlos, Hugo, Lolo, Cacho, etc., y con la advertencia expresa que “eran inventados, por si alguno de ustedes sale en libertad algún día...”. También ocultaban sus grados en la Gendarmería, excepto su condición de suboficiales.

Los interrogadores pertenecían al Destacamento 142 de Inteligencia. Eran oficiales y suboficiales del Ejército, y personal civil adscripto, que se desempeñaban como “agentes de inteligencia”.

Posteriormente, habiendo sido trasladado ya a la Jefatura, pude identificar a dos miembros del Destacamento. Uno que aparentemente era el Jefe, y que uno de sus apellidos era Ventura, y tenía el grado de Capitán. Otro, del mismo grado, a quien había visto ya en Nueva Baviera, era llamado allí “Capitán Mur”, aunque en Jefatura, ya vestido de civil, oí mencionar como el capitán Medina.

 

   


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